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[0626] • PAULO VI, 1963-1978 • LA UNIDAD INDISOLUBLE DE LA FAMILIA

Del Mensaje Desideriamo, al Fronte de la famiglia, 8 enero 1967

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[2.–] Este año lo hacemos con particular complacencia, no sólo por la profunda estima y por la plena gratitud que tenemos hacia las familias cristianas, por el magnífico testimonio de generosidad, de alegría y de amor, que dan ante el mundo, sino también porque el tema elegido reviste especial y urgente interés por sus aspectos psicológicos, educativos, sociales, morales y espirituales: “La estabilidad matrimonial”.

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[3.–] De hecho, tal condición, indispensable para asegurar a la familia su pleno desarrollo en el plano humano y en el religioso, está estrechamente ligada a la indisolubilidad del matrimonio, que la Iglesia, siguiendo fielmente las enseñanzas de su Divino Fundador, ha defendido en los siglos contra los reiterados peligros del egoísmo personal y del relativismo jurídico en favor de la dignidad y de la altísima misión del matrimonio y de la solidez y del orden de la sociedad.

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[4.–] La palabra de Cristo: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6) resuena altamente, entre toda nube de incomprensión para asegurar a la familia su estabilidad, para preservarla de la disgregación, para convertirla en instrumento eficaz de la educación integral del hombre.

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[5.–] Y el Concilio Ecuménico Vaticano II ha presentado así la enseñanza de Cristo, con suma autoridad, a los hombres de nuestro tiempo: “Esta íntima unión de los cónyuges, como mutua donación de dos personas y por el bien de los hijos, exigen la plena fidelidad de los cónyuges y reclaman su indisoluble unidad. Cristo Señor ha derramado la abundancia de sus bendiciones sobre este amor múltiple, surgido de la fuente de la divina caridad, y estructurado sobre el modelo de su unión con la Iglesia” (Const. Past. Gaudium et spes, n. 48)[1].

[1]. [1965 12 07/48].

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[6.–] Formulamos votos cordiales para que, de la profundización del tema, surjan de la Fiesta de la Familia que hoy celebramos, motivos de grande y alegre esperanza: que los cónyuges sean cada vez más conscientes de la gran responsabilidad que Dios mismo les ha confiado al convertirlos en sus colaboradores en la transmisión de la vida; con profunda fe en la bondad providente de Dios, que da fuerza en las adversidades, y por amor a los hijos, tesoro frágil y precioso del que se les pedirá estrecha cuenta, sepan aceptar sus pruebas, quizá graves pero meritorias y no insoportables, cuando el espíritu de amor y de sacrificio y la fortaleza de carácter bien formado ofrecen el sostén necesario; sean las familias escuelas de virtud y de verdadera intimidad de afectos, centros vitales de formación cristiana y humana, baluartes solidísimos contra la corrupción y ligereza de las costumbres. Y una nueva primavera brillará en este mundo que Dios tanto ama.