[0763] • PAULO VI, 1963-1978 • UN DEBER SAGRADO: PROTEGER Y FAVORECER SIEMPRE LA VIDA HUMANA
Del Discurso Nous remercions, al V Congreso Internacional de Obstetricia y Ginecología Psicosomática, 19 noviembre 1977
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[2.–] Séanos permitido en primer lugar manifestar la estima de la Iglesia hacia vuestra profesión, que es de verdad una “misión” al servicio de la vida humana. En la investigación que lleváis a cabo en un terreno bien difícil, ante las responsabilidades que asumís cada vez que se os consulta sobre algún caso, en el interés que ponéis en hacer vuestros los problemas y las angustias de las que se confían a vuestros cuidados, encuentra una de sus más bellas expresiones el amor al prójimo, amor que el Señor dijo se dirigía a Él mismo (Cfr. Mt 25, 40).
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[3.–] Recorriendo la lista de los distintos temas sometidos a vuestro estudio, se ve que vuestras especialidades de hecho cubren un campo muy vasto de investigación y tratamientos, si bien conciernen esencialmente a los comienzos de la vida humana. ¿Acaso no podría ser debida esta amplitud, al menos en parte, a que se ha ensanchado la perspectiva de vuestro trabajo, a que se toman en consideración las interacciones, tan reales como misteriosas, que existen entre lo somático y lo psíquico y que determinan muy estrechamente la salud y la enfermedad?
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[4.–] Os ocupáis, pues, del problema de las repercusiones que pueden tener sobre el desarrollo físico y síquico del niño las condiciones sicosomáticas de los padres y sus estados emocionales. Los hechos muestran en efecto tal influencia y, aunque haya dificultades para explicar científicamente este fenómeno, vuestros análisis clínicos y vuestra experiencia profesional confirman cada día la importancia que reviste, dentro de la unidad psicosomática de la persona humana, el elemento que la distingue de los seres privados de razón y que es el alma espiritual inteligente y libre.
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[5.–] Por ello vuestra ciencia profesional no puede prescindir de las consideraciones morales y religiosas que intervienen de hecho, en grado mayor o menor, en la personalidad humana.
Hay que apreciar en su justo valor la importancia que los criterios morales y las convicciones religiosas pueden revestir para los esposos, también en el control y la expresión de los sentimientos, el crecimiento o el enfriamiento del amor, del afecto recíproco, de las preocupaciones y esperanzas, realidades todas ellas que pueden modificarse, estimularse o reprimirse por las orientaciones del espíritu.
Insistís sobre la necesidad de ser dueños de sí mismo y sobre el dominio de las pasiones, para garantizar que la transmisión de la vida se haga en un encuentro de amor, en el respeto a la dignidad de cada uno de los esposos y en la armonía de sus voluntades, asegurando así las condiciones óptimas para la posterior evolución sicológica y somática del niño.
Es de loar vuestra solicitud en informar a los futuros padres sobre la importancia del ejercicio razonable de la sexualidad, así como también los riesgos que entraña cualquier violencia ejercida sobre la facultad generativa por el empleo de medicinas que no están destinadas a corregir las anomalías, sino a impedir sus funciones normales.
Es una gran satisfacción para nosotros constatar que la genética sicosomática apoya y confirma la norma ética al denunciar con creciente preocupación los peligros inherentes al empleo de anticonceptivos. Muy al contrario la Iglesia, como ya lo hemos dicho en otras ocasiones, para aumentar en los padres la conciencia del deber de ejercer la paternidad de modo responsable, alienta los progresos que pueden conseguir vuestras investigaciones a fin de facilitar el ejercicio de tal paternidad; la Iglesia se felicita también por vuestros esfuerzos destinados a asegurar a la concepción humana las mejores condiciones posibles para el desarrollo somático y psíquico del niño.
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[6.–] Como es vuestro deber, tratáis de combatir todo dolor anormal del embarazo y de la crianza del niño, a condición, claro está, de hacerlo sin riesgos, sin herir tampoco los sentimientos de amor que inspiran la maternidad asumida con espíritu de sacrificio, capaz de expresar la relación íntima existente entre la madre y el hijo. Pero al mismo tiempo no debéis olvidar jamás que vuestra profesión está al servicio de la vida humana, de toda vida humana ya desde el momento mismo de la concepción.
Las malformaciones orgánicas, cuando desgraciadamente existen, no pueden privar a ningún ser humano de su dignidad ni del derecho inalienable a la existencia; es ciertamente una visión materialista de la vida el plantear de otro modo las cosas. Por ello, un médico católico consciente de estas exigencias, no puede prestarse nunca a hacer experiencias sobre el embrión o el feto humano, ni siquiera por el bien de la ciencia, ni tampoco cuando este ser está destinado, sea por motivos naturales o por la acción criminal de los hombres, a perecer antes de ver la luz. Y sobre todo, una vez dado el diagnóstico fatal, el médico no puede ceder a ninguna presión, aun en los casos aparentemente dignos de respeto, como sería cuando los padres quieren acudir a su ciencia para evitar el sufrimiento de traer al mundo un niño gravemente minusválido.
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[7.–] ¡Seria responsabilidad la vuestra! Frente a la tentación que llevaría a atentar contra vuestra hermosa profesión, cuyo único objeto es proteger y favorecer la vida, esforzaos siempre en hacer ver que dicho fin sólo puede alcanzarse si se ponen en primer plano los valores espirituales y su significado.
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[8.–] Pedimos al Espíritu Santo, Espíritu de ciencia y de fortaleza, que os ayude, e imploramos al Señor de todo corazón que bendiga vuestras personas y vuestras familias.
[EPD, 522-524]
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[2.–] Qu’il Nous soit permis de vous exprimer d’abord l’estime de l’Église pour votre profession, qui est vraiment une “mission” au service de la vie humaine. Dans la recherche à laquelle vous vous adonnez dans un domaine difficile, dans la responsabilité que vous assumez chaque fois qu’un cas vous est soumis, dans votre souci de partager les problèmes et les angoisses de celles qui se confient à vos soins, l’amour du prochain –dont le Seigneur a dit qu’il s’adressait à Lui-même (1)–, trouve une de ses plus belles expressions.
1. Cf. Matth. 25, 40.
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[3.–] En parcourant la liste des différentes questions soumises à votre étude, on voit que vos spécialités, bien qu’elles concernent essentiellement les débuts de la vie humaine, recouvrent en fait un champ très vaste de recherches et de traitements. Cette ampleur ne serait-elle pas due, au moins en partie, à l’élargissement de perspective qui caractérise vos travaux, à cette prise en considération des interactions, aussi réelles que mystérieuses, qui existent entre le somatique et le psychique, et qui déterminent étroitement la santé et la maladie?
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[4.–] Vous vous penchez donc sur le problème des répercussions que les conditions psychosomatiques des parents et leurs états émotionnels peuvent avoir sur le développement physique et psychique de l’enfant. Les faits démontrent en effet une telle influence et, bien qu’il y ait des difficultés à expliquer scientifiquement ce phénomène, vos analyses cliniques et votre expérience professionnelle vous confirment chaque jour l’importance que revêt, dans l’unité psychosomatique de la personne humaine, l’élément qui la distingue des vivants dénués de raison: l’âme spirituelle, intelligente et libre.
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[5.–] Ainsi votre science professionnelle ne peut-elle faire abstraction des considérations morales et religieuses qui, à un degré plus ou moins fort, interviennent de fait dans la personnalité humaine. Il faut apprécier à leur juste valeur l’importance que les critères moraux et les convictions religieuses peuvent avoir chez les époux aussi bien pour le contrôle et l’expression de leurs sentiments, la promotion ou le refroidissement de leur amour, de leur affection réciproque, de leurs soucis et de leurs espérances, toutes réalités qui peuvent être modifiées, stimulées ou réprimées par les orientations de l’esprit. Vous insistez sur la nécessité de la maîtrise de soi et la domination des passions, afin d’assurer la transmission de la vie dans une rencontre d’amour, dans le respect de la dignité de chacun des époux et l’harmonie de leurs volontés, assurant ainsi les conditions les meilleures pour l’évolution psychologique et somatique ultérieure de l’enfant. Il faut donc louer votre sollicitude à informer les futurs parents de l’importance que revêt l’exercice raisonnable de la sexualité, comme aussi des risques que comporte toute violence exercée sur la faculté générative par l’emploi de médicaments qui ne sont pas ordonnés à corriger ses défauts mais à en empêcher les fonctions normales. C’est pour Nous une grande satisfaction de constater que la psychosomatique génétique appuie et confirme la norme éthique en dénonçant avec une préoccupation croissante les dangers inhérents à l’emploi des contraceptifs. Au contraire, pour augmenter chez les parents la conscience de leur devoir d’exercer leur paternité de façon responsable, l’Église encourage, comme Nous l’avons déjà dit en d’autres occasions, tous les progrès que vos recherches peuvent susciter pour faciliter l’exercice d’une telle paternité, de même qu’elle se félicite de vos efforts pour assurer à la conception humaine les conditions les plus favorables pour le développement somatique et psychique de l’enfant.
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[6.–] Vous cherchez, comme c’est votre devoir, à combattre toute douleur anormale de la grossesse et de l’enfantement, à condition évidemment de le faire sans risque, sans porter non plus atteinte aux sentiments d’amour qu’inspire une maternité assumée en esprit de sacrifice, apte à exprimer le rapport intime existant entre la mère et son enfant. Mais vous ne devez jamais oublier aussi que votre profession est au service de la vie humaine, de toute vie humaine depuis le moment de sa conception. Les malformations organiques, lorsque ce malheur arrive, ne peuvent priver aucun être humain de sa dignité ni de son droit inaliénable à l’existence: c’est en fait une vision matérialiste de la vie que d’envisager les choses autrement. C’est pourquoi un médecin catholique conscient de ces exigences ne saurait se prêter à des expériences sur l’embryon ou le foetus humain même pour le progrès de la science, ni même si cet être était destiné, pour des raisons naturelles ou par le fait criminel des hommes, à périr avant d’avoir vu le jour. Et surtout il ne peut, après avoir porté un diagnostic fatal, céder à des pressions, même les plus respectables en apparence, comme celles de parents qui voudraient recourir à sa science pour échapper à l’épreuve de mettre au monde un enfant gravement handicapé.
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[7.–] Lourde responsabilité que la vôtre! Contre toute tentation qui tendrait à porter atteinte à votre belle profession dont le seul but est de protéger et d’épanouir la vie, efforcez-vous de montrer toujours mieux que ce but ne peut être atteint qu’en mettant au premier plan la signification des valeurs spirituelles.
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[8.–] Nous demandons à l’Esprit-Saint, Esprit de science et de force, de vous y aider, et Nous demandons de grand coeur au Seigneur de bénir vos personnes et toutes vos familles.
[AAS 70 (1978), 98-100]