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[0619] • PAULO VI, 1963-1978 • SOLICITUD DE LA IGLESIA POR LA FAMILIA

De la Alocución Salutiamo con compiacenza, al Congreso Nacional del Centro Femenino Italiano, 12 febrero 1966

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Las perspectivas conciliares

[3.–] [...] No ha sido posible en el Concilio tratar de modo exhaustivo la materia, especialmente el grave y complejo problema de las normas referentes a la natalidad. Todavía no podemos desentrañar las reservas que manifestábamos en Nuestro discurso de junio de 1964; pero a la espera de poder dar más precisas enseñanzas, creemos oportuno, por Nuestra parte, decir a este respecto unas palabras de exhortación pastoral. Pensamos ahora, especialmente, en los esposos y padres cristianos, que por primera vez en la historia de la Iglesia han sido admitidos a participar activamente en un Concilio Ecuménico, como intérpretes y representantes de todos los esposos y padres católicos, más aún de todas las familias del mundo.

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[4.–] Vuestra presencia en el Concilio, queridísimos hijos, significa que la Iglesia mira hoy de forma particular, llena de solicitud y amor, a la familia y sus problemas. Siempre ha bendecido a la familia y al amor humano, siguiendo el ejemplo de su divino Fundador; pero hoy más que nunca advierte que de la salubridad y plenitud de vida espiritual de la familia dependen la vida física y moral de la humanidad, más aún, la extensión real del reino de Dios. También conoce la Iglesia los peligros que amenazan, y las dificultades que intentan minar la solidez de la familia y su moralidad. Por esto los padres conciliares han dedicado una atención especial al capítulo de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, que habla del matrimonio, de la familia y de sus problemas.

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[5.–] No han podido ser afrontados todos los problemas, decíamos, sobre los que los esposos y padres cristianos esperan y desean una palabra; algunos de ellos, por su complejidad y delicadeza, no podían ser discutidos fácilmente por una asamblea numerosa; otros requerían y requieren estudios profundos; para ellos se ha constituido, como es sabido, una comisión pontificia especial, que ha sido encargada de profundizar en el estudio de estos problemas en sus diversos aspectos: científicos, históricos, sociológicos y doctrinales, sirviéndose también de amplias consultas a obispos y expertos. Os invitamos a aguardar el resultado de estos estudios, acompañándolos con la oración; el Magisterio de la Iglesia no puede proponer normas morales, mas que cuando está cierto de interpretar la voluntad de Dios; y para conseguir esta certeza, la Iglesia no está dispensada de investigar ni de examinar muchos problemas propuestos a su consideración de todas las partes del mundo; operaciones éstas quizá largas y no fáciles.

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[6.–] Entretanto el Concilio ha aprobado un texto que Nos, en plena comunión de pensamiento con los padres conciliares, hemos promulgado: el capítulo primero de la segunda parte de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia y el mundo actual, dedicado precisamente a la consideración de la gran dignidad que la Iglesia atribuye al matrimonio y a la familia. Queremos ahora resaltar aquí algunos principios fundamentales de la doctrina de la Iglesia, capaces de iluminar el camino a recorrer en bien de la familia y de todos sus miembros, que son como el mensaje del Concilio a los esposos y a las familias del mundo, y particularmente a los esposos cristianos; y os encargamos que vosotras lo pongáis en conocimiento de todos, y que seáis sus primeras y fieles intérpretes con la palabra y el ejemplo de la vida.

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El matrimonio y la familia, obra de Dios

[7.–] 1. El matrimonio y la familia no son solamente obra del hombre, logro humano producido y dominado en su íntima esencia por las condiciones históricas y ambientales, y mutable como éstas. El matrimonio y la familia proceden de Dios, son obra de Dios y responden a un designio esencial, que Él mismo trazó y que sobrepasa las mudables condiciones de los tiempos, persistiendo inmutable a través de ellos. Dios, por medio de éstos, quiere hacer al hombre partícipe de sus prerrogativas más elevadas, de su amor a los hombres y de su poder creador de vida. Por eso el matrimonio y la familia tienen una relación trascendente con Dios: de Él proceden y a Él están encaminados; las familias se fundan y viven inicialmente sobre la tierra, pero están destinadas a reunirse en el cielo.

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[8.–] Cualquier concepción o doctrina que no tenga suficientemente presente esta relación esencial del matrimonio y de la familia con su origen divino y su destino, que trasciende la experiencia humana, no comprendería su más profunda realidad y no podría encontrar el camino exacto para resolver sus problemas.

