[2144] • BENEDICTO XVI (2005- • NECESIDAD DE REDESCUBRIR LA BELLEZA DE LA VERDAD
Del Discurso Sono particolarmente lieto, a los Prelados Auditores y Oficiales del Tribunal de la Rota Romana con motivo de la inauguración del año judicial, 27 enero 2007
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Me alegra particularmente encontrarme nuevamente con vosotros con ocasión de la inauguración del año judicial. Saludo cordialmente al Colegio de prelados auditores, comenzando por el decano, monseñor Antoni Stankiewicz, al que agradezco las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. Saludo, asimismo, a los oficiales, a los abogados y a los demás colaboradores de este Tribunal, asà como a los miembros del Estudio rotal y a todos los presentes.
Aprovecho de buen grado la ocasión para renovaros la expresión de mi estima y para reafirmar, al mismo tiempo, la importancia de vuestro ministerio eclesial en un sector tan vital como es la actividad judicial. Tengo bien presente el valioso trabajo que estáis llamados a realizar con diligencia y escrúpulo en nombre y por mandato de esta Sede apostólica. Vuestra delicada tarea de servicio a la verdad en la justicia está sostenida por las insignes tradiciones de este Tribunal, con respecto a las cuales cada uno de vosotros debe sentirse personalmente comprometido.
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El año pasado, en mi primer encuentro con vosotros, traté de explorar los caminos para superar la aparente contraposición entre la instrucción del proceso de nulidad matrimonial y el auténtico sentido pastoral. Desde esta perspectiva, emergÃa el amor a la verdad como punto de convergencia entre investigación procesal y servicio pastoral a las personas. Pero no debemos olvidar que en las causas de nulidad matrimonial la verdad procesal presupone la âverdad del matrimonioâ mismo.
Sin embargo, la expresión âverdad del matrimonioâ pierde relevancia existencial en un contesto cultural marcado por el relativismo y el positivismo jurÃdico, que consideran el matrimonio como una mera formalización social de los vÃnculos afectivos. En consecuencia, no sólo llega a ser contingente, como pueden serlo los sentimientos humanos, sino que se presenta como una superestructura legal que la voluntad humana podrÃa manipular a su capricho, privándola incluso de su Ãndole heterosexual.
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Esta crisis de sentido del matrimonio se percibe también en el modo de pensar de muchos fieles. Los efectos prácticos de lo que llamé âhermenéutica de la discontinuidad y de la rupturaâ con respecto a la enseñanza del concilio Vaticano II (cf. Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005: LâOsservatore Romano, edición en lengua española, 30 de diciembre de 2005, p. 11) se notan de modo particularmente intenso en el ámbito del matrimonio y de la familia. En efecto, a algunos les parece que la doctrina conciliar sobre el matrimonio, y concretamente la descripción de esta institución como âintima communitas vitae et amorisâ (Gaudium et spes, 48), debe llevar a negar la existencia de un vÃnculo conyugal indisoluble, porque se tratarÃa de un âidealâ al que no pueden ser âobligadosâ los âcristianos normalesâ.
De hecho, también en ciertos ambientes eclesiales, se ha generalizado la convicción según la cual el bien pastoral de las personas en situación matrimonial irregular exigirÃa una especie de regularización canónica, independientemente de la validez o nulidad de su matrimonio, es decir, independientemente de la âverdadâ sobre su condición personal. El camino de la declaración de nulidad matrimonial se considera, de hecho, como un instrumento jurÃdico para alcanzar ese objetivo, según una lógica en la que el derecho se convierte en la formalización de las pretensiones subjetivas. Al respecto, hay que subrayar ante todo que el Concilio describe ciertamente el matrimonio como intima communitas vitae et amoris, pero que esa comunidad, siguiendo la tradición de la Iglesia, está determinada por un conjunto de principios de derecho divino que fijan su verdadero sentido antropológico permanente (cf. ib.).
