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[0440] • PÍO XII, 1939-1958 • MISIÓN DE LA MUJER EN LA FAMILIA Y EN LA SOCIEDAD

Del Discurso La letizia, a la Juventud Femenina de la Acción Católica Italiana, 24 abril 1943

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[La antigua figura de la mujer]

[7.–] El carácter de la vida y la educación cultural de la mujer estaban inspirados, conforme a la más antigua tradición, por su natural instinto que como propio reino de su trabajo le señalaba la familia, siempre que por amor de Cristo no hubiese preferido la virginidad. Apartada de la vida pública y fuera de las públicas profesiones, la joven, cual flor en crecimiento, guardada y protegida, por su vocación estaba destinada a ser esposa y madre. Junto a su madre aprendía las labores femeninas, el cuidado y las faenas de la casa y participaba en la vigilancia de sus hermanos y hermanas menores, desarrollando así sus energías, su ingenio, e instruyéndose en el arte y en el gobierno del hogar doméstico. [...] Las formas sencillas y naturales en que se desarrolla la vida del pueblo; la íntima y práctica educación religiosa, que hasta muy entrado el siglo XIX todo lo animaba, la costumbre de contraer matrimonio muy pronto, cosa posible entonces por las circunstancias sociales y económicas, la preeminencia que la familia tenía en el movimiento del pueblo, todo esto y otras circunstancias más, que con el correr del tiempo se han cambiado radicalmente, constituían el primer alimento y la defensa de aquel carácter y de aquel modo de ser cultural de la mujer.

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[El carácter moderno de la cultura femenina]

[8.–] Hoy, por lo contrario, la antigua figura femenina hállase en rápida transformación. Veis que la mujer, y sobre todo la joven, sale de su retiro y entra en casi todas las profesiones, campo antes reservado exclusivamente a la vida y a la actividad del hombre. Comienzos tímidos en un principio, y después cada vez más fuertes, de esta evolución, se venían manifestando desde hace ya bastante tiempo, debidos principalmente al desarrollo de la industria en el progreso moderno. Pero, desde hace algunos años, cual proceloso río que, desbordando sus diques, vence toda resistencia, la falange femenina parece haber penetrado en todo el terreno de la vida del pueblo. Si tal corriente no se ha difundido con igual ritmo por todas las regiones, no es difícil encontrar su curso hasta por las más remotas aldeas montañesas; mientras que, en el laberinto de las grandes ciudades, así como en los talleres y en las industrias, las antiguas costumbres y tendencias han tenido que ceder incondicionalmente el camino al movimiento moderno.

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[Consideraciones en torno a la nueva condición social de la mujer]

[9.–] ¿Qué cabía a la Iglesia ante esa nueva condición social de la mujer? ¿Podía negar o ignorar el hecho y no cuidarse de él? Ya en otra ocasión, y considerando su aspecto moral, señalamos las consecuencias derivadas para la virtud de las personas en particular. Decíamos que esa nueva complicación de la vida no es en sí un mal, pero ordinariamente no está libre de peligros. No podemos excluir ni siquiera atenuar la moderna situación de la mujer en lo que atañe al bien común y a las futuras costumbres de la propia nación o de otros pueblos.

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[10.–] La estructura moderna de la sociedad, que tiene por fundamento la casi absoluta paridad entre la mujer y el hombre, apóyase en un falaz supuesto. Es verdad que el hombre y la mujer son, en lo que se refiere a la personalidad, de igual dignidad y honor, consideración y estima. Pero no son iguales en todo. Determinadas dotes, inclinaciones y disposiciones naturales son propias exclusivamente del hombre o de la mujer, o les están atribuidas en grado y valor distintos, unas más al varón, otras más a la mujer, según aquella peculiar manera con que la naturaleza misma les ha dado diversos campos y oficios de actividad. No se trata aquí de la capacidad o de las disposiciones naturales secundarias, como serían la propensión o la aptitud para las letras, las artes o las ciencias; sino de las dotes de eficacia esencial en la vida de la familia y del pueblo. Y ¿quién no sabe que la naturaleza, aunque sea violentamente rechazada, siempre volverá, sin embargo, tamen usque recurret? Queda, pues, por ver y esperar si ella misma no llegará a imponer, sea cuando fuere, una corrección a la actual estructura social.

