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[0654] • PAULO VI, 1963-1978 • TESTIMONIO DE LAS FAMILIAS CRISTIANAS

De la Alocución La vostra presenza, a un grupo de matrimonios, en el XXV Aniversario de sus bodas, 5 octubre 1968

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[2.–] Ante todo un balance. Ahora hace veinticinco años, vuestras vidas se unían para siempre ante el altar, pronunciando aquel “Sí” que anudaba vuestras vidas en el amor más probado, en la fidelidad más total, en la entrega más irrevocable, haciéndoos ministros ante la Iglesia del sacramento “grande” del matrimonio. [...]

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[3.–] Significado, después, de un testimonio: aquél que, como esposos cristianos, estáis llamados a dar en medio de la comunidad cristiana y en medio del mismo mundo. Como esposos creyentes habréis tenido, en verdad, dificultades de diverso orden: tanto íntimas cuanto familiares y sociales, en el elemento imponderable que la vida presenta continuamente a cada hombre, con tal que tenga un mínimo de espaldas, y sobre todo no perdona a las parejas cristianas, a los hogares cristianos. Habéis vivido en una época de profundas transformaciones civiles, éticas, espirituales; vuestro matrimonio ha florecido en un mundo que, más descaradamente que en otras épocas, ha defendido y celebrado con todos los medios al naturalismo, al hedonismo, a los “derechos del amor” como osan llamarlos; hasta la exaltación antievangélica, declarada y programada, de lo que mata a la familia en su misma esencia. No obstante esto habéis probado bien cómo Dios no abandona jamás a los que creen en Él; habéis experimentado cómo la gracia copiosa del sacramento ha estado siempre pronta a descender sobre vosotros: en los momentos alegres como en los tristes, en las crisis y en las dudas, en las fatigas extremas de la educación de los hijos, en las renovadas aprensiones por su éxito, en las fascinantes insinuaciones del mal, en los malos ejemplos.

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[4.–] Esta experiencia única os brinda ahora testimonios de la belleza, de la grandeza, de la santidad del vínculo matrimonial ante vuestros hijos, que deben afrontar la vida sobre el ejemplo de sus progenitores; y ante las parejas más jóvenes, cumpliendo para ellas aquel apostolado a que habíamos llamado a las parejas más sensibles en Nuestra reciente Encíclica “Humanae vitae” [1]: aconsejando, guiando, reclamando principios que han sido luz y fuerza para vosotros, y que, sólo ellos, garantizan a los esposos la felicidad terrena verdadera y duradera, preparación y símbolo de la celestial. La misma audiencia de hoy, en la cual habéis deseado participar, y a la cual habéis venido tan fervorosamente, Nos dice que queréis asumir para vosotros este testimonio honorífico y voluntarioso, en un momento tan delicado y urgente como es el presente.

[1]. [1968 07 25/25-26].

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[5.–] Significado, finalmente, de un programa: porque la vida de los esposos no se puede decir jamás concluida, teniendo siempre nuevos programas de actividad a que dedicarse, hasta el último aliento. ¿Hay quizá jamás reposo para una madre que, llegando a ser abuela, vuelve a comenzar a revivir sus experiencias llenas de sabiduría?; ¿o para un padre que quiera verdaderamente vivir a fondo su magnífica vocación? El Concilio Ecuménico ha trazado este programa a las familias cristianas cuando las ha definido a cada una como una “Iglesia doméstica” (Lumen gentium, 11)[2], como un “aprendizaje de apostolado” (Apostolicam actuositatem, 30)[3], y el “primer seminario” en el cual se esbozan las vocaciones (Optatam totius, 2)[4]; ellas son llamadas a desarrollar plenamente los gérmenes de la gracia, a fin de que volviéndose terreno fértil por el ejercicio de todas las virtudes puedan constituir como el tejido conectivo de la sociedad civil, y sobre todo de la Iglesia, para la cual engendran los hijos destinados a entrarse, con pleno derecho de ciudadanía, hasta el reino de los cielos.

[E 28 (1968), 1477-1478]

[2]. [1964 11 21a/11].

[3]. [1965 11 18/30].

[4]. [1965 10 28a/2].