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[0764] • PAULO VI, 1963-1978 • LA PAZ EXIGE LA DEFENSA DE LA VIDA

Del Mensaje Al mondo, para la Jornada Mundial de la Paz, 8 diciembre 1977

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[15.–] De hecho debemos defender hoy la paz bajo su aspecto, que podríamos llamar metafísico, anterior y superior al histórico y contingente de la pausa militar y de la exterior tranquillitas ordinis, queremos considerar la causa de la paz reflejada en la de la misma vida humana. Nuestro “sí” a la paz se extiende a un “sí” a la vida. La paz debe afirmarse no sólo en los campos de batalla, sino dondequiera que se desarrolla la existencia del hombre. Allí hay, más aún, debe haber también no sólo una paz que tutele esta existencia contra las amenazas de las armas bélicas, sino también una paz que proteja la vida en cuanto tal contra toda clase de peligros, contra toda clase de daño, contra toda insidia.

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[16.–] El discurso podría ser vastísimo; pero nuestros puntos de referencia son pocos y determinados. Existe en el tejido de nuestra civilización una categoría de personas doctas, valientes y buenas, que han hecho de la ciencia y del arte sanitaria su vocación y su profesión. Son los médicos y cuantos con ellos y bajo su dirección estudian y trabajan por la existencia y el bienestar de la humanidad. Honor y reconocimiento a estos sabios y generosos tutores de la vida humana.

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[17.–] Nos, ministro de la religión, miramos a esta escogidísima categoría de personas, dedicada a la salud física y síquica de la humanidad, con gran admiración, con profunda gratitud y con gran confianza. Por muchos títulos, la salud física, el remedio a la enfermedad, el alivio del dolor, la energía del desarrollo y del trabajo, la duración de la existencia temporal y tanta parte de la vida moral dependen de la cordura y de los cuidados de estos protectores, defensores y amigos del hombre. Estamos cerca de los hombres y sostenemos, dentro de nuestras posibilidades, sus fatigas, su honor, su espíritu. Confiamos en su solidaridad para afirmar y defender la vida humana en aquellas singulares contingencias en que la vida misma puede verse comprometida por un positivo e inicuo propósito de la voluntad humana. Nuestro “sí” a la paz suena como un “sí” a la vida. La vida del hombre, desde su primer encenderse a la existencia, es sagrada. La ley del “no matarás” tutela este inefable prodigio de la vida humana con una soberanía trascendente. Éste es el principio que gobierna nuestro ministerio religioso en orden al ser humano. Confiamos en tener como aliado nuestro el ministerio terapéutico.

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[18.–] Y confiamos no menos en el ministerio que ha dado principio a la vida humana, el de la generación, el materno en primer lugar. ¡Qué delicadas se vuelven ahora nuestras palabras, qué emocionadas, piadosas y graves! La paz tiene en este campo de la vida que nace su primer escudo de protección; un escudo provisto de las más suaves protecciones, pero escudo de defensa y de amor.

Nos no podemos, por tanto, sino desaprobar toda ofensa a la vida que nace, y no podemos sino suplicar a todas las autoridades, a todas las instancias competentes que actúen para que se prohíba y se ponga remedio al aborto voluntario. El seno materno y la cuna de la infancia son las primeras barreras que no solamente defienden con la vida la paz, sino que la construyen (Cfr. Sal 126, 3 ss.). Quien, oponiéndose a la guerra y a la violencia, escoge la paz, escoge por eso mismo la vida, escoge al Hombre en sus exigencias profundas y esenciales; éste es el sentido de este Mensaje, que de nuevo enviamos con humilde y ardiente convicción a los responsables de la paz en la tierra y a todos los hermanos del mundo.

[EPD, 560-562]