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[0288] • LEÓN XIII, 1878-1903 • EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

De la Carta Encíclica Caritatis providentiaeque, a los Obispos de Polonia, 19 marzo 1894

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[3.–][...] La pureza y honestidad de la vida doméstica, de la cual fluye principalmente la salud a las venas de la sociedad civil, deben lograrse primero por la santidad del matrimonio, que es uno e indisoluble cuando se ha contraído según las leyes de Dios y de la Iglesia. Los deberes y derechos de los esposos deben ser inviolables y cumplirse unos y ejercerse otros con la mayor concordia y caridad; los padres velarán por la protección, el bienestar y especialmente por la educación de sus hijos; irán delante de ellos con el ejemplo de su vida, pues no hay nada más valioso y eficaz que él.

Y no hay que huir sólo de aquellas escuelas y liceos donde de intento se mezcla en las enseñanzas el error sobre la religión, o donde casi domina la impiedad; también, de aquellas otras en las que no se enseña y da instrucción sobre la vida y costumbres cristianas, por estimarse inoportunas. Porque como son instruidos en las letras y en las artes, así también debe educárseles igualmente en el conocimiento y amor de las cosas divinas, puesto que –según enseña y ordena la misma naturaleza– tienen para con Dios obligaciones no menores que respecto del Estado, sino mucho mayores; y por ello a fin de ser recibidos en la luz, como ciudadanos del Cielo, dirijan y realicen con celo su caminar hacia la patria que permanecerá en el Cielo. En este empeño nunca debe haber parones, porque la cultura civil avanza al ritmo de los tiempos; es más, se ha de poner un interés mayor, por un lado, porque la juventud se siente cada día más urgida por el deseo de saber, hasta el punto de que ahora sobre todo se dedican a estudiar; y por otro lado, porque cada día le acechan unos peligros mayores contra la fe, habiendo que lamentar ya grandes pérdidas en esta materia. Y por lo que se refiere al modo de enseñar la sagrada doctrina, a la honradez y capacitación de los maestros, a la selección de los libros, la Iglesia tiene a bien reservarse unas cuantas cautelas, y lo hace en verdad por derecho propio; y no puede no hacerlo, ya que está obligada por su gravísimo ministerio a velar por que no se deslice nada ajeno a la integridad de la fe o de las costumbres que dañe al pueblo cristiano.