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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[2166] • BENEDICTO XVI (2005- • DEBER DE RESPETAR LAS LEYES DEL CUERPO, DE LA SEXUALIDAD Y DEL AMOR. EL VALOR DEL AMOR FIEL, DE LA FAMILIA Y DE LA VIDA

Del Encuentro Innanzitutto vorrei, con los párrocos y sacerdotes de las diócesis de Belluno-Feltre y Treviso, en la Iglesia de Santa Justina Mártir, Auronzo di Cadoremartes, 24 julio 2007

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Aquí, en este contexto, respetando las experiencias humanas que nos indican el camino hoy y mañana, me parece que los diez Mandamientos tienen siempre un valor prioritario, en el que vemos las grandes señales que nos indican el camino. Los diez Mandamientos releídos, revividos a la luz de Cristo, a la luz de la vida de la Iglesia y de sus experiencias, indican algunos valores fundamentales y esenciales: los mandamientos cuarto y sexto, juntos, indican la importancia de nuestro cuerpo, de respetar las leyes del cuerpo, de la sexualidad y del amor, el valor del amor fiel, la familia. El quinto mandamiento indica el valor de la vida y también el valor de la vida común. El séptimo mandamiento indica el valor de compartir los bienes de la tierra, la justa distribución de estos bienes, la administración de la creación de Dios. El octavo mandamiento indica el gran valor de la verdad.

Por tanto, si los mandamientos cuarto, quinto y sexto indican el amor al prójimo, el octavo señala la verdad. Todo esto no funciona si falta la comunión con Dios, el respeto de Dios y la presencia de Dios en el mundo. Un mundo sin Dios será siempre un mundo de arbitrariedad y de egoísmo. Sólo si aparece Dios hay luz, hay esperanza. Nuestra vida tiene un sentido que no surge de nosotros, sino que nos precede, nos dirige. Por consiguiente, en este sentido tomamos juntos los caminos obvios que hoy también la conciencia laica puede ver fácilmente, y así tratamos de guiar las voces más profundas, la voz verdadera de la conciencia, que se comunica en la gran tradición de la oración, de la vida moral de la Iglesia. Yo creo que, con un camino de paciente educación, todos podemos aprender a vivir y a encontrar la verdadera vida. [...]

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Sí, se trata de un problema doloroso, y ciertamente no existe una receta sencilla para resolverlo. Todos sufrimos por este problema, pues todos tenemos cerca a personas que se encuentran en esa situación y sabemos que para ellos es un dolor y un sufrimiento, porque quieren estar en plena comunión con la Iglesia. El vínculo de su matrimonio anterior reduce su participación en la vida de la Iglesia. ¿Qué hacer?

Un primer punto sería, naturalmente, la prevención, en la medida de lo posible. Por eso, resulta cada vez más fundamental y necesaria la preparación para el matrimonio. El Derecho canónico supone que el hombre como tal, incluso el que no tiene una gran instrucción, quiere formar un matrimonio según la naturaleza humana, como se indica en los primeros capítulos del Génesis. Es hombre, tiene una naturaleza humana y, por consiguiente, sabe lo que es el matrimonio. Quiere hacer lo que dice su naturaleza humana. Esto es lo que da por supuesto el Derecho canónico. Es algo que se impone: el hombre es hombre, la naturaleza es así, y le dice eso.

Pero hoy ese axioma, según el cual el hombre quiere hacer lo que está en su naturaleza: un matrimonio único y fiel, se transforma en un axioma un poco diverso. “Volunt contrahere matrimonium sicut ceteri homines”. Ya no sólo habla la naturaleza, sino los “ceteri homines”: lo que hacen todos. Y lo que hoy hacen todos no es sólo el matrimonio natural, según el Creador, según la creación. Lo que hacen los “ceteri homines” es casarse con la idea de que un día el matrimonio puede fracasar y luego se puede pasar a un segundo, a un tercero y a un cuarto matrimonio. Este modelo, “como hacen todos”, se convierte en un modelo opuesto a lo que dice la naturaleza. Así resulta normal casarse, divorciarse y volverse a casar; y nadie piensa que es algo que va contra la naturaleza humana, o al menos es difícil encontrar a una persona que piense así.

