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[0798] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, TEMA Y OPCIÓN PRIORITARIA PARA LA PASTORAL DE LA IGLESIA

De la Homilía durante la Misa en el Seminario Mayor Palafoxiano, para el pueblo de Puebla de los Ángeles (México), 28 enero 1979

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Las tres dimensiones de las familias latinoamericanas; educadoras en la fe, formadoras de personas, promotoras de desarrollo

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2. Se ha dicho, en forma bella y profunda, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia, que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo. El tema de la familia no es, pues, ajeno al tema del Espíritu Santo. Permitid que sobre este tema de la familia –que ciertamente ocupará a los obispos durante estos días– os dirija el Papa algunas palabras.

Sabéis que con términos densos y apremiantes la Conferencia de Medellín habló de la familia. Los obispos, en aquel año de 1968, vieron, en vuestro gran sentido de la familia, un rasgo primordial de vuestra cultura latinoamericana. Hicieron ver que, para el bien de vuestros países, las familias latinoamericanas deberían tener siempre tres dimensiones: ser educadoras en la fe, formadoras de personas, promotoras de desarrollo. Subrayaron también los graves obstáculos que las familias encuentran para cumplir con este triple cometido. Recomendaron “por eso” la atención pastoral a las familias como una de las atenciones prioritarias de la Iglesia en el continente.

Pasados diez años, la Iglesia en América Latina se siente feliz por todo lo que ha podido hacer en favor de la familia. Pero reconoce con humildad cuánto le falta por hacer, mientras percibe que la pastoral familiar, lejos de haber perdido su carácter prioritario, aparece hoy todavía más urgente, como elemento muy importante en la evangelización.

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Los grandes problemas de la familia en América Latina y pautas para la solución de los mismos

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3. La Iglesia es consciente, en efecto, de que en estos tiempos la familia en América Latina afronta serios problemas. Últimamente, algunos países han introducido el divorcio en su legislación, lo cual encierra una nueva amenaza a la integridad familiar. En la mayoría de vuestros países se lamenta que un número alarmante de niños, porvenir de esas naciones y esperanza para el futuro, nazcan en hogares sin ninguna estabilidad o, como se les suele llamar, en “familias incompletas”. Además, en ciertos lugares del “Continente de la Esperanza”, esta misma esperanza corre el riesgo de desvanecerse, pues ella crece en el seno de las familias, muchas de las cuales no pueden vivir normalmente, porque repercuten particularmente en ellas los resultados más negativos del desarrollo: índices verdaderamente deprimentes de insalubridad, pobreza y aun miseria, ignorancia y analfabetismo, condiciones inhumanas de vivienda, subalimentación crónica y tantas otras realidades no menos tristes.

En defensa de la familia, contra estos males, la Iglesia se compromete a dar su ayuda e invita a los gobiernos para que pongan como punto clave de su acción una política sociofamiliar inteligente, audaz, perseverante, reconociendo que ahí se encuentra sin duda el porvenir –la esperanza– del continente. Habría que añadir que tal política familiar no debe entenderse como un esfuerzo indiscriminado para reducir a cualquier precio el índice de natalidad –lo que mi Predecesor Pablo VI llamaba “disminuir el número de invitados al banquete de la vida”–, cuando es notorio que, aun para el desarrollo, un equilibrado índice de población es indispensable. Se trata de combinar esfuerzos para crear condiciones favorables a la existencia de familias sanas y equilibradas: “aumentar la comida en la mesa”, siempre en expresión de Pablo VI.

Además de la defensa de la familia, debemos hablar también de promoción de la familia. A tal promoción han de contribuir muchos organismos: gobiernos y organismos gubernamentales, la escuela, los sindicatos, los medios de comunicación social, las agrupaciones de barrios, las diferentes asociaciones voluntarias o espontáneas que florecen hoy día en todas partes.

La Iglesia debe ofrecer también su contribución en la línea de su misión espiritual de anuncio del Evangelio y conducción de los hombres a la salvación, que tiene también una enorme repercusión sobre el bienestar de la familia. ¿Y qué puede hacer la Iglesia uniendo sus esfuerzos a los de los otros? Estoy seguro de que vuestros obispos se esforzarán por dar a esta cuestión respuestas adecuadas, justas, valederas. Os indico cuánto valor tiene para la familia lo que la Iglesia hace ya en América Latina, por ejemplo, para preparar los futuros esposos al matrimonio para ayudar a las familias cuando atraviesan en su existencia crisis normales, que, bien encaminadas, pueden ser hasta fecundas y enriquecedoras, para hacer de cada familia cristiana una verdadera “ecclesia domestica” con todo el rico contenido de esta expresión, para preparar muchas familias a la misión evangelizadora de otras familias, para poner de relieve todos los valores de la vida familiar, para venir en ayuda de las familias incompletas, para estimular a los gobernantes a suscitar en sus países esa política socio-familiar de la que hablábamos hace un momento. La Conferencia de Puebla, ciertamente, apoyará estas iniciativas y quizás sugerirá otras. Alégranos pensar que la historia de Latinoamérica tendrá así motivos para agradecer a la Iglesia lo mucho que ha hecho, hace y hará por la familia en este vasto continente.

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Confiar, esperar, luchar, construir

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4. Hijos e hijas muy amados: el Sucesor de Pedro se siente ahora, desde este altar, singularmente cercano a todas las familias de América Latina. Es como si cada hogar se abriera y el Papa pudiese penetrar en cada uno de ellos; casas donde no falta el pan ni el bienestar, pero falta quizás concordia y alegría; casas donde las familias viven más bien modestamente y en la inseguridad del mañana, ayudándose mutuamente a llevar una existencia difícil, pero digna; pobres habitaciones en la periferia de vuestras ciudades, donde hay mucho sufrimiento escondido, aunque en medio de ellas existe la sencilla alegría de los pobres; humildes chozas de campesinos, de indígenas, de emigrantes, etc. Para cada familia en particular, el Papa quisiera poder decir una palabra de aliento y de esperanza. Vosotras, familias que podéis disfrutar del bienestar, no os cerréis dentro de vuestra felicidad; abríos a los otros para repartir lo que os sobra y a otros les falta. Familias oprimidas por la pobreza, no os desaniméis y, sin tener el lujo por ideal ni la riqueza como principio de felicidad, buscad con la ayuda de todos superar los pasos difíciles en la espera de días mejores. Familias visitadas y angustiadas por el dolor físico o moral, probadas por la enfermedad o la miseria, no acrecentéis a tales sufrimientos la amargura o la desesperación, sino sabed amortiguar el dolor con la esperanza. Familias todas de América Latina, estad seguras de que el Papa os conoce y quiere conoceros aún más porque os ama con delicadeza de Padre.

Ésta es, en el cuadro de la visita del Papa a México, la Jornada de la Familia. Acoged, pues, familias latinoamericanas, con vuestra presencia aquí, alrededor del altar, a través de la radio o de la televisión, acoged la visita que el Papa quiere hacer a cada una. Y dadle al Papa la alegría de veros crecer en los valores cristianos, que son los vuestros, para que América Latina encuentre en sus millones de familias razones para confiar, para esperar, para luchar, para construir.

[Enseñanza. 2, 254-258]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra