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[0747] • PAULO VI, 1963-1978 • LA FAMILIA, “IGLESIA DOMÉSTICA”

De la Alocución Noi pensiamo, en la Audiencia General, 11 agosto 1976

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[3.–] Esta doctrina se hace eminentemente práctica, especialmente cuando habla de los cónyuges cristianos, los cuales constituyen una así llamada “Iglesia doméstica” (Lumen gentium, n. 11 al final). Nos, deseamos fijar la atención sobre este título dado a la familia cristiana. Iglesia doméstica es. Representa, en su expresión honesta y moral que reconstruye las inefables e inagotables armonías de dos seres en una sola vida, en su origen sacramental, que eleva el amor natural frágil y voluble al nivel de amor sobrenatural inviolable y siempre nuevo (Cfr. Efes 5, 21-23), en su deontología, es decir, en la ley que la gobierna y que hace de la unión, de donde toma su origen, una sociedad exclusiva y perenne, una unidad estupenda en la que se refleja la unidad existente entre Cristo y la Iglesia, representa –decimos– y constituye una pequeña Iglesia, un “elemento” de la construcción de la única y universal Iglesia, como es todo el Cuerpo Místico de Cristo.

Este carácter sagrado de la familia cristiana nada quita a la integridad y a la naturaleza de la familia ordinaria, mejor dicho, la ilumina interiormente con un Espíritu nuevo de amor y de felicidad, la fortalece en las pruebas y en los sufrimientos de la vida, le confiere la conciencia de su propia misión, le da el sentido, el gusto, la fuerza, la sabiduría del verdadero arte de vivir juntos la vida mortal en función de la vida inmortal.

Este título de Iglesia doméstica, “domestica ecclesia”, se remonta a los primeros albores del cristianismo. Basta citar a San Pablo, al hablar de dos cónyuges, Aquila y Priscila, que siguieron al apóstol en algunas de sus peregrinaciones, y que tuvieron el honor de recibirlo como huésped con la Iglesia local (Cfr. 1 Cor 16, 19; escribía entonces desde Éfeso; cfr. Rom 16, 5; cfr. Batiffol, “La Chiesa nascente e il cattolicesimo”, pp. 84-85, ed. 1971). Es decir, la hospitalidad familiar y privada fue el primer nido en el que surgieron las primeras Iglesias particulares, pero ya impregnadas del carácter social, exclusivo, universal de la Iglesia de Cristo y de Dios.

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[4.–] Sentimos una satisfacción inmensa al ver que este sentimiento eclesial de la familia cristiana va despertándose y trasfundiéndose en la comunidad doméstica, frecuentemente de forma ejemplar y edificante. Nos, os pedimos, hijos queridísimos, y a vosotros especialmente, nuevas familias cristianas, que rindáis, con la forma debida y en medida discreta, pero también con abierta y colectiva expresión religiosa, honor a la plegaria colectiva en vuestros hogares: la madre tiene, en esta primera pedagogía de la religión, un cometido tan importante y digno como hermoso y conmovedor. Madres, ¿enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo paciente? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? Y vosotros, papás, ¿sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez?

Vuestro ejemplo, en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común, vale una lección de vida, vale un acto de culto de un mérito singular; y llevad de este modo la paz al interior de las paredes domésticas: “Pax huic Domui!”(Cfr. el librito de las oraciones en familia).

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[5.–] Recordad: así edificaréis la Iglesia.

[E 36 (1976), 1149-1150]