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Por lo demás, tanto el magisterio de Pablo VI y de Juan Pablo II, como la obra legislativa de los Códigos latino y oriental, se han orientado en fiel continuidad hermenéutica con el Concilio. En efecto, también con respecto a la doctrina y a la disciplina matrimonial, esas instancias realizaron el esfuerzo de âreformaâ o ârenovación en la continuidadâ (cf. Discurso a la Curia romana, cit.). Este esfuerzo se ha realizado apoyándose en el presupuesto indiscutible de que el matrimonio tiene su verdad, a cuyo descubrimiento y profundización concurren armoniosamente razón y fe, o sea, el conocimiento humano, iluminado por la palabra de Dios, sobre la realidad sexualmente diferenciada del hombre y de la mujer, con sus profundas exigencias de complementariedad, de entrega definitiva y de exclusividad.
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La verdad antropológica y salvÃfica del matrimonio, también en su dimensión jurÃdica, se presenta ya en la sagrada Escritura. La respuesta de Jesús a los fariseos que le pedÃan su parecer sobre la licitud del repudio es bien conocida: â¿No habéis leÃdo que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: âPor eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?â. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombreâ (Mt 19, 4-6).
Las citas del Génesis (Gn 1, 27; 2, 24) proponen de nuevo la verdad matrimonial del âprincipioâ, la verdad cuya plenitud se encuentra en relación con la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5, 30-31), y que fue objeto de tan amplias y profundas reflexiones por parte del Papa Juan Pablo II en sus ciclos de catequesis sobre el amor humano en el designio divino. A partir de esta unidad dual de la pareja humana se puede elaborar una auténtica antropologÃa jurÃdica del matrimonio.
En este sentido, son particularmente iluminadoras las palabras conclusivas de Jesús: âPues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombreâ. Ciertamente, todo matrimonio es fruto del libre consentimiento del hombre y de la mujer, pero su libertad traduce en acto la capacidad natural inherente a su masculinidad y feminidad. La unión tiene lugar en virtud del designio de Dios mismo, que los creó varón y mujer y les dio poder de unir para siempre las dimensiones naturales y complementarias de sus personas.
La indisolubilidad del matrimonio no deriva del compromiso definitivo de los contrayentes, sino que es intrÃnseca a la naturaleza del âvÃnculo potente establecido por el Creadorâ (Juan Pablo II, Catequesis, 21 de noviembre de 1979, n. 2: LâOsservatore Romano, edición en lengua española, 25 de noviembre de 1979, p. 3). Los contrayentes se deben comprometer de modo definitivo precisamente porque el matrimonio es asà en el designio de la creación y de la redención. Y la juridicidad esencial del matrimonio reside precisamente en este vÃnculo, que para el hombre y la mujer constituye una exigencia de justicia y de amor, a la que, por su bien y por el de todos, no se pueden sustraer sin contradecir lo que Dios mismo ha hecho en ellos.
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Es preciso profundizar este aspecto, no sólo en consideración de vuestro papel de canonistas, sino también porque la comprensión global de la institución matrimonial no puede menos de incluir también la claridad sobre su dimensión jurÃdica. Sin embargo, las concepciones acerca de la naturaleza de esta relación pueden divergir de manera radical.
Para el positivismo, la juridicidad de la relación conyugal serÃa únicamente el resultado de la aplicación de un norma humana formalmente válida y eficaz. De este modo, la realidad humana de la vida y del amor conyugal sigue siendo extrÃnseca a la institución âjurÃdicaâ del matrimonio. Se crea una ruptura entre derecho y existencia humana que niega radicalmente la posibilidad de una fundación antropológica del derecho.
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Totalmente diverso es el camino tradicional de la Iglesia en la comprensión de la dimensión jurÃdica de la unión conyugal, siguiendo las enseñanzas de Jesús, de los Apóstoles y de los santos Padres. San AgustÃn, por ejemplo, citando a san Pablo, afirma con fuerza: âCui fidei (coniugali) tantum iuris tribuit Apostolus, ut eam potestatem appellaret, dicens: Mulier non habet potestatem corporis sui, sed vir; similiter autem et vir non habet potestatem corporis sui, sed mulier (1 Co 7, 4)â (De bono coniugali, 4, 4).
San Pablo, que tan profundamente expone en la carta a los Efesios el âgran misterioâ (mustÃrion m+ga) del amor conyugal en relación con la unión de Cristo con la Iglesia (Ef 5, 22-31), no duda en aplicar al matrimonio los términos más fuertes del derecho para designar el vÃnculo jurÃdico con el que están unidos los cónyuges entre sÃ, en su dimensión sexual. Del mismo modo, para san AgustÃn, la juridicidad es esencial en cada uno de los tres bienes (proles, fides, sacramentum), que constituyen los ejes de su exposición doctrinal sobre el matrimonio.
