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[0475] • PÍO XII, 1939-1958 • LA FAMILIA, CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD

De la Alocución Aurions-Nous, a la Unión Internacional de Organismos Familiares, 20 septiembre 1949

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[1.–] ¿Hubiéramos podido Nos dejar, Señores, de acoger con viva satisfacción vuestro deseo de presentarnos, al mismo tiempo que vuestro deferente homenaje, la memoria de vuestros trabajos y de vuestra actividad al servicio de una causa por la que tanto interés sentimos, como es la de la familia? Luego de ser elevados Nos a la Sede de San Pedro, declaramos en Nuestra encíclica Summi Pontificatus que consideramos deber de conciencia, impuesto por Nuestro ministerio Apostólico, la firme defensa de los derechos propios de la familia (1).

1. Cfr Acta Ap. Sedis, a. XXXI, 1939, p. 434 [1939 10 20/48].

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[2.–] Durante más de diez años, el mundo ha podido escuchar Nuestros llamamientos, ha comprobado Nuestros esfuerzos. Si algunos los han despreciado y han tergiversado Nuestras intenciones, tanto más agradable Nos es el recibir de vosotros, como representantes de las organizaciones familiares, la prueba de que habéis sabido comprender y estimar la obra del Padre común. Recibid por ello las gracias.

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[3.–] La dignidad, los derechos y los deberes del hogar familiar, establecido por Dios mismo como célula vital de la sociedad, son, por ello mismo, tan antiguos como el mundo; son independientes del poder del Estado (2) que debería protegerlos y defenderlos, si se hallan amenazados: derechos y deberes igualmente sagrados en todas las épocas de la historia bajo todos los cielos, pero mucho más sagrados todavía en las horas trágicas de las calamidades, de las guerras, cuya mayor víctima siempre es la familia, la gran sacrificada. Ahora bien; precisamente porque es el elemento orgánico de la sociedad, todo atentado perpetrado contra ella es un atentado contra la humanidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer, como un instinto innato, el amor conyugal, el amor paterno y materno, el amor filial. Por consiguiente, querer arrancar y paralizar este triple amor es una profanación que por sí misma horroriza y que lleva fatalmente hacia su ruina a la patria y a la humanidad.

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[4.–] Tras el falaz pretexto de impotencia de la familia entregada a sus propios medios, se atrincheran para someterla plenamente a la dependencia del Estado y de los poderes públicos, y hacerla servir a fines que le son extraños. Deplorable desorden, con la ilusión más o menos sincera de un orden artificioso, desorden –en realidad– que lógicamente conduce al caos.

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[5.–] Demasiado cierto es, por desgracia, que actualmente, por las condiciones económicas y sociales, la familia aislada, al marchar paralela a tantas otras, no puede bastarse a sí misma ni puede –a fortiori– cumplir su papel de célula orgánica y vital. ¿Será ello una razón para suministrarle un remedio peor que el mismo mal? ¿Qué hacer, pues? Lo que tiempo ha tratan de promover los hombres justos y rectos; lo que Nuestros Predecesores y Nos mismo no cesamos de recomendar sin descanso y en lo que Nos trabajamos por todos Nuestros medios; lo que vosotros mismos, señores, os esforzáis por realizar progresivamente mediante la unión de los organismos familiares.

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[6.–] El programa de esta actuación que tiende a consolidar la familia, a elevarla en su potencial y a integrarla en el mecanismo vivo del mundo, puede resumirse así: suplir la insuficiencia de la familia, procurándola cuanto le faltare para realizar su misión doméstica y social –unir entre sí a las familias en un frente sólido, consciente de su fuerza–, permitir que la familia haga oír su voz así en los asuntos de cada nación como en los de la sociedad entera, de suerte que nunca ella tenga que sufrir de éstas, antes bien logre de ellas su mayor beneficio. ¡Cuán diferentes serían los caminos actuales de la economía y de la política, si este principio fundamental se convirtiera en norte común de todos los que están consagrados a la vida pública!

2. Cfr. León XIII Enc. Rerum novarum [1891 05 15/9-10, 26].

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[7.–] Por consiguiente, lo que importa antes que nada es que la familia –su naturaleza, su fin y su vida– sean examinados bajo su verdadero aspecto, que es el de Dios, el de su ley religiosa y moral.

