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[0380] • PÍO XII, 1939-1958 • SAN MIGUEL ARCÁNGEL, PROTECTOR DE LA SALUD ESPIRITUAL Y MATERIAL DE LAS FAMILIAS

De la Alocución Nella schiera, a unos recién casados, 8 mayo 1940

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[1.–] En la serie de santos que la Iglesia venera, ésta ofrece fieles patronos para los diversos estados y las diversas edades de la vida. Ya sabéis, queridos recién casados; pero acaso os veréis algo sorprendidos al sentirnos hoy invocar sobre vosotros la protección del arcángel San Miguel, cuya aparición celebra la Iglesia en este día, y hacia el cual, como primer impulso, no experimentáis acaso sino una especie de reverente temor. La iconografía sagrada lo dibuja con las líneas severas de un guerrero que aterra al demonio. [...]

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[2.–] Pero más que cualquier otro, parece que deberían temer a este vengador de los derechos de Dios, el hombre y la mujer que dejan a su padre y a su madre (1) para emprender juntos el misterioso viaje de la vida. Porque, como tal vengador, les recuerda casi instintivamente al querubín que, armado de una espada llameante, arrojó del Paraíso terrestre a la primera pareja humana (2).

1. Gen. II, 24.

2. Gen. III, 24.

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[3.–] Ahora bien, aunque tal temor no deje de tener una apariencia de razón, son más fuertes los motivos de confianza y de esperanza. Porque en la hora misma de aquella tragedia inicial de la humanidad, mientras nuestros primeros padres se alejaban en la hosca y fría niebla del anatema, una nube ligera, semejante a la que un día debía ver el profeta Elías (3) aparecía ya en el horizonte anunciando la rociada benéfica de los grandes perdones: Miguel, con la milicia de los ángeles fieles, entreveía la maravilla de la encarnación divina y de la redención del género humano. Lejos de envidiar a éste, como el orgulloso Lucifer, el honor de la unión hipostática, y obedeciendo según su nombre y su divisa: “Quis ut Deus?” al Señor que no tiene igual, adoró con todos los ángeles buenos al Verbo encarnado (1[4]). Así, no ha cesado de amar a los hombres, hacia los cuales experimenta una piedad casi fraternal, y cuanto más se esfuerza Satanás por hacerles caer en el infierno, tanto más trabaja el arcángel para conducirlos de nuevo al Paraíso perdido.

3. III Reg. XVIII, 44.

1[4]. Hebr. I, 6.

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[4.–] Introducir las almas ante Dios en la gloria eterna es un papel que la liturgia y la tradición atribuyen a San Miguel. [...]

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[5.–] [...] ¡Cuán caro, pues, queridos esposos, os debe ser su patrocinio para ayudaros a acoger en este mundo las almas a las que vosotros preparáis, obedeciendo las leyes del Creador, una morada corporal!

Además de que San Miguel os sostendrá también en vuestra misión, cuidando de vosotros y de vuestros hijos.

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[6.–] Porque es una devoción muy antigua (2[5]) invocar al gran de arcángel como protector de la salud y patrono de los enfermos. [...] Vosotros, pues, queridos hijos e hijas, que entrevéis ya, junto con los goces, los deberes y los cuidados de la familia, pedid a San Miguel que aleje de vuestro hogar la ansiedad que la salud precaria de los niños, o la amenaza de epidemias, o las crisis mismas del desarrollo, causan en el corazón de los padres.

2[5]. Cfr. Acta Sanctorum, septiembre, T. VIII, pág. 49 y siguientes, 65-66.

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[8.–] Pero la Iglesia invoca al arcángel sobre todo como protector de la salud de las almas, mucho más preciosa que la del cuerpo, y siempre amenazada por el contagio del mal. Sin duda, la Iglesia está segura de que las potencias infernales no prevalecerán contra ella (1[6]); pero sabe también que, especialmente para la conservación de la vida cristiana en cada persona y en cada país, debe implorar el socorro divino, y que Dios tiene por ministros suyos a los ángeles (2[7]). Por eso todas las mañanas, al fin de la santa misa, el sacerdote ora en unión de los fieles: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en el combate...; arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que andan errantes por el mundo para la perdición de las almas”. Rara vez ha parecido más urgente que ahora esta invocación. El mundo, intoxicado por la mentira y la deslealtad, herido por los excesos de la violencia, ha perdido la salud moral y la alegría, al perder la paz. Si la tierra, después del pecado original, no pudo ser ya un paraíso, podría sin embargo ser y debería haber sido un asilo de fraterna concordia entre los hombres y entre los pueblos. Pero el incendio de la guerra lo devora todo en unas naciones y amenaza invadir a otras. Nuestro corazón se conmueve especialmente por vosotros, queridos hijos e hijas, y por tantos otros recién casados de todo país, que en esta trágica primavera unen sus destinos. ¡Cómo ver sin un grito de horror perfilarse, aunque sea de lejos, sobre estos hogares nuevos, donde sonríe la esperanza, el espectro terrible de la guerra!

[FC, 76-80]

1[6]. Matth. XVI, 18.

2[7]. Ps. CIII, 4.