[0393] • PÍO XII, 1939-1958 • SANTIDAD DEL MATRIMONIO Y VIDA FAMILIAR
De la Alocución Voi siete, a unos recién casados, 6 noviembre 1940
1940 11 06 0001
[1.–] [...] El recuerdo de los seres queridos desaparecidos reaviva en todos los corazones la tristeza de la separación; pero deja sin amargura a las almas serenas por la fe. También para vosotros, en el momento en que fundáis una familia, debe ser dulce y saludable pensar en aquéllos que os han abierto el camino de la vida y os han transmitido un patrimonio de virtudes cristianas. Porque evocando en la mente sus pálidos semblantes, como los habéis contemplado en vuestra infancia u os los habéis piadosamente figurado, podréis deciros el uno a la otra, con orgullo y confianza, lo que el joven Tobías decía a su esposa: “Filii quippe Sanctorum sumus”: ¡somos hijos de Santos!1
1. Tob. VIII, 5.
1940 11 06 0002
[2.–] No ignoráis ciertamente que la sagrada liturgia une estrechamente la Conmemoración de los fieles difuntos a la solemne festividad de Todos los Santos. Esta unión pone en singular relieve el dogma consolador de la comunión de los santos, es decir, del vínculo espiritual que une íntimamente con Dios Nuestro Señor y entre sí a todas las almas que viven en estado de gracia. Como estas almas están divididas en tres grupos: unas coronadas ya en el Cielo, que forman la Iglesia triunfante, otras que se encuentran detenidas en el Purgatorio para su plena y definitiva purificación, que constituyen la Iglesia purgante y otras, en fin, que peregrinan aún sobre la tierra, y que componen la Iglesia militante; la solemnidad de Todos los Santos podría decirse en cierto modo la fiesta de las tres Iglesias. [...] La fiesta de Todos los Santos es, pues, como una gran fiesta de familia para todas las almas en estado de gracia.
1940 11 06 0003
[3.–] Esta consideración debe moveros más particularmente a vosotros, que habéis dejado una familia amada que era hasta ahora la vuestra, para formar una nueva que será la continuación de la primera y, si Dios quiere (como Nos se lo suplicamos con vosotros), el comienzo de una larga serie de otras.
1940 11 06 0004
[4.–] ¿Qué quiere decir: Todos los Santos? Comúnmente, y en primer lugar, se quiere significar a los héroes del cristianismo, a los que una última y definitiva sentencia del magisterio infalible declara haber sido recibidos en la Iglesia triunfante, y cuyo culto está prescrito en la Iglesia militante universal (1[2]). Entre ellos no faltan ciertamente los modelos y los patronos especiales para vosotros. Toda familia cristiana dirige casi instintivamente la mirada a la Sagrada Familia de Nazaret y se atribuye un título particular para la protección de Jesús, María y José. Pero además de ellos, numerosos hombres y mujeres se han sacrificado en la vida familiar. [...]
1[2]. Cfr. Bened. XIV, De Serv. Dei Beatif. et Beat. Cannoniz., I, Cap. 39 y 42 [B Ser 1, 165-168 y 190-195].
1940 11 06 0006
[6.–] [...] En el Cielo –además de los grandes vencedores, refulgentes de luz por su canonización o por la simple beatificación– hay multitud de almas, desconocidas en la tierra, pero beatificadas por la visión intuitiva, y que su número sobrepasa a todos los cálculos humanos, nos lo testifica en el Apocalipsis el Apóstol San Juan, que había visto su gloria: “Post haec vidi turbam magnam, quam dinumerare nemo poterat...: stantes ante thro num, et in conspectu Agni, amicti stolis albis, et palmae in manibus eorum”, y estos elegidos, sin nombre distinto, eran “ex omnibus gentibus, et tribubus, et populis, et linguis”, de todas las gentes, tribus, pueblos y lenguas (2[3]). Aquí volvéis a encontrar la idea de familia: “Filii Sanctorum sumus!”. En aquella gloriosa falange, ¿no tenéis acaso antepasados o incluso próximos parientes? Elevando en estos días los ojos y el alma al Cielo, podéis ver con la mente allí arriba y para siempre, a muchos de aquéllos que habéis amado, y todavía otros más que a través de una serie de generaciones han sembrado en la descendencia familiar aquella fe que vosotros queréis transmitir a otros. ¡Qué fuerza y qué consuelo para vosotros pensar que ellos, al abandonar esta tierra, no os han olvidado; que os aman siempre con la misma ternura, pero con una clarividencia incomparablemente mayor para conocer vuestras necesidades y para poder satisfacerlas; y que desde el Cielo su sonrisa de bendición descenderá, como un invisible rayo de gracia, sobre cada nueva cuna de su posteridad!