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[Un triple peligro]

[11.–] Bien veis ya el triple peligro que caracteriza a nuestro tiempo:

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a) para la mujer

[12.–] 1. Ante todo, un peligro que se refiere a la mujer. Indiquémoslo inmediatamente en su forma extrema. Conocéis la suerte de las jóvenes que, especialmente en las grandes ciudades, apenas han llegado a la edad de la adolescencia, dejan la familia para buscarse una colocación. El espejismo es alucinador: independencia de toda sujeción, posibilidad de satisfacer el afán de lujo, libertad sin freno, facilidad para trabar amistades, para frecuentar cines, para dedicarse a los deportes, para marchar el sábado en grupos alegres, volviendo el lunes y rehuyendo siempre la mirada de los propios familiares. La alta retribución, de que gozan con frecuencia, es a veces el precio de la pérdida de su inocencia y de su pureza. ¿Dónde van a parar las fuerzas naturales, que en ellas había depositado la naturaleza para fundar más tarde un hogar? Todas se malbaratan en culpables placeres. Naturalmente que, junto a este cortejo de esas jóvenes irreflexivas y desgraciadas, hay una serie de otras, desde las que cada vez están menos atenazadas por tan gran mal, hasta las que, aun en medio de todos los peligros, saben mantenerse puras y fuertes. Ilusión, sin embargo, sería el creer que aquella extrema clase sólo se encuentra en lejanas regiones o ciudades del mundo. Por desgracia, las encontráis también en medio de nuestro pueblo, y vosotras mismas estáis viendo su fatal camino.

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b) para el matrimonio

[13.–] 2. Nace de ahí otro peligro para el matrimonio. Jóvenes como las descritas poco ha, no son escogidas ordinariamente para el matrimonio; y aun menos para el matrimonio según la ley de Cristo. Más aún; con frecuencia son ellas mismas quienes lo rechazan como una cadena. Y ¡cuántas otras están contaminadas por el mismo mal, siquiera en menor grado! Por otra parte, también el hombre que en el vigor de su juventud ha llevado una vida disoluta, ¿cómo podría constituir con fidelidad conyugal un santo y “casto matrimonio”?1. Conocéis vosotras el ideal de las bodas cristianas, que Nos mismo procuramos enseñar a los recién casados que vienen a Nos. ¿Cómo podría resplandecer y prosperar este ideal, si su indispensable condición –la impronta cristiana en la vida y en la cultura– tendiese cada vez más a desaparecer?

1. Encicl. di S. S. Pio XI, 31 dicembre 1930 [1930 12 31/1 ss].

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c) para el pueblo

[14.–] 3. Finalmente, el tercer peligro se refiere al pueblo, que siempre ha sacado su fuerza, su vigor y su honor de la familia sana y virtuosa. Si a ésta se le arrebatan sus fundamentos religiosos y morales, ábrese el camino a los mayores daños para las instituciones sociales y para la misma patria.

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[Sobre el programa para los segundos veinticinco años de la Juventud Femenina de la Acción Católica Italiana. Conservación y defensa de la familia cristiana]

[15.–] Esperáis ahora, amadas hijas, la palabra del Vicario de Cristo para los segundos veinticinco años de la Juventud Femenina de Acción Católica Italiana. Después de lo dicho, ella no puede resonar sino como estímulo a la conservación, preservación y defensa de la familia cristiana. Vuestra actividad podrá muy bien extenderse a una gran variedad de fines, y esforzarse por conseguirlos. Mas el primer cuidado debe, al presente, dirigirse a la familia, como lo indicáis vosotras mismas en vuestro programa. Es una consigna urgente y al mismo tiempo saturada de esperanzas. El pueblo italiano posee todavía poderosas fuerzas religiosas, así como una voluntad y un sentimiento católicos en alto grado. Confirmadas y guiadas por este pensamiento, será para vosotras una gran gloria, a la par que un vivo consuelo, el cooperar a que en vuestra patria se conserve y se robustezca firme y austero el vigor de la familia.

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[La educación cristiana de la juventud]

[16.–] Mas, ¿cómo y por dónde comenzar? Vosotras mismas lo habéis señalado ya en vuestro plan para los próximos veinticinco años. Se ha de comenzar por la educación cristiana de la juventud, que es el fruto y la raíz de la familia. ¿Podemos demorarla, por esperar, con incertidumbre, a que las sanas fuerzas de la naturaleza y el desarrollo social hayan encontrado un equilibrio ideal entre la antigua forma de la vida femenina y su actual extremo contraste? Pero lo que urge es disponerse para asegurar, en la mejor forma posible, a la grandeza de la familia cristiana, y a sus elementos esenciales y siempre indispensables según la antigua tradición católica, su propia fuerza aun en las nuevas condiciones de la vida. Para obtener esto, ¿bastará quizás enseñar y explicar a los esposos, con motivo de su boda, el sentido y la dignidad del matrimonio cristiano y los deberes de los esposos católicos? Por muy importantes y eficaces que sean ese ministerio y tal enseñanza, sólo producirán ventaja profunda y duradera cuando los jóvenes a su tiempo hayan sido formados y educados en la fe viva, en la pureza moral y en el señorío de sí mismos.

