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[0414] • PÍO XII, 1939-1958 • ESPIRITUALIDAD FAMILIAR

De la Alocución La gradita, a unos recién casados, 21 enero 1942

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[1.–] [...] Creemos hoy, que, junto con el anhelo de Nuestra bendición, llevaréis escondida en vuestro pecho la pregunta de por qué Nos nos afanamos tanto en multiplicar cuanto lo hemos hecho Nuestras audiencias a los amados recién casados.

¿Qué podríamos, que deberíamos responderos? Queréis penetrar en Nuestro corazón. Intentáis sorprender sus palpitaciones, los pensamientos que suben del corazón y se inflaman sobre los labios de un padre de la universal familia cristiana, de un padre que, como Pedro de quien es sucesor, arde con aquella caridad hacia Cristo y hacia su esposa la Iglesia, que le hace amar las ovejas y los corderos, que en los brotes de la familia cristiana ve regenerarse a los hijos de Dios, dilatarse el jardín de la fe y de la gracia, educarse y multiplicarse las flores del cielo; de un Padre que habla con sus hijos, que sois vosotros, sobre las cosas de la familia, y que con tal propósito resucita ante vosotros un recuerdo que le anima, un viejo y bello recuerdo de la familia apostólica, que se remonta a los orígenes mismos de la Iglesia, gran Madre de la familia cristiana.

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[9.–] Si, en estos tiempos de vida difícil, uno de vuestros primeros pensamientos, al tratar de fundar un nuevo hogar, ha sido conocer y proveer cómo podréis asegurar a vuestra familia el pan cotidiano, poned una no menor solicitud en procurar también a vuestras almas un seguro pan espiritual. El más grave de los castigos con que Dios, por boca del profeta Amós, amenazaba al pueblo de Israel, como castigo de su iniquidad, era que mandaría sobre la tierra el hambre: “Hambre no de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios... Se agitarán cerca de la palabra de Dios, y no la encontrarán” (2[1]). Más todavía que todas las dificultades y privaciones en el aprovisionamiento material, a que las circunstancias presentes pueden exponeros, temed, amados nuevos esposos, el hambre, la falta de la palabra de Dios. Amad, buscad el pan para vuestras almas, la palabra de la fe, el conocimiento de la verdad, necesario para la salvación humana, para que vuestra inteligencia no se obscurezca por los fabricadores de sofismas y de inmoralidad con diversos errores e ignorancias. Que vuestras almas, las almas de vuestros hijos y de vuestras hijas, no desciendan en el camino de la virtud y del deber y del bien, por no haberse saciado del alimento de la palabra de Dios, alimento sobresustancial que infunde fuerza y vigor para coronar el camino de esta vida y llegar así a la ciudad feliz, donde los elegidos “no tendrán ya hambre ni sed” (1[2]).

[FC, 233, 236]

2[1]. Amos VIII, 11-12.

1[2]. Apoc. VII, 16.