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[0361] • PÍO XII, 1939-1958 • LA PAZ CON DIOS, FUENTE DE LA FELICIDAD FAMILIAR

De la Alocución L’augurio che, a unos recién casados, 19 julio 1939

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[5.–] La paz, fuente de verdadera felicidad, no puede venir sino de Dios, no puede encontrarse sino en Dios: “Oh Señor, nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti”. Por eso la tranquilidad absoluta, la felicidad completa y perfecta no se tendrá sino en el cielo con la visión de la divina esencia. Pero también durante la vida terrena, la condición fundamental de la paz verdadera y de la sana alegría es la dependencia amorosa y filial de la voluntad de Dios: todo lo que debilita, lo que rompe, lo que quiebra esta conformidad y unión de voluntad, está en oposición con la paz: ante todo y sobre todo el pecado. El pecado es rotura y desunión, turbación y desorden, remordimiento y temor, y los que resisten a la voluntad de Dios no tienen, no pueden tener la paz: “Quis restitit Ei et pacem habuit?”(1), mientras la paz es la feliz herencia de los que observan la ley de Dios: “Pax multa diligentibus legem Tuam”(2).

1. Job IX, 4.

2. Ps. CXVIII, 165.

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[6.–] Sobre esta base sólidamente establecida, encuentran los esposos cristianos y los padres cristianos el principio generador de la felicidad y el sostén de la paz en la familia. En efecto, la familia cristiana, huyendo del egoísmo y de la búsqueda de las propias satisfacciones, está toda impregnada de amor y de caridad; y entonces, aunque lleguen a desaparecer los fugaces atractivos de los sentidos, aunque caigan marchitas una tras otra las flores de la belleza juvenil, aunque se desvanezcan los engañosos fantasmas de la imaginación, quedará siempre entre los esposos, entre los hijos y los padres, intacto el vínculo de los corazones; permanecerá inmutable el amor, el grande animador de toda la vida doméstica, y con él la felicidad y la paz.

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[7.–] Porque quien estima el rito sagrado de las bodas cristianas como una simple ceremonia exterior que hay que observar para seguir una costumbre, quien lleva a él un alma en desgracia de Dios, profanando así el sacramento de Cristo, seca el manantial de gracias sobrenaturales que en el designio admirable de la providencia están destinadas a fecundar el jardín de la familia y a hacer germinar en él juntamente las flores de la virtud y los frutos de la verdadera paz y del gozo más puro.

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[8.–] Familias inauguradas en la culpa, a la primera tormenta darán consigo en los escollos, o bien andarán como nave abandonada a merced de las olas, a la deriva de doctrinas que, en la llamada libertad o licencia, preparan la más dura esclavitud. Los profanadores de la familia no tendrán paz; sólo la familia cristiana concorde con la ley del Creador y del Redentor, ayudada por la gracia, es garantía de paz.

[FC, 26-28]