2[3]. Apoc. VII, 9.
1940 11 06 0007
[7.–] Es cierto que no podéis tener la certeza absoluta de su glorificación definitiva: ¡hace falta ser tan puros antes de ser admitidos a contemplar para siempre y sin velos a aquel Dios que encuentra imperfecciones en los mismos ángeles!1[4]. Aquel abuelo venerable cuya vida os aparecía tan digna y rica de méritos, aquella buena abuelita, cuyos días laboriosos terminaron con una muerte tan piadosa y dulce, ¿no estarán todavía en el Cielo? Pero al menos podréis, sin vana presunción, apoyándoos con firme confianza en las promesas divinas hechas a la fe y a las obras de una vida verdaderamente cristiana, buscarles en el lugar de la suprema purificación: el purgatorio. Así experimentaréis una serena alegría en el pensamiento de que aquellos seres queridos están ya seguros de su eterna salvación y preservados del pecado, de las ocasiones de él, de las angustias, de las enfermedades y de todas las miserias de aquí abajo. Después, considerando las penas con las cuales terminan ellos por ser liberados de sus manchas, vuestro devoto afecto os hará prestar oído a sus voces queridas que invocan vuestro sufragio, como Job, en el abismo de sus dolores, imploraba la compasión de sus amigos (1[5]). Y entonces comprenderéis por qué, si el gozo de la fiesta de Todos los Santos se prolonga en la sagrada liturgia durante una octava, la oración por la Iglesia purgante continúa todo el mes de noviembre, dedicado de modo especial a tan piadoso sufragio. Así pues, si buscáis la protección de los santos que están en el cielo, no dejéis de socorrer con la oración, con la limosna y sobre todo con el santo sacrificio de la Misa, a aquéllos de vuestros seres queridos que se encuentran todavía en el purgatorio, para que, a su vez, como piadosamente se cree, intercedan por vosotros y, admitidos pronto a la fuente de toda gracia, puedan dirigir sus aguas benéficas sobre toda su descendencia.
1[4]. Iob. IV, 18.
1[5]. Cfr. Iob. XIX, 21.
1940 11 06 0008
[8.–] ¿Qué decir ahora de los santos de la tercera Iglesia, es decir, de los que militan todavía sobre la tierra? Reconoced, queridos hijos e hijas, que los hay, y que vosotros podéis, si queréis, ser de su número. Según el sentido etimológico y más amplio de la palabra, la santidad es el estado de una persona o de una cosa reputada inviolable y, sagrada. [...] En más alto sentido, el Señor decía en el Antiguo Testamento a los hijos de su pueblo, “sed santos, como Yo soy santo” (1[6]). Y uniendo al precepto la ayuda necesaria para cumplirlo, añadía: “Yo soy vuestro Señor, que os santifico” (2[7]). En el Nuevo Testamento, ser santo significa haber sido consagrado a Dios con el Bautismo y conservar el estado de gracia, esta vida sobrenatural, toda interior, que es la única que a los ojos del Señor y de los ángeles divide a los hombres en dos clases profundamente diferentes: la de los privados de la gracia santificante y la de los elevados hasta aquella misteriosa, pero real participación de la vida divina.
1[6]. Levit. XIX, 2.
2[7]. Levit. XX, 7-8.
1940 11 06 0010
[10.–] “Filii sanctorum sumus!”. Queridos hijos e hijas: debéis, pues, persuadiros bien de que vuestra nueva familia podrá y deberá ser una familia santa, es decir, inviolablemente unida a Dios por la gracia. Inviolablemente: porque aquel mismo sacramento que exige la indisolubilidad del vínculo conyugal, os confiere una fuerza sobrenatural contra la cual serán impotentes, si vosotros lo queréis, las tentaciones y las seducciones; las pérfidas insinuaciones del disgusto cotidiano, de la calma habitual, de la necesidad de novedad y de cambio, la sed de las experiencias peligrosas, la atracción del fruto prohibido, no tendrán poder alguno contra vosotros, si conserváis este estado de gracia, con la vigilancia, la lucha, la penitencia, la oración. Unidos a Dios, seréis santos, y vuestros hijos lo serán después de vosotros, porque lavados desde el Bautismo en la sangre redentora de Cristo, habéis consagrado o, sin duda, consagraréis vuestro hogar doméstico a su Corazón divino, cuya imagen velará sobre vuestros días y sobre vuestras noches.