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Ante la relativización subjetivista y libertaria de la experiencia sexual, la tradición de la Iglesia afirma con claridad la Ãndole naturalmente jurÃdica del matrimonio, es decir, su pertenencia por naturaleza al ámbito de la justicia en las relaciones interpersonales. Desde este punto de vista, el derecho se entrelaza de verdad con la vida y con el amor como su intrÃnseco deber ser. Por eso, como escribà en mi primera encÃclica, âen una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vÃnculo marcado por su carácter único y definitivo; asÃ, y sólo asÃ, se realiza su destino Ãntimoâ (Deus caritas est, 11). AsÃ, amor y derecho pueden unirse hasta tal punto que marido y mujer se deben mutuamente el amor con que espontáneamente se quieren: el amor en ellos es el fruto de su libre querer el bien del otro y de los hijos; lo cual, por lo demás, es también exigencia del amor al propio verdadero bien.
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Toda la actividad de la Iglesia y de los fieles en el campo familiar debe fundarse en esta verdad sobre el matrimonio y su intrÃnseca dimensión jurÃdica. No obstante esto, como he recordado antes, la mentalidad relativista, en formas más o menos abiertas o solapadas, puede insinuarse también en la comunidad eclesial. Vosotros sois bien conscientes de la actualidad de este peligro, que se manifiesta a veces en una interpretación tergiversada de las normas canónicas vigentes.
Es preciso reaccionar con valentÃa y confianza contra esta tendencia, aplicando constantemente la hermenéutica de la renovación en la continuidad y sin dejarse seducir por caminos de interpretación que implican una ruptura con la tradición de la Iglesia. Estos caminos se alejan de la verdadera esencia del matrimonio asà como de su intrÃnseca dimensión jurÃdica y con diversos nombres, más o menos atractivos, tratan de disimular una falsificación de la realidad conyugal. De este modo se llega a sostener que nada serÃa justo o injusto en las relaciones de una pareja, sino que únicamente responde o no responde a la realización de las aspiraciones subjetivas de cada una de las partes. Desde esta perspectiva, la idea del âmatrimonio in facto esseâ oscila entre una relación meramente factual y una fachada jurÃdico-positivista, descuidando su esencia de vÃnculo intrÃnseco de justicia entre las personas del hombre y de la mujer.
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La contribución de los tribunales eclesiásticos a la superación de la crisis de sentido sobre el matrimonio, en la Iglesia y en la sociedad civil, podrÃa parecer a algunos más bien secundaria y de retaguardia. Sin embargo, precisamente porque el matrimonio tiene una dimensión intrÃnsecamente jurÃdica, ser sabios y convencidos servidores de la justicia en este delicado e importantÃsimo campo tiene un valor de testimonio muy significativo y de gran apoyo para todos.
Vosotros, queridos prelados auditores, estáis comprometidos en un frente en el que la responsabilidad con respecto a la verdad se aprecia de modo especial en nuestro tiempo. Permaneciendo fieles a vuestro cometido, haced que vuestra acción se inserte armoniosamente en un redescubrimiento global de la belleza de la âverdad sobre el matrimonioâ âla verdad del âprincipioââ, que Jesús nos enseñó plenamente y que el EspÃritu Santo nos recuerda continuamente en el hoy de la Iglesia.
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Queridos prelados auditores, oficiales y colaboradores, estas son las consideraciones que deseaba proponer a vuestra atención, con la certeza de encontrar en vosotros a jueces y magistrados dispuestos a compartir y a hacer suya una doctrina de tanta importancia y gravedad. Os expreso a todos y a cada uno en particular mi complacencia, con plena confianza en que el Tribunal apostólico de la Rota romana, manifestación eficaz y autorizada de la sabidurÃa jurÃdica de la Iglesia, seguirá desempe- ñando con coherencia su no fácil munus al servicio del designio divino perseguido por el Creador y por el Redentor mediante la institución matrimonial.
