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[0549] • JUAN XXIII, 1958-1963 • MISIÓN DE LOS PADRES Y ESPOSOS CRISTIANOS

De la Alocución Quelle joie, a los “Equipos de Nuestra Señora”, 3 mayo 1959

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[2.–] Después de veinticinco años de existencia, vuestro movimiento alcanza en muchos países un número imponente de hogares cuyos miembros se han decidido firmemente ser fieles, con la ayuda de Dios, a la gracia del sacramento del matrimonio, a sus responsabilidades de educadores y a su tarea apostólica en la Iglesia y en la ciudad.

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[3.–] Vuestra llegada, queridos peregrinos, nos causa gozo y satisfacción. En el mundo contemporáneo el matrimonio y las familias son con demasiada frecuencia atacados de muchas formas; los principios fundamentales de la moral natural son negados o despreciados impunemente, y muchos hogares cristianos poco a poco penetrados por un ambiente de naturalismo o de inmoralidad latente llegan a perder de vista la grandeza sobrenatural de su vocación. Entonces es particularmente importante que la doctrina católica, tan firme, tan clara y tan rica en estos puntos, sea particularmente ilustrada y puesta al alcance de todos por el ejemplo de católicos fervientes que se esfuerzan en su conducta de esposos, de padres y madres de familia, por ser plenamente fieles al ideal marcado por el propio Señor.

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[5.–] Proseguid, pues, con confianza y humildad en vuestros esfuerzos por tender a la perfección cristiana dentro del cuadro de vuestra vida conyugal y familiar. Si es cierto que el estado de virginidad es de suyo superior al estado del matrimonio, tal afirmación no se opone en absoluto, como sabéis, a la invitación dirigida a todos los fieles de ser “perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. El honor mismo que rinde la Iglesia a la virginidad cristiana es precioso también para los esposos; porque la castidad perfecta de las almas consagradas es una constante llamada del ideal del amor de Dios, que debe, incluso en el matrimonio, animar y sostener la práctica de la castidad propia del estado de casados.

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[6.–] La multiplicación de hogares cristianos cuyos esposos deseen –según vuestras normas de vida– que su amor mutuo sea santificado por la gracia y purificado por el sacrificio, sea una alabanza a Dios y un testimonio vivo ante los hombres de la santidad del matrimonio y una reparación de los pecados que se cometen contra su santidad, importa un valor y una esperanza grande para la Iglesia.

Desde hace largo tiempo, queridos hijos e hijas, tal es vuestro propósito. Vosotros deseáis hacer de esta sociedad única y privilegiada que es la familia una verdadera célula de la Iglesia, en la que Dios sea honrado primeramente por la oración en común; en la que su santa ley sea observada por encima de todo; en la que broten armoniosamente, en la caridad, aquellos frutos tan preciosos del corazón humano cuales son el amor conyugal, el amor paterno y maternal, el amor filial y el amor de los hermanos.

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[7.–] En el pensamiento de la Iglesia un hogar verdaderamente cristiano es el ambiente en que se nutre, crece y se desarrolla la fe de los niños y donde aprenden a hacerse no solamente hombres, sino también hijos de Dios. Vosotros, queridos padres y madres de familia aquí reunidos, Nos habéis expresado en esta peregrinación vuestro deseo de ofrecer vuestros hijos generosamente a Dios si Él los llamara un día a su servicio. Respetando absolutamente la vocación personal de cada uno de ellos, atestiguáis que sería para vosotros una honra y una dicha dar a la Iglesia los sacerdotes, los religiosos y religiosas de que ella tiene tanta necesidad en el día de hoy para atender las necesidades de las almas. Vuestro gesto Nos emociona profundamente y os lo agradecemos de todo corazón, deseando que vuestra actitud de fe sea un ejemplo vivo para todos los padres cristianos.

A este respecto sería peligrosa toda presión abusiva, pero preciosa y muchas veces imprescindible la delicadeza vigilante con la que un padre o madre de familia colaboran con Dios y con la Iglesia en facilitar el brote y el crecimiento de la frágil flor de la vocación en el alma de los niños.

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[8.–] Vuestra misión de esposos y padres cristianos desborda el cuadro estrecho de la familia. Proteger la intimidad del hogar no es cerrarlo estérilmente sobre sí mismo. La caridad se perfecciona por el don de sí mismo; consagrándose a las tareas que le incumbe en la Iglesia y en la sociedad, vuestro hogar encontrará su pleno desarrollo cristiano.

[E 19 (1959-I), 567-568]