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[0397] • PÍO XII, 1939-1958 • ORACIÓN EN COMÚN DE LOS ESPOSOS

De la Alocución  Grande conforto, a unos recién casados, 12 febrero 1941

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[1.–] Grande consuelo y esperanza para Nuestro corazón, queridos recién casados, es el ver esta reunión vuestra en torno a Nos; porque aparece a Nuestra mirada como una reunión de nacientes familias cristianas sobre las cuales se complace el Señor en derramar la abundancia de los favores que habéis solicitado, al pie del altar, ante el sacerdote que bendecía vuestra unión. Vuestra invocación, que se unía así a la del ministro de Dios, era oración, y con la oración habéis iniciado la nueva vida común. ¿Continuaréis orando, invocando al Padre que está en los cielos, fuente de toda paternidad en el orden de la naturaleza y en el orden de la gracia? Sí, signo de esa promesa es vuestra presencia para pedir sobre vuestro nuevo hogar Nuestra bendición paterna, que confirme la súplica del sacerdote y la vuestra y las avalore para todo el curso de vuestra vida.

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[4.–] [...] Nuestro Señor bendijo particularmente toda oración hecha en común, proclamando a sus discípulos: “Os digo además, que si dos de vosotros se unen sobre la tierra y piden cualquier cosa, les será concedida por mi Padre que está en los cielos. Porque donde hay dos o tres personas congregadas en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (2). Pero ¿qué almas podrán encontrarse más verdadera y plenamente reunidas en el nombre de Jesús para orar, que aquéllas en las que el santo matrimonio ha impreso la imagen viviente y permanente de la sublime unión de Cristo mismo con la Iglesia, su amada esposa, nacida en el Calvario de su costado abierto? Unión grande y fructuosa, queridos recién casados, es por lo tanto la que os pone a los dos juntos de rodillas ante Dios que os ha dado el uno a la otra, para pedirle que conserve, aumente y bendiga la fusión de vuestras vidas. Si todos los cristianos que oran en su propio y particular recogimiento, deben dar también en su vida un puesto a la oración en común que les recuerda que son hermanos en Cristo y que están obligados a salvar sus almas no aisladamente, sino ayudándose mutuamente, ¡con cuánta mayor razón no deberá separaros vuestra oración como eremitas y recogeros en una meditación solitaria, que haga que no os encontréis nunca juntos ante Dios y su altar! Y ¿dónde se apretarán y fundirán en uno vuestros corazones, vuestras inteligencias, vuestras voluntades, más profunda, fuerte y sólidamente que en la oración de los dos, en la que la misma gracia divina descenderá para armonizar todos vuestros pensamientos y todos vuestros afectos y anhelos? ¡Qué dulce espectáculo a la mirada de los ángeles es la oración de dos esposos que elevan sus ojos al cielo e invocan sobre sí y sobre sus esperanzas la mirada y la mano protectora de Dios! [...]

2. Matth. XVIII, 19-20.

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[7.–] [...] ¡Cuántos y cuántos cristianos deberían sonrojarse, ellos que con el Bautismo en la frente no encuentran ni sitio en sus estancias para colocar la imagen del verdadero Dios, ni tiempo en las veinticuatro horas del día para unir en torno a Él el homenaje de la familia! Para vosotros, queridos hijos e hijas, que gozáis en vuestro ánimo el ardor cristiano encendido por la gracia del santo matrimonio, el centro en donde irradie todo el curso de vuestro vivir debe ser el Crucifijo, o la efigie del Sagrado Corazón de Jesús, que reine sobre vuestro hogar y os llame todas las noches ante Él y que os hará encontrar en Él el sostén de vuestras esperanzas, el aliento de vuestros afanes; porque hasta la más larga jornada de la vida humana, nunca pasa del todo serena y sin nubes.

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[8.–] Pero para uniros a porfía en la devoción, os enseñaremos un camino más alto que os conduce fuera de vuestra casa a aquélla que es por excelencia la casa del Padre, vuestra que rida iglesia parroquial. Allí está la fuente de las bendiciones del Cielo; allí os espera aquel Dios que ha santificado vuestra unión, que ya os ha concedido tantas y tantas gracias; allí está el altar en torno al cual la Misa festiva reúne al pueblo cristiano, y la Iglesia, esposa de Cristo, os llama con solemne invitación. Allí debéis asistir juntos, siempre que podáis; y será espectáculo edificante –y ojalá pueda ser con frecuencia, con mucha frecuencia–, que en la unión devota más profunda de todas, en la santa Mesa, os acerquéis para recibir el Cuerpo de nuestro Señor; este sacratísimo Cuerpo, el más poderoso vínculo de unión entre todos los cristianos que se alimentan de él y viven, como miembros de Cristo, de su vida que efectuará divinamente la plena fusión de vuestras almas en la altura del espíritu. ¡Y cómo os alegraréis, con incomparable gozo, cuando podáis dejar sitio entre vosotros dos a una cabecita de ángel de ojos cándidos, que junto a las vuestras se alzará para recibir sobre los labios inocentes la Hostia blanquísima, en la que le habréis enseñado a creer que está presente su querido Jesús! Vuestro gozo aumentará y se multiplicará cada vez que junto a vosotros el Bautismo regenere a uno de vuestros pequeños, y sus corazones crezcan prontos a participar con vosotros en esta Mesa divina.

[FC, 157-163]