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[0396] • PÍO XII, 1939-1958 • BONDAD Y SANTIDAD DEL AMOR CONYUGAL

De la Alocución In questo giorno, a unos recién casados, 29 enero 1941

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[3.–] Un afecto mutuo nacido exclusivamente de la inclinación que os lleva el uno hacia la otra, o incluso de la mera complacencia por los dones humanos que descubrís con tanta satisfacción el uno en la otra; un afecto así, por muy bello y profundo que se revele y manifieste en el recogimiento de las íntimas conversaciones de los recién casados, no basta nunca; ni bastaría para constituir, plenamente aquella unión de vuestras almas, tal cual la ha entendido y anhelado la amorosa providencia de Dios al conduciros el uno hacia la otra. Únicamente la caridad sobrenatural, vínculo de amistad entre Dios y el hombre, puede apretar nudos que resistan a todos los golpes, a todas las vicisitudes, a todas las pruebas inevitables durante una larga vida común; únicamente la gracia divina puede haceros superiores a todas las pequeñas miserias cotidianas, a todos los nacientes contrastes y disparidades de gustos o de ideas que brotan, como malas hierbas, de la raíz de la pobre naturaleza humana. Y esta caridad y gracia, ¿no es aquella fuerza y virtud que habéis ido a buscar al gran sacramento que acabáis de recibir? ¡De caridad divina, mayor que la fe y que la esperanza, tienen necesidad el mundo, la sociedad y la familia!

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[4.–] Amor santo, y sagrado y divino: ¿no es –diréis vosotros acaso– cosa demasiado alta para nosotros? Un amor tan sobre la naturaleza –preguntaréis quizá– ¿seguirá siendo aquel amor verdaderamente humano que ha sido la palpitación de nuestros corazones, que nuestros corazones buscan, y en el que se aquietan, del que tienen necesidad, y que se sienten felices de haber encontrado? Estad tranquilos: Dios, con su amor, no destruye ni cambia la naturaleza, sino que la perfecciona.

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[5.–] [...] ¿Quién más y mejor que la verdadera caridad cristiana, devota, humilde, paciente, que vence y doma la naturaleza, que es olvidadiza de sí misma y solicita en todo momento del bien y de la alegría de los demás, sabrá sugerir y dirigir aquellas pequeñas y prontas atenciones, aquellos delicados signos de afecto, y mantenerlos a un tiempo espontáneos, sinceros, discretos, de modo que nunca resulten importunos, antes sean siempre acogidos con gusto y reconocimiento? ¿Quién mejor que la gracia, que es fuente y alma de esta caridad, os será maestra y guía para adquirir como por instinto el punto y temple de tan humana y divina ternura?

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[7.–] Sin embargo vosotros comprendéis bien que, si la cordialidad y la ternura deben ser recíprocas entre los esposos y adornarles a ambos, son en cambio dos flores de diversa belleza, como que brotan de raíz un tanto diferente en el hombre y en la mujer. En el hombre, su raíz debe ser una fidelidad íntegra, inviolable, que no se permita el menor lunar que no sería tolerado en la propia compañera, y dé, como corresponde a quien es cabeza, el paladino ejemplo de la dignidad moral y de la animosa honradez para no desviarse o torcerse jamás del pleno cumplimiento del deber; en la mujer, la raíz es una sabia, prudente y vigilante reserva, que quita y aparta hasta la sombra de lo que podría ofuscar el esplendor de una reputación sin mancha, o que le crearía de cualquier modo un peligro.

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[8.–] De estas dos raíces nace también aquella mutua confianza que es el olivo de la paz perpetua en la vida conyugal y en el florecer de su amor; porque sin confianza, ¿no es verdad que el amor disminuye, se enfría, se hiela, se extingue, se corrompe, rasga, hiere y mata a los corazones? [...] ¿No es ésta la razón de que los celos, lejos de ser un signo de la profundidad y de la verdadera fuerza de un amor, revelen en cambio sus lados imperfectos y bajos, que descienden hasta la sospecha, que hieren la inocencia y le arrancan lágrimas de sangre? ¿No son acaso los celos con la mayor frecuencia un egoísmo paliado que desnaturaliza el afecto; egoísmo falto de aquel don verdadero, de aquel olvido de sí, de aquella fidelidad que no tiene malignos pensamientos, sino que es confiada y benévola, que San Pablo alababa en la caridad cristiana (1) y que hace de ésta, incluso aquí abajo, la más profunda e inagotable fuente y la más segura tutora y conservadora del perfecto amor conyugal [...]?

[FC, 152-156]

1. I Cor. XIII, 4-7.