[Insegnamenti BXVI, III/1 (2007), 117-122]
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Sono particolarmente lieto di incontrarmi nuovamente con voi in occasione dellâinaugurazione dellâanno giudiziario. Saluto cordialmente il Collegio dei Prelati Uditori, ad iniziare dal Decano, Mons. Antoni Stankiewicz, che ringrazio per le parole con le quali ha introdotto questo nostro incontro. Saluto poi gli Officiali, gli avvocati e gli altri collaboratori di codesto Tribunale, come pure i membri dello Studio rotale e tutti i presenti.
Colgo volentieri lâoccasione per rinnovarvi lâespressione della mia stima e per ribadire, al tempo stesso, la rilevanza del vostro ministero ecclesiale in un settore tanto vitale qual è lâattività giudiziaria. Ho ben presente il prezioso lavoro che siete chiamati a svolgere con diligenza e scrupolo a nome e per mandato di questa Sede Apostolica. Il vostro delicato compito di servizio alla verità nella giustizia è sostenuto dalle insigni tradizioni di codesto Tribunale, al cui rispetto ciascuno di voi deve sentirsi personalmente impegnato.
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Lâanno scorso, nel mio primo incontro con voi, ho cercato di esplorare le vie per superare lâapparente contrapposizione tra lâistituto del processo di nullità matrimoniale e il genuino senso pastorale. In tale prospettiva, emergeva lâamore alla verità quale punto di convergenza tra ricerca processuale e servizio pastorale alle persone. Non dobbiamo però dimenticare che nelle cause di nullità matrimoniale la verità processuale presuppone la âverità del matrimonioâ stesso.
Lâespressione âverità del matrimonioâ perde però rilevanza esistenziale in un contesto culturale segnato dal relativismo e dal positivismo giuridico, che considerano il matrimonio come una mera formalizzazione sociale dei legami affettivi. Di conseguenza, esso non solo diventa contingente come lo possono essere i sentimenti umani, ma si presenta come una sovrastruttura legale che la volontà umana potrebbe manipolare a piacimento, privandola perfino della sua indole eterosessuale.
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Questa crisi di senso del matrimonio si fa sentire anche nel modo di pensare di non pochi fedeli. Gli effetti pratici di quella che ho chiamato âermeneutica della discontinuità e della rotturaâ circa lâinsegnamento del Concilio Vaticano II (cfr Discorso alla Curia Romana, 22 dicembre 2005) si avvertono in modo particolarmente intenso nellâambito del matrimonio e della famiglia. Infatti, ad alcuni sembra che la dottrina conciliare sul matrimonio, e concretamente la descrizione di questo istituto come âintima communitas vitae et amorisâ (Cost. past. Gaudium et spes, n. 48), debba portare a negare lâesistenza di un vincolo coniugale indissolubile, perché si tratterebbe di un âidealeâ al quale non possono essere âobbligatiâ i âcristiani normaliâ.
Di fatto, si è diffusa anche in certi ambienti ecclesiali la convinzione secondo cui il bene pastorale delle persone in situazione matrimoniale irregolare esigerebbe una sorta di loro regolarizzazione canonica, indipendentemente dalla validità o nullità del loro matrimonio, indipendentemente cioè dalla âverità â circa la loro condizione personale. La via della dichiarazione di nullità matrimoniale viene di fatto considerata uno strumento giuridico per raggiungere tale obiettivo, secondo una logica in cui il diritto diventa la formalizzazione delle pretese soggettive. Al riguardo, va innanzitutto sottolineato che il Concilio descrive certamente il matrimonio come intima communitas vitae et amoris, ma tale comunità viene determinata, seguendo la tradizione della Chiesa, da un insieme di principi di diritto divino, che fissano il suo vero senso antropologico permanente (cfr. ibid.).
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Poi, in fedele continuità ermeneutica con il Concilio, si è mosso il magistero di Paolo VI e di Giovanni Paolo II, come anche lâopera legislativa dei Codici tanto latino quanto orientale. Da tali Istanze infatti è stato portato avanti, anche a riguardo della dottrina e della disciplina matrimoniale, lo sforzo della âriformaâ o del ârinnovamento nella continuità â (cfr Discorso alla Curia Romana, cit.). Questo sforzo si è sviluppato poggiando sullâindiscusso presupposto che il matrimonio abbia una sua verità , alla cui scoperta e al cui approfondimento concorrono armonicamente ragione e fede, cioè la conoscenza umana, illuminata dalla Parola di Dio, sulla realtà sessualmente differenziata dellâuomo e della donna, con le loro profonde esigenze di complementarietà , di donazione definitiva e di esclusività .