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Una ley fundamental

[9.–] 2. Por medio del matrimonio y de la familia Dios ha unido sabiamente dos de las mayores realidades humanas: la misión de transmitir la vida y el amor mutuo y legítimo del hombre y la mujer, para lo cual han sido llamados a completarse mutuamente en una entrega recíproca no sólo física, sino sobre todo espiritual. O mejor dicho, Dios ha querido hacer partícipes a los esposos de su amor, del amor personal que Él tiene a cada uno de ellos y para lo cual los llama a ayudarse y entregarse mutuamente para conseguir la plenitud de su vida personal; y del amor que tiene a la humanidad y a todos sus hijos, y por ello quiere multiplicar los hijos de los hombres para hacerlos partícipes de su vida y felicidad eterna.

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[10.–] Nacido del amor creador y paternal de Dios, el matrimonio encuentra en el amor humano, que corresponda al designio y a la voluntad de Dios, la ley fundamental de su valor moral, en el amor mutuo de los esposos, en virtud del cual cada uno se compromete con todo su ser a ayudar al otro a ser como Dios lo quiere; con el deseo común de interpretar fielmente el amor de Dios creador y padre, engendrando nuevas vidas.

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[11.–] “Que los esposos, por medio de su tarea de transmitir la vida y formarla mediante la educación –que debe considerarse como su misión propia– sepan ser cooperadores del amor de Dios creador y sus intérpretes” (Const. Past. n. 50).

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[12.–] Con esta luz los esposos encontrarán normales y necesarias las leyes de unidad, indisolubilidad y fidelidad mutua, que cuando falta el amor pueden manifestarse como un peso; y encontrarán energías de generosidad, sabiduría y fortaleza insospechadas, para dar la vida a los demás.

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Conciencia de la responsabilidad

[13.–] 3. La misión recibida de Dios, de interpretar su amor creador y paternal, exige hoy a los esposos un crecido conocimiento de su responsabilidad, humana y cristiana, en la transmisión de la vida.

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[14.–] Las condiciones de la vida actual, distintas en muchos aspectos de las de otros tiempos, y distintas en los diversos países, no justifican ciertamente el egoísmo o un temor sin confianza en Dios en el cumplimiento de esta primordial misión de los esposos, sino que requieren una decisión madura y consciente de todos los aspectos, particularmente de la responsabilidad educativa, para buscar el bien mayor.

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[15.–] También en este problema, que Dios quiso estuviera regulado también por sus leyes, autor del matrimonio y de la familia, e inscritas en la misma naturaleza y en la múltiple finalidad de estas instituciones, los esposos cristianos encontrarán en el deber de la candad la luz para resolver sus problemas personales. En la observancia de la ley divina, pues Dios ha confiado a su responsable decisión la tarea y el gozo de transmitir la vida, y nadie puede sustraerse a ella ni coartar su voluntad. Sino que tendrán que poner la mira en una caridad verdaderamente plena y universal, en la caridad para con Dios en primer lugar, cuya gloria y expansión del reino tendrán que buscar; en segundo lugar, en la caridad con los hijos, llevando a la práctica el principio “la caridad... no busca su propio interés...” (1 Cor 13, 5); en la caridad mutua, en virtud de la cual cada uno busca el bien del otro y se anticipa a sus buenos deseos, en lugar de imponer su voluntad. Esta actitud de caridad, iluminada por la ley de Dios, facilitará el camino hacia la verdad, es decir, hacia la solución exacta de sus problemas, que es consecuente con la voluntad de Dios sobre ellos, que les librará de remordimientos al final de su vida, y cuyos frutos gozarán por toda la eternidad.

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[16.–] Que el Concilio Vaticano II apenas concluido difunda en los esposos cristianos este espíritu de generosidad para ensanchar los límites del nuevo pueblo de Dios; y suscite en ellos también el deseo de tener hijos para ofrecer a Dios en la vida sacerdotal y religiosa para la salvación y servicio de los hermanos y su mayor gloria. Que siempre recuerden que la expansión del reino de Dios y la posibilidad de penetración de la Iglesia en la humanidad para su salvación, eterna y terrena, también está confiada a su generosidad.

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Camino hacia la santificación

[17.–] 4. La ley de la caridad para con Dios, con el cónyuge y con los hijos, y sus consiguientes responsabilidades, indica claramente que el matrimonio y la familia cristiana exigen un compromiso moral, no son un camino fácil de vida cristiana, aunque sea el más ordinario, el que la mayor parte de los hijos de Dios está llamado a recorrer. Más bien es un largo camino hacia la santificación, que se alimenta con las alegrías y los sacrificios de cada día, con la vida más normal aparentemente, si está guiada por la ley de Dios y empapada por el amor.

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[18.–] Sin embargo, los esposos cristianos saben que nunca están solos. El Concilio les recuerda que: “El Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, por medio del sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos. Permanece con ellos, para que se amen el uno al otro con fidelidad perpetua, como Él ama a la Iglesia y se entrega a sí mismo por Ella. El legítimo amor conyugal queda absorbido por el amor divino y es dirigido y enriquecido por la fuerza redentora de Cristo y por la obra salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente hacia Dios a los esposos y ayudarles y confirmarles en la sublime misión de padre y de madre” (Const. Past. n. 48).

