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[0491] • PÍO XII, 1939-1958 • LA MUJER, FACTOR NECESARIO DE CIVILIZACIÓN Y PROGRESO

De la Alocución Certi, come siamo, a las Delegadas al Congreso de la Unión Mundial de Mujeres Católicas, 24 abril 1952

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[2.–] Ansiando siempre promover por todos los medios la obra de la paz mientras su arco iris no cubra la tierra de modo estable, queremos confiaros también a vosotras, amadas hijas –que, al ser la tranquilidad en el orden condición esencial de una sana vida femenina, acaso mejor que otros apreciáis su valor– el arduo pero sublime oficio de trabajar por la paz.

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[5.–] Millones de hombres y de mujeres, que pueden llamarse supervivientes de la última conflagración, aún conservan, vivas en la memoria, sus horrendas imágenes. Madres con los niños al pecho, sepultadas entre los escombros de sus casas; desgarradas otras por las heridas; petrificadas otras por el dolor de inesperados lutos, como si, de repente, algo de su propia vida se hubiera hecho pedazos. En otras partes, ellas, para quienes la casa lo es todo, obligadas a caminar –en muchedumbres innumerables– vagabundas de acá para allá, empujadas por los ejércitos, acosadas por los sustos, con los niños al cuello llorando por hambre o por enfermedades. Madres y esposas, durante largos años desconocedoras de la suerte de sus seres queridos; y aun algunas, por increíble insensibilidad de los gobernantes cuyos actos son muy diversos de las palabras, hasta hoy en la atroz angustia de la duda: ¿vivirá mi hijo? Y vírgenes condenadas a la deshonra, y familias ya sin amparo alguno, y doncellas a quienes siempre les quedó truncado el sueño de su vida. ¡Ved la mujer en tiempo de guerra!

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[6.–] ¿Habrán pensado alguna vez, con corazón de hijos, en tales tragedias aquellos regidores de pueblos, de los que no diremos que acaricien pensamientos y deseos de guerra, pero sí que ponen y mantienen condiciones de cosas tales que suscitan el peligro de la guerra, y acaso, por parte de pueblos injustamente oprimidos (¡horror da el decirlo!) hasta deseable, como postrer esperanza de legítima liberación? Pero ¿sobre quién recae la responsabilidad de tan exasperado deseo?

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[7.–] Aquellas circunstancias de vida que imponen las guerras, como las molestias, los rigores, los temores subitáneos, las anormalidades en general, aunque tal vez encuentran en el hombre, para quien es honor templarse en la adversidad, una cierta adaptación, son, en cambio, muchísimas veces desastrosas física y moralmente para la mujer.

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[10.–] En esto se distingue netamente, amadas hijas, vuestro grito de paz del de otras mujeres, cuya sinceridad estamos muy lejos de poner en duda, pero que desgraciadamente vemos con mucha frecuencia profanado al orientarse a fines diversos, si es que no se le obliga también a transformarse en griterío de exacerbación y de odio. En todo caso es cierto que cualquier invocación de paz, a la que se le quite el fundamento de la concepción cristiana del mundo, está condenado a resonar en el desierto de los corazones, como grito de los náufragos en las vacías extensiones de los océanos.

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[11.–] Y así es como vosotras, Mujeres católicas, sois las mensajeras y fautoras de la paz en virtud del título mismo con que os adornáis, porque católico es en cierto modo sinónimo de pacífico.

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[14.–] Hay, además, una acción externa, porque, si en otras edades el influjo de la mujer se restringía a la casa y en torno a la casa, en nuestros tiempos ella se extiende (quiérase o no) a un campo cada día más vasto: la vida social y pública, los parlamentos, los tribunales, el periodismo, las profesiones, el mundo del trabajo. Lleve la mujer a cada uno de estos campos su obra de paz.

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[17.–] [...] En cambio, el Cristianismo, el primero y el único, aun no desconociendo aquellos méritos externos e íntimos, ha descubierto y cultivado en la mujer misiones y oficios, que son el verdadero fundamento de su dignidad y la razón de una más genuina exaltación. De este modo, nuevos tipos de mujer saltan a la luz y se vigorizan en la civilización cristiana, como los de mártir de la religión, de santa, de apóstol, de virgen, de autora de vastas renovaciones, de consoladora de todos los humanos sufrimientos, de salvadora de almas perdidas, de educadora. A medida que van madurando las nuevas exigencias sociales, se extiende también su misión bienhechora y la mujer cristiana llega a ser, como lo es hoy con toda razón, no menos que el hombre, un factor necesario de la civilización y del progreso.

[EyD, 241-244]