[FC, 135-140]
1940 11 06 0001
[1.–] [...] Il ricordo dei cari scomparsi, se ravviva in tutti i cuori la tristezza delle separazioni, lascia nondimeno senza amarezza le anime, che la fede rasserena. Che anzi per voi, nel momento in cui fondate una famiglia, è dolce e salutare il pensare a coloro, i quali vi hanno aperto il cammino della vita e vi hanno trasmesso un patrimonio di virtù cristiane. Giacchè richiamando alla mente le pallide loro sembianze, come le avete forse contemplate nella vostra infanzia o ve le siete piamente raffigurate, voi potrete ridire l’uno all’altra, con fierezza e fiducia, ciò che il giovane Tobia diceva alla sua sposa: “Filii quippe Sanctorum sumus”: siamo figli di Santi! (Tob VIII, 5).
1940 11 06 0002
[2.–] Voi certo non ignorate che la sacra liturgia unisce strettamente la commemorazione dei fedeli trapassati alla solenne festività di tutti i Santi. Questa unione mette in singolare rilievo il dogma consolante della Comunione dei Santi, vale a dire del vincolo spirituale che intimamente congiunge con Dio Nostro Signore e fra loro tutte le anime le quali vivono in stato di grazia. Siccome queste anime sono divise in tre gruppi: le une, già coronate in cielo e formanti la Chiesa trionfante; altre, che si trovano detenute nel purgatorio per la loro piena e definitiva purificazione, e costituiscono la Chiesa purgante; altre, infine, pellegrinanti ancora sulla terra e che compongono la Chiesa militante; la solennità di tutti i Santi potrebbe dirsi in qualche modo la festa delle tre Chiese. [...] La festa di Ognissanti è dunque quasi una grande festa di famiglia per tutte le anime in stato di grazia.
1940 11 06 0003
[3.–] Questa considerazione deve toccare più particolarmente voi, che avete lasciato una famiglia amata, stata finora la vostra, per formarne una nuova, la quale sarà la continuazione della prima e, se Dio vuole (come Noi ne lo supplichiamo con voi), l’inizio di una lunga serie di altre.
1940 11 06 0004
[4.–] Tutti i Santi che cosa vuol dire? Comunemente e in primo luogo si vogliono significare gli eroi del cristianesimo, coloro che una ultima e definitiva sentenza del magistero infallibile dichiara essere stati ricevuti nella Chiesa trionfante ed il cui culto è prescritto nella Chiesa militante universale (cfr. Bened. XIV, De Serv. Dei Beatif. et Beat. Cannoniz., I, cap. 39 e 42). Tra essi i modelli e i patroni speciali non mancano certamente per voi. Ogni famiglia cristiana rivolge quasi istintivamente lo sguardo alla Santa Famiglia di Nazareth e si attribuisce un titolo particolare alla protezione di Gesù, Maria e Giuseppe. Ma, dopo di essi, numerosi uomini e donne si sono santificati nella vita familiare. [...]
1940 11 06 0006
[6.–] [...] Che in cielo –oltre i grandi vincitori, rifulgenti di luce per la loro canonizzazione o per la semplice beatificazione– vi siano moltitudini di anime, ignote sulla terra, ma beatificate per la visione intuitiva, e che il loro numero sorpassi tutti i calcoli umani, l’Apostolo S. Giovanni, che aveva veduto la loro gloria, ne rende testimonianza nell’ Apocalisse: “Post haec vidi turbam magnam, quam dinumerare nemo poterat...: stantes ante thronum, et in conspectu Agni, amicti stolis albis, et palmae in manibus eorum”, e questi eletti, senza nome distinto, erano “ex omnibus gentibus, et tribubus, et populis, et linguis”, di tutte le genti e tribù e popoli e lingue (Apoc VII, 9). Allora voi ritrovate qui l’idea di famiglia: “Filii Sanctorum sumus!”. In quella gloriosa falange non avete voi forse degli avi, od anche già dei prossimi parenti? Elevando in questi giorni gli occhi e l’anima al cielo, voi potete colla mente vedere lassù felici per sempre parecchi di coloro che avete amati, e molti più ancora che, attraverso una serie di generazioni, hanno impiantato nella discendenza familiare quella fede, che voi volete trasmettere ad altri. Quale forza e quale consolazione per voi, di pensare che essi, lasciando questa terra, non vi hanno dimenticati; che vi amano sempre con la stessa tenerezza, ma con una incomparabilmente maggiore chiaroveggenza per conoscere i vostri bisogni, e potenza per soddisfarli; e che dal cielo il loro sorriso di benedizione scenderà, come un invisibile raggio di grazia, su ciascuna nuova culla della loro posterità.