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La verità antropologica e salvifica del matrimonio âanche nella sua dimensione giuridicaâ viene presentata già nella Sacra Scrittura. La risposta di Gesù a quei farisei che gli chiedevano il suo parere circa la liceità del ripudio è ben nota: âNon avete letto che il Creatore da principio li creò maschio e femmina e disse: Per questo lâuomo lascerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una carne sola? Così che non sono più due, ma una carne sola. Quello dunque che Dio ha congiunto, lâuomo non lo separiâ (Mt 19,4-6).
Le citazioni della Genesi (1,27; 2,24) ripropongono la verità matrimoniale del âprincipioâ, quella verità la cui pienezza si trova in rapporto allâunione di Cristo con la Chiesa (cfr Ef 5, 30-31), e che è stata oggetto di così ampie e profonde riflessioni da parte del Papa Giovanni Paolo II nei suoi cicli di catechesi sullâamore umano nel disegno divino. A partire da questa unità duale della coppia umana si può elaborare unâautentica antropologia giuridica del matrimonio.
In tal senso, sono particolarmente illuminanti le parole conclusive di Gesù: âQuello dunque che Dio ha congiunto, lâuomo non lo separiâ. Ogni matrimonio è certamente frutto del libero consenso dellâuomo e della donna, ma la loro libertà traduce in atto la capacità naturale inerente alla loro mascolinità e femminilità . Lâunione avviene in virtù del disegno di Dio stesso, che li ha creati maschio e femmina e dà loro il potere di unire per sempre quelle dimensioni naturali e complementari delle loro persone.
Lâindissolubilità del matrimonio non deriva dallâimpegno definitivo dei contraenti, ma è intrinseca alla natura del âpotente legame stabilito dal Creatoreâ (Giovanni Paolo II, Catechesi del 21 novembre 1979, n. 2). I contraenti si devono impegnare definitivamente proprio perché il matrimonio è tale nel disegno della creazione e della redenzione. E la giuridicità essenziale del matrimonio risiede proprio in questo legame, che per lâuomo e la donna rappresenta unâesigenza di giustizia e di amore a cui, per il loro bene e per quello di tutti, essi non si possono sottrarre senza contraddire ciò che Dio stesso ha fatto in loro.
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Occorre approfondire questâaspetto, non solo in considerazione del vostro ruolo di canonisti, ma anche perché la comprensione complessiva dellâistituto matrimoniale non può non includere anche la chiarezza circa la sua dimensione giuridica. Tuttavia, le concezioni circa la natura di tale rapporto possono divergere in maniera radicale.
Per il positivismo, la giuridicità del rapporto coniugale sarebbe unicamente il risultato dellâapplicazione di una norma umana formalmente valida ed efficace. In questo modo, la realtà umana della vita e dellâamore coniugale rimane estrinseca allâistituzione âgiuridicaâ del matrimonio. Si crea uno iato tra diritto ed esistenza umana che nega radicalmente la possibilità di una fondazione antropologica del diritto.
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Del tutto diversa è la via tradizionale della Chiesa nella comprensione della dimensione giuridica dellâunione coniugale, sulla scia degli insegnamenti di Gesù, degli Apostoli e dei Santi Padri. SantâAgostino, ad esempio, citando San Paolo afferma con forza: âCui fidei [coniugali] tantum iuris tribuit Apostolus, ut eam potestatem appellaret, dicens: Mulier non habet potestatem corporis sui, sed vir; similiter autem et vir non habet potestatem corporis sui, sed mulier (1 Cor 7,4)â (De bono coniugali, 4,4).
San Paolo che così profondamente espone nella Lettera agli Efesini il âmystérion megaâ dellâamore coniugale in rapporto allâunione di Cristo con la Chiesa (5,22-31), non esita ad applicare al matrimonio i termini più forti del diritto per designare il vincolo giuridico con cui sono uniti i coniugi fra loro, nella loro dimensione sessuale. Così pure, per SantâAgostino, la giuridicità è essenziale in ciascuno dei tre beni (proles, fides, sacramentum), che costituiscono i cardini della sua esposizione dottrinale sul matrimonio.