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[8.–] Gran lástima da el ver a qué soluciones de los más delicados problemas desciende una mentalidad materialista: disgregación de la familia por la indisciplina de las costumbres erigida en libertad indiscutible; agotamiento de la familia por la eugenesia introducida, bajo todas sus formas, en la legislación; esclavización material o moral de la familia siempre que, en la educación de sus hijos, quedan los padres reducidos casi a la condición de condenados, privados de la autoridad paterna. La idea de la familia, mirada desde el punto de vista de Dios, necesariamente hará volver al único principio de solución honesta: utilizar todos los medios para colocar a la familia en condición de bastarse a sí misma y de aportar su contribución al bien común.

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[9.–] Bien conocidas os son las medidas de asistencia a la familia. Sean de institución pública o de iniciativa privada, revisten formas muy variadas. Después de la primera guerra mundial, la previsión familiar se ha convertido en un departamento de los organismos oficiales de la sanidad pública. Los Papas, en sus Mensajes sociales, se han pronunciado con firmeza en pro del salario familiar o social, que permita a la familia el proveer al mantenimiento de sus hijos a medida que van creciendo. Lo que faltaba –y se ha intentado con igual entusiasmo en algunos países– es una política de gran envergadura, que desaloje las viviendas en que los inquilinos hállanse como acuartelados, y que funde la habitación familiar. Hoy, después de la segunda guerra mundial, esta exigencia ha pasado ciertamente a primer plano.

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[10.–] Añadamos también un sentido más agudo de la responsabilidad en la fundación del hogar, el desarrollo de una vida de familia más sana en una vivienda bien cuidada, tan beneficiosa para el espíritu como para el corazón. Tampoco hemos dejado Nos de mencionar las instituciones creadas para mejor preparar el cumplimiento de las cargas y de los deberes de familia. ¡De gran colaboración podrían ser la prensa, la radio, el cine, pero también grande es su responsabilidad con referencia a la familia! El cine, en lugar de envilecer con las intrigas del divorcio y de la separación, ¿no debería más bien, ponerse al servicio de la unidad del matrimonio, de la fidelidad conyugal, de la salud de la familia y de la felicidad del hogar? El pueblo siente la necesidad de una idea mejor y más elevada de la vida doméstica. Buena prueba de ello es el sorprendente éxito de ciertos films muy recientes.

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[11.–] También queremos Nos poner de relieve las obras de socorro a la infancia, la asistencia a la juventud, las casas de maternidad y de descanso para las madres, la organización tan beneficiosa de auxilios inmediatos a las familias sobrecargadas cuando, por ejemplo, la madre de familia se ve en la necesidad de no poder atender personalmente su casa: campo inmenso de trabajo abierto a las organizaciones de previsión pública, pero ante todo a la misma caridad privada.

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[12.–] Natural es el recordar que la mayor atención se ha de concentrar sobre las familias numerosas: exención de impuestos, concesión de subsidios, pensiones, pero que todo ello se considere no como un don exclusivamente gratuito, sino más bien como una indemnización muy modesta debida al servicio social de primer orden que rinde la familia, singularmente la familia numerosa.

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[13.–] Muy oportunamente afirmáis en vuestros estatutos, vuestra voluntad de reforzar los lazos de solidaridad entre todas las familias del mundo, condición muy favorable para el cumplimiento de su función de células vitales de la sociedad. ¡Cuántas y cuán preciosas fuerzas morales vendrán así a unirse para luchar contra la guerra al servicio de la paz!

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[14.–] Muy bien está que todas las familias del mundo se unan para ayudarse mutuamente, para mantener y dominar las fuerzas del mal mediante su vigor sano y fecundo. Mas todavía queda un paso que dar: establecer el espíritu familiar cristiano en la escala nacional, internacional y mundial. Así como una familia particular no es la simple reunión de sus individuos bajo un mismo techo, tampoco la sociedad ha de ser la simple suma de las familias que la integran. Debe ella vivir del espíritu familiar, fundado en la comunidad de origen y de fin. Siempre que entre las ramas de una misma familia aparecen –por circunstancias de la vida– desigualdades, se impone la mutua ayuda. Otro tanto debería suceder entre los miembros de la gran familia de las naciones. ¡Elevado ideal, sin ninguna duda! ¿Por qué, pues, no ponerse inmediatamente a trabajar para ello, por muy alejada que pueda parecer su realización? No hay duda alguna de que aun las mismas cuestiones tan angustiosas de la economía continental y mundial, consideradas desde este punto de vista, experimentarían una mejoría sensible y una ayuda bienhechora.

[EyD, 1694-1696]