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[0437] • PÍO XII, 1939-1958 • ORACIÓN Y CELEBRACIÓN FAMILIAR DE LOS DOMINGOS Y DÍAS FESTIVOS

De la Alocución La paterna parola, a los Párrocos y Cuaresmeros de Roma (Italia), 13 marzo 1943

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La oración común en la familia

[6.–] Estos caracteres valientes, que de la oración sacan la fuerza para las luchas del bien y la defensa de la justicia, se educan y se forman en las familias, cuando éstas se basan y viven en aquella sabiduría cuyo principio es el temor de Dios; por ello os dirigimos con celo pastoral y paterno esta exhortación: Despertad en los fieles el sentimiento de la antigua y piadosa costumbre de orar juntos en familia: que en ésta, a horas determinadas, ante alguna imagen sagrada, se respire un aire de santuario; que la oración sea atenta, devota, conforme a las circunstancias del tiempo, de la actividad y del trabajo, y realizada de tal suerte que los hijos, en vez de experimentar cansancio o fastidio por ella, se sientan más bien estimulados a prolongarla. ¡Espectáculo digno de los ángeles es la oración común en el hogar doméstico! Y puesto que la vida pública, tan llena de distracciones y peligros, con demasiada frecuencia, en vez de promover, pone en peligro los más preciosos bienes de la familia, la fidelidad conyugal, la fe, la virtud y la inocencia de los hijos, la oración en el santuario doméstico es hoy casi más necesaria que en los tiempos pasados, cuando en Roma florecía única la civilización cristiana y en las costumbres no había resucitado, por malicia de la irreligión, un encubierto paganismo. La imagen de la madre de familia, orando, es una visión de la gracia de Dios para su esposo y para sus hijos; y el recuerdo de un padre que, en su profesión, tal vez en puestos altos ha realizado grandes cosas, permaneciendo piadoso y devoto, se convierte con frecuencia en ejemplo animador y de salvación para el joven en los peligros y en las luchas espirituales de la edad más madura.

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El domingo día del Señor

[7.–] Pero el santuario de la familia, por bello, decoroso y bien cuidado que sea, no es la iglesia; deber vuestro es la preocupación por hacer que el domingo se convierta de nuevo en el día del Señor, y que la santa Misa sea el centro de la vida cristiana, el más sagrado alimento del descanso corporal y de la constancia virtuosa del espíritu. Debe el domingo ser el día para descansar en Dios, para adorar, suplicar, dar gracias, invocar del Señor el perdón de las culpas cometidas en la semana pasada, y pedirle gracias de luz y de fuerza espiritual para los días de la semana que comienza. Recordad al pueblo que el domingo es el perenne recuerdo del día de la resurrección del Señor, que el hombre ha de resucitar y echarse fuera de las oficinas y lugares del trabajo, de las fábricas, de los campos, donde –entre las grandes distracciones de las cosas materiales y de las múltiples ocupaciones de la jornada– apenas si puede el pensamiento elevarse a Dios y rezarle, en tanto que el aliento de vida, infundido a él por el mismo Cielo, penetra su alma haciéndole respirar la tendencia hacia una futura vida inmortal. El domingo ha de ser el día del descanso corporal y de la elevación espiritual, no el de los excesos deportivos y de los demasiados placeres, cosas todas que enervan y disipan más que el trabajo en los días de labor, pero que no conducen a Dios, antes bien alejan de Él. ¿No es, acaso, motivo de gran tristeza el que, precisamente el domingo, se hayan ofrecido a veces –a los fieles– espectáculos y escenas que con San Agustín podríamos llamar “hanc animorum labem ac pestem, hanc probitatis et honestatis eversionem”? (De Civit. Dei, 1. 33); espectáculos, para los que vale lo que el mismo santo Doctor decía de las representaciones inmorales de su tiempo, esto es, que no se hubieran tolerado en los primeros siglos de la antigua Roma, cuando la vida se caracterizaba todavía por una mayor naturalidad y sencillez. El domingo ha de ser el día que reúne junta a toda la familia, no el que la disgrega, día de la lectura espiritual y de la devota oración, no de la disipación.

[DyR 5, 12-14]