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[0377] • PÍO XII, 1939-1958 • FE, ESPERANZA Y CARIDAD EN LA VIDA CONYUGAL Y FAMILIAR

De la Alocución Guidate da un, a unos recién casados, 3 abril 1940

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[5.–] Así pues, queridos recién casados, a quienes se abre la primavera de la vida, entrad con una fe profunda en Dios, con una firme confianza en su poder y en su bondad. Podréis tener pruebas; Dios mismo parecerá, en ciertos momentos, dejaros solos en la dificultad, como un padre que gusta de medir, escondiéndose por un instante, las fuerzas de su propio hijo. Su justicia, igual que la de un padre, podrá permitir al dolor del cuerpo o del alma, purificaros, ofreciéndoos así el medio de una penitencia reparadora. Podrán pasar nubes por el cielo, hoy tan azul, de vuestro mutuo amor, y oscurecer por algún tiempo su esplendor. Reavivad entonces vuestra fe en Dios; reanimad la fe en vuestras promesas, la fe en la gracia sacramental, la fe en la dulzura pacificadora de las reconciliaciones prontas y sinceras.

1940 04 03 0008

[8.–] [...] También el hogar doméstico, ese nido de una familia joven, se construye muchas veces sólo poco a poco, con muchas fatigas y cuidados, en la cavidad de duras rocas o sobre un ramo que el viento agita; pero este trabajo se realiza con gozo, porque se emprende con esperanza. Fundar una familia no es solamente vivir para sí mismo, desenvolver útilmente en sí las fuerzas del cuerpo, las facultades del espíritu, las cualidades sobrenaturales del alma; es multiplicar la vida, es decir, es querer como resucitar y revivir a pesar del tiempo y de la muerte, en las generaciones sucesivas cuyo largo desenvolvimiento en la serie indefinida del tiempo no se llega a abarcar con la mirada.

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[9.–] ¡Infelices los esposos que no han comprendido y gustado la dulzura de esta esperanza! ¡Más infelices aún y culpables aquéllos que, en oposición a las leyes del Creador, le restringen o le cierran el acceso al nido familiar! Acaso demasiado tarde, se acordarán de que ellos mismos, sólo por una alegría efímera, han abierto sobre su hogar la puerta de aquel abismo donde perece toda esperanza.

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[12.–] Escuchad ahora, queridos esposos, a vuestro propio corazón. Le sentiréis cantar el himno generoso y desinteresado que llega hasta el don total de sí. Este deseo imperioso de un mutuo holocausto se satisfará en vosotros únicamente si el recíproco don sancionado por una sacra promesa, es sin división, sin reserva, sin revocación, a semejanza del don que debéis hacer a Dios de vosotros mismos. La caridad es una; el vínculo tejido entre vosotros con el matrimonio cristiano, tiene algo de divino en su principio, como la religión misma, y por eso tiene algo de eterno en sus consecuencias. Manteneros fieles a él, a pesar de las pruebas, las borrascas, las tentaciones, es un ideal que puede parecer superior a las fuerzas humanas; pero que será una realidad sobrenatural si correspondéis a la gracia del sacramento, que os ha sido dada precisamente para ratificar vuestra unión en la sangre del Redentor, unión indisoluble, como la de Cristo con su Iglesia.

[FC, 65-67]