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[19.–] Os confiamos a vosotros, esposos y padres cristianos, y a las muchas iniciativas que se promueven hoy en la Iglesia, la espiritualidad de la vida conyugal, la tarea de estudiar de un modo cada vez más profundo las riquezas del sacramento del matrimonio, su repercusión en la vida de los esposos, de la familia y de la sociedad; y la tarea de ayudar a todos los esposos cristianos a tomar conciencia de este don.

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La castidad conyugal

[20.–] 5. Dentro del marco de este obligado empeño moral y de la grandeza del don del matrimonio, el Concilio recuerda a los esposos cristianos otra virtud que han de cultivar: la virtud de la castidad conyugal, enérgicamente delineada por su Santidad Pío XI y reclamada por Pío XII.

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[21.–] No es una ley nueva ni inhumana, es la doctrina de la honestidad y de la sabiduría, que siempre ha enseñado la Iglesia iluminada por Dios, y que ata entre sí con lazos indisolubles las legítimas expresiones del amor conyugal con el servicio de Dios en la misión que de Él procede de transmitir la vida; es la doctrina que ha ennoblecido y santificado el amor conyugal cristiano, purificándolo de los egoísmos de la carne y de los egoísmos del espíritu, de la búsqueda superficial de las realidades efímeras de este mundo para dar preferencia a la entrega propia a algo eterno. Es la doctrina que a lo largo de los siglos ha redimido a la mujer de la esclavitud de un deber sufrido a la fuerza y con humillación; y que en cambio ha perfilado el sentido del respeto mutuo y la estima recíproca entre los cónyuges. Comprendan los esposos la fuerza moral que estimula, y la riqueza espiritual que alimenta la virtud de la pureza de la vida conyugal fielmente guardada según la ley de Dios: ¡la serenidad, la paz, la grandeza de espíritu, la limpieza de alma! Que comprendan el inestimable valor que posee para prepararlos a su tarea de educadores. Hoy, como ayer y como siempre, es verdad: los hijos encuentran en la vida de los padres la formación más profunda en la fidelidad a Dios; al paso que los padres encuentran en la obediencia a Dios la certeza de la gracia, que precisan para la tarea de educadores cristianos, hoy tan difícil.

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[22.–] Que no se desalienten por las dificultades que puedan encontrar, y no abandonen por esto la fidelidad a la Iglesia; sino que entregándose con confianza a la fuerza de la gracia divina, que pedirán insistentemente en la oración, en lugar de arreglar la ley divina a la medida de su propia voluntad, alcancen las alturas del ideal divino; y renovando cada día su buena voluntad, cada día recomiencen serenamente desde la primera etapa su camino, que tiene como meta una eternidad de vida con Dios, y como premio aquí en la tierra un amor más profundo y más dichoso. “Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios” (Mat 5, 8).

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[23.–] El nuevo Pentecostés de la Iglesia, que todo el pueblo de Dios ha pedido intensamente en la oración de estos años, y que esperamos que la misericordia de Dios tenga a bien dar a su Iglesia, no podrá ser un tiempo de mayores facilidades morales, sino más bien de mayor empeño en todos, y también en los esposos cristianos. “Entrad por la puerta estrecha..., estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida” (Mat 7, 13-14).

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[24.–] 6. Nuestras palabras van dirigidas, en primer término, a los esposos cristianos, pero quisieran llegar a todos los esposos. Y esperamos que todos los hijos de la Iglesia escuchen la voz de su madre, y que su generosidad logre para todo el pueblo de Dios, para todos los hombres, la luz necesaria para comprender bien las leyes de Dios que regulan el matrimonio, y consigan a la Iglesia la luz necesaria para resolver las dificultades y los problemas, que todavía se están estudiando, de acuerdo con la voluntad de Dios.

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[25.–] Por ello pedimos a los esposos cristianos que con su espíritu de fe, su confianza en Dios, su verdadera caridad con Dios, mutua y para con los hijos, sean en el mundo una “prueba” de la santidad de la Iglesia, esposa fiel y gloriosa “sin tacha y sin defecto... santa e inmaculada” de Cristo (Ef 5, 27).

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[26.–] Y pronunciamos estas palabras ante esta hermosa asamblea del Centro Femenino Italiano, que cuenta entre sus méritos y actividades, también la de honrar, asistir, instruir y defender a la familia, y en la familia a la mujer especialmente, que en ella encuentra con sus afanes y cuidados su más natural y amorosa misión, su más reconocida dignidad, su más segura garantía de salvación y de premio: “Su salvación, dice San Pablo de la mujer, estará en la maternidad, permaneciendo santamente honesta en la fe y en la caridad” (1 Tim 2, 15).

[E 26 (1966), 313-315]