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[Formación de la juventud]

a) En la fe viva

[17.–] 1. Educación, ante todo, en la fe; y fe viva. Entendemos Nos esta palabra en un doble sentido. En primer lugar, en el sentido de una fe constante y sentida. Pero el ejercicio de la fe y su prontitud puede variar, así en los hombres como en los tiempos y según las diversas condiciones de la sociedad. En tiempo de vuestros abuelos cada uno era como llevado e impulsado, por el caudaloso torrente de la vida religiosa, a mostrarse y obrar claramente como católico. Hoy, si no en todos los países y regiones –principalmente en Italia, dadas sus tradiciones católicas tan profundas como nobilísimas–, en muchas partes se ha debilitado el influjo público de la fe. Conviene, por lo tanto, que la juventud no sea ignorante, antes se halle muy penetrada de su fe, y que sienta tan fuertemente en su conciencia la dignidad de ser y de vivir como católica que pueda decir en la edad madura: Sé en quién he puesto la fe1.

1. 2 Tim. 1, 12.

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[18.–] Pero, además, la fe ha de ser, sobre todo en los jóvenes, viva; viva por la esperanza, viva por la caridad con que obra. Éste es el segundo sentido en que Nos tomamos la palabra “fe”. Quien se propone llevar una vida íntegramente católica, ha de hallarse en estado de gracia, entregado a la oración y en íntima unión con Cristo. ¿No es acaso el soplo del Espíritu Santo el que resucita y reanima hoy tan sensiblemente en la cristiandad el celo de la oración y el que llama y excita a los fieles a las fuentes eucarísticas de la gracia, las cuales purifican y dominan el fermento de las pasiones en su origen y alimentan las raíces de todas las virtudes? Que vuestra palabra educadora sea una invitación y un estímulo, de tal suerte que ya desde su niñez la joven saboree la práctica de la oración como una delicia del corazón, que surge de un grave deber cotidiano.

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b) En la pureza moral; [dignidad de la mujer]

[19.–] 2. De la fe, si es fe viva, ha de proceder la pureza moral. En torno al misterio de la nueva vida y de sus fuentes naturales, edúquese la juventud a pensar siempre santamente, recordando que es obra del Creador y meditando cómo Cristo, que elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento, también santificó la maternidad y le confirió su más alta nobleza al dignarse morar en el seno de la Virgen. De ahí podéis vosotras argüir cuán fuerte, activa y constante ha de ser la actitud de la joven católica contra las publicaciones y representaciones en cuyo desarrollo no aparece sino una audaz sensualidad, el enredo de violaciones de la fidelidad conyugal, un lenguaje equívoco, y en ocasiones también una manifiesta procacidad de escenas. Para oponerse a semejantes manifestaciones que, al menos en muchos casos, son a su vez una transgresión de las previsoras leyes del Estado, siempre hay un arma poderosa: ¡la abstención absoluta! Si a tal fin se encaminaran vuestro trabajo y vuestro apostolado junto a la juventud, vuestro celo y vuestra prudencia, ¡una gran victoria sería el premio de vuestro trabajo y de vuestro esfuerzo en pro de la tutela y de la santidad del matrimonio, y, por lo tanto, del bien común de vuestra patria!

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[20.–] Educad, pues, a la juventud femenina católica en aquella elevada y santa dignidad en que se encuentra esa tan franca y fuerte defensa de la integridad física y espiritual. Esta virtuosa e indómita altanería y estimación es un gran valor del espíritu, que no se deja reducir a esclavitud; que refuerza el vigor moral de la mujer, la cual, intacta, no se entrega sino a su esposo para fundar una familia, o a Dios; que como orgullo y gloria suya proclama la vocación sobrenatural y eterna, según ya escribía San Pablo a los primeros cristianos: Habéis sido comprados a gran precio; glorificad, por lo tanto a Dios y llevadlo en vuestro cuerpo1.

1. I Cor. 6, 20.

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[21.–] ¡Dignidad y libertad de la mujer, que no se hace esclava ni aun de la moda! Materia ésta delicada, pero atractiva, en la cual vuestra actuación incesante permite esperar éxitos bienhechores. Pero vuestro celo contra los vestidos y los modales inmodestos no se contentará con reprobar, sino que deberá edificar, mostrando prácticamente al mundo femenino cómo una joven puede armonizar muy bien en sus vestidos y en su porte las leyes superiores de la virtud con las normas de la higiene y de la elegancia. De esperar es que una parte no pequeña de las mujeres italianas, siquiera todas aquéllas –¡y son tantas!– que se han mantenido sanas en el pensamiento y en el corazón, no tardarán ni dudarán en seguir vuestro ejemplo.

[EyD, 2028-2033]