1940 11 06 0007
[7.–] È ben vero che non potete avere la certezza assoluta della loro glorificazione definitiva: bisogna essere così puri prima di essere ammessi a contemplare per sempre e senza veli quel Dio, il quale trova imperfezioni negli Angeli stessi (Iob IV, 18)! Anche quell’avo venerando la cui vita vi apparve così degna e ricca di meriti, anche quella buona nonna, i cui giorni laboriosi terminarono con una morte così pia e dolce, non sono forse ancora in cielo? Ma voi potete almeno, senza vana presunzione, appoggiandovi con ferma fiducia sulle promesse divine fatte alla fede e alle opere di una vita veramente cristiana, cercarli nel luogo della suprema purificazione: il purgatorio. Allora voi proverete una serena gioia nel pensiero che quegli esseri amati sono ormai sicuri della loro eterna salvezza, e preservati dal peccato, dalle occasioni di peccato, dalle angustie, dalle infermità e da tutte le miserie di quaggiù. Quindi, considerando le pene con le quali esse finiscono di essere liberati dalle loro macchie, la vostra devota affezione vi farà prestare orecchio alle loro care voci, che invocano i vostri suffragi, come Giobbe, nell’abisso dei suoi dolori, implorava la compassione dei suoi amici (cfr. Iob XIX, 21). E voi allora comprenderete perchè, se la gioia della festa di tutti i Santi si prolunga nella sacra liturgia durante una ottava, la preghiera per la Chiesa purgante continua tutto il mese di Novembre, dedicato in modo speciale a così pietoso suffragio. Se voi dunque chiederete la protezione dei Santi che sono nel cielo, non mancherete di soccorrere, con la preghiera, con le elemosine, e soprattutto col santo sacrificio della Messa, quelli dei vostri cari che si trovano ancora nel purgatorio, affinchè alla lor volta, come piamente si crede, intercedano per voi e, ammessi ben presto alla fonte di ogni grazia, possano riversarne i flutti benefici su tutta la loro discendenza.
1940 11 06 0008
[8.–] Che dire ora dei santi della terza Chiesa, vale a dire di quelli che militano ancora sulla terra? Riconoscete, diletti figli e figlie, che ve ne sono, e che voi potete, se volete, essere del loro numero. Secondo il senso etimologico e più largo della parola, la santità è lo stato di una persona o di una cosa riputata inviolabile e sacra. [...] In più alto senso nell’Antico Testamento il Signore diceva ai figli del suo popolo: “Siate santi, perchè santo sono io” (Levit XIX, 2). E unendo al precetto l’aiuto necessario ad adempirlo, aggiungeva: “Sono io il vostro Signore, che vi santifico” (Levit XX, 7-8). Nel Nuovo Testamento, essere santo significa essere stato consacrato a Dio col battesimo e conservare lo stato di grazia, questa vita soprannaturale tutta interiore, che sola, agli occhi del Signore e degli Angeli, divide gli uomini in due clasi profondamente differenti: gli uni privi della grazia santificante, gli altri elevati sino a questa misteriosa ma reale partecipazione della vita divina.
1940 11 06 0010
[10.–] “Filii sanctorum sumus!” Diletti figli e figlie, voi dovete dunque ben persuadervi che la vostra giovane famiglia potrà e dovrà essere una famiglia santa, vale a dire inviolabilmente unita a Dio colla grazia. Inviolabilmente: perchè quello stesso sacramento, che esige la indissolubilità del vincolo coniugale, vi conferisce una forza soprannaturale, contro la quale le tentazioni e le seduzioni, se voi lo volete, rimarranno impotenti; le perfide insinuazioni del disgusto quotidiano, della stanchezza abituale, del bisogno di novità e di cambiamento, la sete delle esperienze pericolose, le attrattive del frutto proibito, non avranno alcun potere contro di voi, se conserverete questo stato di grazia con la vigilanza, la lotta, la penitenza, la preghiera. Uniti a Dio, voi sarete santi, e i vostri figli lo saranno dopo di voi, perchè, fin dal battesimo lavati nel sangue redentore di Cristo, voi avete consacrato o senza dubbio consacrerete il vostro focolare domestico al suo Cuore divino, la cui immagine veglierà sui vostri giorni e sulle vostre notti.
[DR 2, 297-302]