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[0391] • PÍO XII, 1939-1958 • EL ROSARIO EN LA FAMILIA

De la Alocución Di gran cuore, a unos recién casados, 16 octubre 1940

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[3.–] [...] Ahora, con el sacramento del matrimonio celebrado en este mes dedicado a María, nos parece que toda vuestra vida por venir será como una mata de rosas, un rosario cuyo rezo perseverante y concorde comienza cuando a los pies del altar habéis unido vuestros corazones, obligados así por deberes nuevos y más graves, que con vuestro consentimiento nupcial bendito por Dios habéis libremente contraído.

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[4.–] Vuestro “sí” sacramental tiene en realidad algo del “Pater noster” por el compromiso que implica de santificar el nombre de Dios en la obediencia a sus leyes (“sanctificetur nomen tuum”), de establecer su reino en vuestro hogar doméstico (“adveniat regnum tuum”), de perdonar todos los días, el uno a la otra, las mutuas ofensas o faltas (“et dimitte nobis... sicut et nos dimittimus...”), de combatir las tentaciones (“et ne nos inducas in tentationem”), de huir del mal (“sed libera nos a malo”), y sobre todo el “fiat” resuelto y confiado con que os presentáis al encuentro de los misterios del porvenir. Aquel “sí” es también como un reflejo de la salutación angélica, porque os abre una nueva fuente de gracia de la que María, “gratia plena”, es la soberana dispensadora, y que es la habitación de Dios en vosotros (“Dominus tecum”); es una prenda especial de bendiciones no sólo para vosotros, sino también para los frutos de vuestra unión; un nuevo título de remisión de los pecados durante la vida y de asistencia materna en la hora suprema (“nunc et in hora...”). Así, pues, permaneciendo fieles a los deberes de vuestro nuevo estado, viviréis en el espíritu del santo rosario, y vuestras jornadas se desenvolverán como una concatenación de actos de fe y de amor hacia Dios y hacia María, a través de los años, que os deseamos numerosos y ricos de favores celestes.

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[5.–] 2.–Pero un rosario, queridos hijos e hijas, significa también que los misterios de vuestro porvenir no serán siempre y únicamente hechos de alegrías; tendrán también acaso providenciales dolores. Es la ley de toda vida humana, como de todo ramo de rosas, que las flores estén mezcladas con las espinas. Vosotros vivís ahora los misterios gozosos, y os auguramos que gustéis largamente su dulzura, porque la felicidad se ha prometido a quien teme al Señor y pone todas sus delicias en sus mandamientos (1): está prometida a los mansos, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los pacíficos (2), y vosotros os esforzáis por ser todo esto. Sobre todo, vosotros esperáis que la Providencia, cuyos secretos designios os han traído el uno hacia la otra, derramará sobre vuestro hogar la bendición prometida a los patriarcas, cantada por los profetas, exaltada por la Iglesia en la liturgia del matrimonio; la bendición alegre de la fecundidad: “matrem filiorum laetantem”(3).

1. Ps. CXI, 1.

2. Matth. V, 4-9.

3. Ps. CXII, 9.

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[6.–] De igual manera que habéis recibido y recibiréis las alegrías –las de hoy y las de mañana– con filial reconocimiento y prudente moderación, acogeréis con espíritu de fe y sumisión los misterios dolorosos del porvenir, cuando llegue su hora. ¿Misterios? Es el nombre que el hombre da con frecuencia al dolor, porque si no acostumbra a buscar una significación a sus gozos, querría en cambio, con su corta vista, saber la razón de sus desventuras, y sufre doblemente cuando no ve aquí abajo su porqué.

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[7.–] 3.–¿Podréis esperar, deberéis desear que haya también en el rosario de vuestra vida misterios gloriosos? Sí, con tal que se trate de la gloria que sólo la fe puede percibir y gustar. Los hombres se paran con frecuencia ante los resplandores humeantes del renombre que se dan o se disputan entre ellos con altisonantes palabras o acciones. Ser alabados, ser célebres: he aquí en lo que consiste para ellos la gloria. [...] Pero con frecuencia no se cuidan de la gloria que sólo Dios puede dar, y es que, según la palabra de nuestro Señor, no tienen fe: “¿Cómo es posible, decía el Redentor a los judíos, que creáis, vosotros que andáis mendigando gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que de sólo Dios procede?” (2[4]).

2[4]. Io. V, 44.

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[8.–] [...] En una familia donde Dios es honrado, “corona de los ancianos son los hijos e hijas, y gloria de los hijos son sus padres” (5). Cuanto más puros sean vuestros ojos, jóvenes madres de mañana, tanto más veréis en los queridos pequeñines confiados a vuestros cuidados almas destinadas a glorificar con vosotros el único objeto digno de todo honor y de toda gloria. Entonces, en lugar de perderos, como tantas otras, en sueños ambiciosos sobre la cuna de un recién nacido, os inclinaréis con mente devota sobre el frágil corazón que comienza a palpitar, y pensaréis, sin vanas inquietudes, en los misterios de su porvenir, que confiaréis a la ternura –¡más maternal todavía y cuánto más poderosa que la vuestra!– de la Virgen del Rosario.

[FC, 126-129]

5. Prov. XVII, 6.