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[0770] • PAULO VI, 1963-1978 • EL DERECHO SAGRADO A LA VIDA

De la Alocución Due pensieri, en la Audiencia General, 7 junio 1978

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[2.–] Nosotros no podemos eximirnos del deber de recordar las reservas negativas a esta ley en favor del aborto, ley que ha comenzado a ser efectiva también en Italia desde ayer, como hemos dicho, con gran ofensa de la ley de Dios en un punto tan sumamente importante como es el deber de defender la vida inocente del niño ya desde el seno materno.

Ahora nos limitaremos a recordar cuanto ha afirmado desde siempre con autoridad la Iglesia, intérprete de la ley natural sobre este tema y de la ley divina (Cfr. Ep. ad Diognetum, 8, 6); es decir, que “la vida inocente, cualquiera que sea la condición en que se encuentre, ha de ser sustraída a todo ataque directo voluntario, ya desde el primer instante de su existencia... Es éste un derecho fundamental de la persona humana...», como afirmaba nuestro venerado predecesor Pío XII (Cfr. Discorsi, XIII, pág. 415), y como nos recuerda la venerada palabra hecha pública en la fecha de ayer, de nuestro Vicario General para Roma, el cardenal Ugo Poletti.

Es deber de todos y especialmente de cuantos se profesan católicos, prestar la observancia debida a esta enseñanza capital.

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[3.–] Esta enseñanza es grave, pero siempre y ahora más que nunca es enseñanza de amor. De amor a la vida humana considerada en sí misma.

La autoridad que reivindica Cristo y la Iglesia con Él sobre la existencia humana es una manifestación de estima de la vida del hombre en su pequeñez, en su infancia, en su inocencia. ¿Quién no recuerda el pasaje tan precioso, tan deleitable, tan evangélico narrado por el evangelista San Marcos con su fuerza acostumbrada? “Presentáronle unos niños para que los tocase, pero los discípulos los reprendían. Viéndolo Jesús, se enojó y les dijo: Dejad que los niños vengan a Mí y no los estorbéis, porque de los tales es el reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos” (Mc 10, 13-16). Tampoco San Mateo deja de poner en evidencia la simpatía y la preferencia afectuosa del Señor hacia los pequeños. Veamos este pasaje: “Por aquel tiempo tomó Jesús la palabra y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas (o sea los misterios de su revelación) a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo...” (Mt. 11, 25-26).

Estas ideas, que hacen pasar la supremacía de los grandes a los pequeños, expresadas con tanta fuerza en el canto del Magnificat de la Virgen: “Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes. A los hambrientos los llenó de bienes, y a los ricos los despidió vacíos” (Lc 1, 51-53), estas ideas se presentan de nuevo en la escena dramática del juicio final: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo... En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso (la caridad) a uno de estos mis hermanos menores, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 34-40).

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[4.–] La compasión verdadera ante las dificultades y angustias de la vida humana no consiste en suprimir a quien es fruto del error o del dolor humano, sino en aliviar, consolar y ayudar a quien sufre, o está en la miseria, o siente la vergüenza de la debilidad o de la pasión humana; matarlo, ¡jamás!

Sobre esto debemos reflexionar nosotros a la vista del recurso triste e innoble al aborto legalizado.

Recordar a los jóvenes y a todos, los peligros y desastres de la pasión que suplanta al amor; la dignidad inviolable de la vida humana aun cuando todavía esté en sus comienzos más secretos y humildes; promover lo más posible la ayuda digna a la maternidad necesitada.

Todo lo que se haga en estos aspectos del amor, piedad, salvación de la vida de uno de los más pequeños incluso y quizá de los más desgraciados de nuestros hermanos o de nuestras hermanas en “humildad”, recordémoslo: ¡Cristo lo considerará como hecho a Sí mismo!

[EPD 10, 58-60]