Por eso, para ayudar a las personas a llegar realmente al matrimonio, no sólo en el sentido de la Iglesia, sino también en el del Creador, debemos reparar la capacidad de escuchar a la naturaleza. Así volvemos a la primera cuestión, a la primera pregunta. Es necesario redescubrir en “lo que hacen todos” lo que nos dice la naturaleza misma, que habla de modo diferente al de esa costumbre moderna. En efecto, nos invita al matrimonio para toda la vida, con una fidelidad que dure toda la vida, a pesar de los sufrimientos que implica crecer juntos en el amor.

Así pues, los cursos de preparación para el matrimonio deben ayudar a reparar en nosotros la voz de la naturaleza, del Creador, para redescubrir en lo que hacen todos los “ceteri homines” lo que nos dice íntimamente nuestro ser mismo. En esta situación, entre lo que hacen todos y lo que dice nuestro ser, los cursos de preparación para el matrimonio deben ser un camino de redescubrimiento, para volver a aprender lo que nos dice nuestro ser; deben ayudar a llegar a una verdadera decisión con respecto al matrimonio según el Creador y según el Redentor.

Esos cursos de preparación son muy importantes para “conocerse a sí mismos”, para descubrir la verdadera voluntad matrimonial. No basta la preparación, pues las grandes crisis vienen después. Por eso, es muy importante el acompañamiento durante los primeros diez años de matrimonio. En la parroquia no sólo hay que promover los cursos de preparación, sino también la comunión en el camino que viene después: acompañarse y ayudarse recíprocamente. Los sacerdotes, y también las familias que ya han hecho esas experiencias, que conocen esos sufrimientos, esas tentaciones, deben ayudarles en sus momentos de crisis. Es importante la presencia de una red de familias que se ayuden mutuamente. También los Movimientos pueden prestar una gran ayuda.

La primera parte de mi respuesta sugiere la prevención, no sólo en el sentido de preparar, sino también de acompañar, es decir, la presencia de una red de familias que ayude a afrontar esta situación moderna, donde todo habla contra una fidelidad de por vida. Es necesario ayudar a encontrar esta fidelidad, a aprenderla incluso en medio del sufrimiento.

Sin embargo, en caso de fracaso, es decir, cuando los esposos no se sienten capaces de cumplir su primera voluntad, queda siempre la pregunta de si realmente fue una voluntad, en el sentido del sacramento. Por tanto, se puede abrir un proceso para la declaración de nulidad. Si fue un verdadero matrimonio, y en consecuencia no pueden volver a casarse, la presencia permanente de la Iglesia ayuda a estas personas a soportar otro sufrimiento. En el primer caso tenemos el sufrimiento de superar esa crisis, de aprender una fidelidad ardua y madura. En el segundo, tenemos el sufrimiento de encontrarse en un vínculo nuevo, que no es el sacramental y que por tanto no permite la comunión plena en los sacramentos de la Iglesia. Aquí se trata de enseñar y aprender a vivir con este sufrimiento. Volveremos a este punto en la primera pregunta de la otra diócesis.

Por lo general, en nuestra generación, en nuestra cultura, debemos redescubrir el valor del sufrimiento, aprender que el sufrimiento puede ser algo muy positivo, pues nos ayuda a madurar, a ser lo que debemos ser, a estar más cerca del Señor, que sufrió por nosotros y sufre con nosotros. Así pues, también en esta segunda situación es de suma importancia la presencia del sacerdote, de las familias, de los Movimientos, la comunión personal y comunitaria, la ayuda del amor al prójimo, un amor muy específico. Sólo este amor profundo de la Iglesia, que se realiza con un acompañamiento múltiple, puede ayudar a estas personas a sentirse amadas por Cristo, miembros de la Iglesia, incluso en una situación difícil, y a vivir la fe.

[Insegnamenti BXVI, III/2 (2007), 58, 63-65]