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[0442] • PÍO XII, 1939-1958 • FORMACIÓN RELIGIOSA DE LOS HIJOS

De la Alocución Tutte le famiglie, a unos recién casados, 12 mayo 1943

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[1.–] Todas las familias cristianas de las diversas naciones que tienen una misma fe, queridos recién casados, forman una gran familia espiritual, en la cual el esposo es Cristo, la esposa es la Iglesia y la cabeza visible es el Vicario de Cristo en la tierra, el Romano Pontífice, en torno al cual os ha reunido aquí vuestra piedad y de quien deseáis escuchar la palabra, aquella palabra de fe divina revelada por el Redentor del mundo, a la cual os adherís filialmente. [...] De tal adhesión filial a la verdad revelada nace la fortaleza y la valentía de la fe, tal cual la sentían los primeros cristianos, prontos a sellarla con su sangre, persuadidos como estaban de que Cristo, Hijo de Dios, nos ha revelado los secretos del Padre celestial, conocidos por Él, Sabiduría de Dios, del mismo modo que quien contempla la extensión de los mares lejanos desde la cima de un monte altísimo la señala a aquéllos que viven en el fondo del valle y confían en su veraz palabra. Sin indagar más, segura de la autoridad infalible de quien habla, el alma fiel cree lo que Dios ha revelado y le enseña la Iglesia, custodia de la palabra divina.

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[2.–] Si consideráis, amados hijos, por un lado las verdades que nos han sido reveladas por Dios y por otro la docilidad de los fieles, una admirable y grandiosa escena se ofrece a vuestra mirada en la gran familia católica; escena de la que encontráis también una pálida pero delicada imagen en aquellos dulces coloquios que se desenvuelven en la intimidad del hogar doméstico, cuando la madre y los hijos, agrupados en torno al padre, escuchan su palabra con atención y respetuoso afecto. ¿Qué dice, qué cuenta él? Acaso cuenta antiguos recuerdos de su niñez; o les comunica sus experiencias y su saber de la edad adulta; o bien les explica alguna maravilla de la naturaleza, de la técnica, de la ciencia o del arte. [...] ¡Tantas cosas saltan espontáneamente a los labios de un padre para la instrucción, la alegría, el aliento, la formación de sus hijos! Contemplad su rostro, que el amor ilumina, mientras expresa lo que tiene en la memoria, en la mente, en el corazón. Mirad después el aspecto y las actitudes de la madre y de los hijos: gustad de aquel encantador espectáculo, pero intentad también interpretar los sentimientos que se manifiestan y se suceden en sus rostros y en sus miradas. ¿Qué leéis allí? Una constante atención y un vivo interés, y juntamente una adhesión perfecta, sin duda y sin reserva, a todo lo que escuchan. Los hijos están pendientes de los labios paternos; y si uno de ellos, demasiado pequeño para comprender bien, parece interrogar con sus ojos ansiosos, en seguida se inclina hacia él la madre para explicárselo todo y hacerse su solícita y afectuosa maestra de cuanto ha dicho el papá.

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[3.–] ¿Será acaso necesario aclarar la aplicación de esta escena tan humana, y a la vez tan deliciosa? ¿No habéis reconocido en ella a Jesucristo Nuestro Señor, esposo de la Iglesia y fundador de la familia cristiana; a la Iglesia, vuestra Madre; y a vosotros mismos, que del Esposo recibís la palabra y de la Madre las explicaciones, de las que la debilidad humana, la humana ignorancia, la humana corrupción, tienen necesidad? ¿No es justo que se pueda leer en vuestros ojos la misma devota atención y la misma adhesión indestructible y confiada?

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[9.–] Dad, pues, a la fe en Dios aquella adhesión filial, que no es otra cosa, para decirlo más claramente, sino el asenso del entendimiento a las verdades reveladas por Dios, asenso imperado bajo el influjo de la gracia por la voluntad humana, porque no se puede creer sin querer creer, siendo la fe un libre asentimiento de nuestra mente, que prestamos a Dios a causa de su autoridad infalible. Creemos en Él sin ver lo que creemos porque la fe es de las cosas no aparentes.

1943 05 12 0010

[10.–] Recién casados, que descansáis el uno en la confianza del otro; futuros padres que aspiráis a gozar la confianza de vuestros hijos; vosotros, a quienes el ansia de ser dignos de ellos será estímulo y aliento para vencer todas las debilidades humanas; desde la aurora de vuestra vida común haced que vuestro hogar esté animado y alegrado por una fe viva y por una franca obediencia a Dios y a su Santa Iglesia. Si queréis que vuestros hijos os demuestren reconocido afecto y pronta devoción, no ceséis vosotros mismos de manifestar respeto y amor a Dios y a quienes le representan. Y si alguna vez ocurre que encontráis penas y dolores que turben algo vuestra fe y vuestra resignación divina, entonces, como los apóstoles, que decían a Cristo, “Adauge nobis fidem” (Luc 17, 5), invocad también vosotros del ciclo aquel aumento, aquel ardor, aquella potencia de la fe, que engendra los heroísmos en los padecimientos, en las desventuras, en los disgustos, en los peligros, en el sacrificio mismo de la vida. La fe crece con los actos, con los sacramentos, con la purificación del alma, con aquella esperanza y aquel amor que os acercan a Dios y os hacen firmes en el sufrimiento y en el trabajo por vosotros, por vuestra familia, por el prójimo, por la patria, por la Iglesia. Con el ejemplo visible de la prontitud y de la constancia de la fe educaréis, mejor que con muchas palabras, a vuestros hijos en la observancia no sólo del cuarto, sino también de los tres primeros mandamientos de Dios; y de ese modo ellos, aun a través de las tormentas de la vida, se mantendrán obsequiosos a vosotros y fieles a Cristo.

[E 3 (1943), 509-510]