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[0367] • PÍO XII, 1939-1958 • LA SEDE MATERIAL DEL HOGAR

De la Alocución Voi siete venuti, a unos recién casados, 15 noviembre 1939

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[3.–] Recordad lo que desde la infancia decía a vuestro corazón esta palabra: ¡la casa! Allí estaba todo vuestro amor, concentrado en un padre, en una madre, en los hermanos, en las hermanas. Uno de los más grandes sacrificios que Dios pide a un alma, cuando la llama a un estado superior de perfección, es el de dejar la casa: “Escucha, oh hijo... olvida la casa de tu padre” (1). “El que hubiere abandonado su casa... por amor de mi nombre... tendrá la vida eterna” (2).

1. Pt. XLIV, 11.

2. Math. XIX, 29.

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[4.–] Ahora bien, también a vosotros, que camináis por la vía ordinaria de los mandamientos, un amor nuevo e imperioso os hizo un día sentir su llamada: deja –os dijo a cada uno de vosotros– la casa de tu padre, porque tú debes fundar otra que será la “tuya”. Y desde entonces, vuestro ardiente deseo ha sido encontrar, establecer lo que para vosotros será “la casa”.

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[5.–] Porque, como dice la Sagrada Escritura, “la suma de la vida humana es... el pan, el vestido y la casa” (3). No tener casa, estar sin techo y sin hogar, como sin embargo están no pocos infelices ¿no es acaso el símbolo de la máxima angustia y miseria? Sin embargo, vosotros recordáis ciertamente que Jesús, nuestro Salvador, si conoció las dulzuras de la casa familiar bajo el humilde techo de Nazareth, quiso después, durante su vida apostólica, ser como un hombre sin casa: “Las raposas, decía Él, tienen sus madrigueras, y los pájaros del aire sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde posar la cabeza” (1[4]).

3. Eccli. XXIX, 28.

1[4]. Matth. VIII, 20.

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[6.–] Considerando este ejemplo del Divino Redentor, vosotros aceptaréis más fácilmente las condiciones de vuestra nueva vida, aunque ellas no correspondieran por ahora o en todos los detalles a lo que vosotros habéis soñado.

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[7.–] En todo caso, poned cuidado exquisito, especialmente vosotras, jóvenes esposas, en hacer amable, íntima, la morada propia; en hacer reinar en ella la paz, con la armonía de dos corazones lealmente fieles a sus promesas, y después, si Dios quiere, con una alegre y gloriosa corona de hijos. Ya hace mucho tiempo que Salomón, desengañado y convencido de la vanidad de las riquezas terrenas, había dicho: “Más vale un mendrugo de pan seco con paz, que una casa llena de carne, con discordia” (2[5]).

2[5]. Prov. XVII, 1.

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[8.–] Pero no olvidéis que todos los esfuerzos serán vanos y que no encontraréis la felicidad de vuestro hogar, si Dios no edifica la casa con vosotros (1[6]) para vivir allí con su gracia. También vosotros debéis hacer, por decirlo así, la dedicación de esta “basílica”, esto es, debéis consagrar a Dios, bajo la invocación de la Virgen Santísima y de vuestros santos patronos, vuestro pequeño templo familiar, donde el mutuo amor debe ser el rey pacífico, en la observancia fiel de los preceptos divinos.

[FC, 32-33]

1[6]. Cfr. Ps. CXXVI, 1.