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Di fronte alla relativizzazione soggettivistica e libertaria dellâesperienza sessuale, la tradizione della Chiesa afferma con chiarezza lâindole naturalmente giuridica del matrimonio, cioè la sua appartenenza per natura allâambito della giustizia nelle relazioni interpersonali. In questâottica, il diritto sâintreccia davvero con la vita e con lâamore come un suo intrinseco dover essere. Perciò, come ho scritto nella mia prima Enciclica, âin un orientamento fondato nella creazione, lâeros rimanda lâuomo al matrimonio, a un legame caratterizzato da unicità e definitività ; così, e solo così, si realizza la sua intima destinazioneâ (Deus caritas est, 11). Amore e diritto possono così unirsi fino al punto da far sì che marito e moglie si debbano a vicenda lâamore che spontaneamente si vogliono: lâamore è in essi il frutto del loro libero volere il bene dellâaltro e dei figli; il che, del resto, è anche esigenza dellâamore verso il proprio vero bene.
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Lâintero operato della Chiesa e dei fedeli in campo familiare deve fondarsi su questa verità circa il matrimonio e la sua intrinseca dimensione giuridica. Ciò nonostante, come ricordavo prima, la mentalità relativistica, in forme più o meno aperte o subdole, può insinuarsi anche nella comunità ecclesiale. Voi siete ben consapevoli dellâattualità di questo rischio, che si manifesta a volte in una distorta interpretazione delle norme canoniche vigenti.
A questa tendenza occorre reagire con coraggio e fiducia, applicando costantemente lâermeneutica del rinnovamento nella continuità e non lasciandosi sedurre da vie interpretative che implicano una rottura con la tradizione della Chiesa. Queste vie si allontanano dalla vera essenza del matrimonio nonché dalla sua intrinseca dimensione giuridica e, sotto svariati nomi più o meno attraenti, cercano di dissimulare una contraffazione della realtà coniugale. Si arriva così a sostenere che niente sarebbe giusto o ingiusto nelle relazioni di coppia, ma unicamente rispondente o no alla realizzazione delle aspirazioni soggettive di ciascuna delle parti. In questâottica lâidea del âmatrimonio in facto esseâ oscilla tra relazione meramente fattuale e facciata giuridico-positivistica, trascurando la sua essenza di vincolo intrinseco di giustizia tra le persone dellâuomo e della donna.
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Il contributo dei tribunali ecclesiastici al superamento della crisi di senso sul matrimonio, nella Chiesa e nella società civile, potrebbe sembrare ad alcuni piuttosto secondario e di retroguardia. Tuttavia, proprio perché il matrimonio ha una dimensione intrinsecamente giuridica, lâessere saggi e convinti servitori della giustizia in questo delicato ed importantissimo campo ha un valore di testimonianza molto significativo e di grande sostegno per tutti.
Voi, cari Prelati Uditori, siete impegnati su un fronte nel quale la responsabilità per la verità si fa sentire in modo speciale ai nostri tempi. Rimanendo fedeli al vostro compito, fate sì che la vostra azione sâinserisca armonicamente in una globale riscoperta della bellezza di quella âverità sul matrimonioâ âla verità del âprincipioââ che Gesù ci ha pienamente insegnato e che lo Spirito Santo ci ricorda continuamente nellâoggi della Chiesa.
2007 01 27 0011
Sono queste, cari Prelati Uditori, Officiali e Collaboratori, le considerazioni che mi premeva proporre alla vostra attenzione, nella certezza di trovare in voi giudici e magistrati pronti a condividere e a fare propria una dottrina di tanta importanza e gravità . Esprimo a tutti e a ciascuno in particolare il mio compiacimento, nella piena fiducia che il Tribunale Apostolico della Rota Romana, efficace e autorevole manifestazione della sapienza giuridica della Chiesa, continuerà a svolgere con coerenza il proprio non facile munus a servizio del disegno divino perseguito dal Creatore e dal Redentore mediante lâistituzione matrimoniale.