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[0514] • PÍO XII, 1939-1958 • COLABORACIÓN DE LA FAMILIA Y DE LAS DEMÁS INSTITUCIONES EN LA EDUCACIÓN

De la Alocución Nell’accogliervi,  al Instituto Nacional Masculino de Roma (Italia), 20 abril 1956

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[11.–] Ciertamente el ambiente familiar, como nido ofrecido por la naturaleza, cuando está complementado por la Iglesia e integrado por la escuela, es el más apropiado para asegurar una buena e incluso perfecta educación; pero a menudo las circunstancias de lugar, de trabajo, de personas, impiden a la familia atender por sí sola a tan ardua tarea. En estos casos el colegio viene a ser una institución providencial, sin la que muchos jóvenes quedarían privados de grandes bienes. Sin embargo, ello no exime a los padres del deber de ocuparse de los hijos, antes al contrario, exige que su influjo se haga patente también en el colegio, para integrar la obra de formación que se realiza lejos de su mirada. Entre la educación en la familia, a menudo imposible, y la del colegio, necesariamente imperfecta, hay un camino medio que está representado por el semiinternado donde el joven obtiene las ventajas de la educación familiar con las propias de la vida de colegio.

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[15.–] [...] También los ejercicios de piedad deben gozar de recta medida, a fin de que no se conviertan en peso casi insoportable y no provoquen el tedio en el alma. No raramente se ha notado el deplorable efecto de un excesivo celo en este punto. Se han visto alumnos de colegios, incluso católicos, en los que no se ha tenido en cuenta la moderación, sino que se ha querido imponer un tenor de prácticas religiosas quizá ni siquiera proporcionadas para los seminaristas; descuidar, al volver al seno de la familia, los deberes más elementales del cristiano, como la asistencia dominical a la santa misa. Se debe ciertamente ayudar y exhortar al joven a orar; pero siempre en medida tal que la oración sea una dulce necesidad del alma.

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[16.–] En tercer lugar, ha de imperar en todo colegio un aura de serena suavidad, pero que no comprometa la formación de los caracteres fuertes. Especialmente a los jovencitos que proceden de familias sanas, el sentido del deber ha de inculcárseles mediante la persuasión personal y con argumentos de razón y de afecto. Un individuo que esté persuadido del amor de sus padres y de sus superiores, no dejará de corresponder antes y después a sus cuidados.

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[21.–] La confianza, fruto de la estima, consiste en la íntima persuasión de que cuanto se os enseña, aconseja, manda, nace del afecto y mira a vuestro mayor bien, aunque a primera vista no veáis claramente los motivos. Muchos náufragos de la vida deben su fracaso a haber regateado su fe en los padres y educadores; en cambio, se hubieran ahorrado muchas amargas experiencias si hubiesen creído confiadamente a aquéllos que por la experiencia tienen mayores conocimientos. Poned, pues, plena confianza en quienes han echado sobre sí y aceptado de la Providencia la grave responsabilidad de vuestro futuro y poseen para ello las necesarias dotes de inteligencia y de corazón. Entre éstos tienen la primacía los padres, cuyos consejos nunca debéis someter a discusión, al menos hasta el día en que os sintáis hombres maduros a toda prueba.

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[25.–] Existe, por último, una tercera colaboración que nunca será bastante recomendada y que estrecha en una obra solidaria e indispensable al colegio, a los alumnos, a las familias. Es ante todo necesaria una perfecta concordia de principios y objetivos entre el colegio y la familia, a fin de que el uno no destruya la acción de la otra, y viceversa. La familia en particular, según hemos dicho ya, confiando su hijo al colegio no renuncia a sus propios derechos ni queda exenta de sus propias responsabilidades. Le corresponde afianzar, sostener, continuar la obra de los educadores. A veces se requerirá una mayor confianza en el alumno, otras una mayor severidad o un más asiduo interés, o quizá sea preciso también sacrificar un poco de sus propios sentimientos. Pero es necesario, sobre todo, que los jóvenes vean siempre un perfecto entendimiento entre colegio y familia. Con esta triple colaboración, a la que añadirá la más elevada, eficaz e íntima que realiza la religión por medio de sus ministros, se puede esperar fundamentalmente que los altos ideales acariciados por los jóvenes, deseados por las familias, perseguidos por el colegio, se convertirán un día en feliz realidad.

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[26.–] [...] Sed piadosos con alegría y pureza de corazón, persuadidos de que la fe es el fundamento sólido en la vida. Obedeced, no tanto llevados por el temor cuanto atraídos por la certeza del buen fin que se proponen quienes os aman. Entregaos al estudio con método y asiduidad, no sólo para enriquecer vuestra inteligencia, sino también para llenar el común deber de trabajo. Quisiéramos también señalaros un particular deber propio de vuestra edad, cuya característica está esencialmente en crecer. Como cada nuevo día encuentra a los muchachos más desarrollados físicamente, así debe hallarlos más avanzados en el estudio y en la virtud. La mayor alabanza que el santo Evangelio tributa a la infancia de Jesús está en decir que “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Luc 2, 52). El divino Condiscípulo sea, pues, vuestro modelo, no sólo para el incesante provecho en la sabiduría y en la gracia, sino también para el consuelo que vuestra conducta proporcionará a quienes os guardan como a sus más preciados tesoros en este mundo: los padres y los educadores.

[EM 126-132]