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[0823] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LAS PRIMERAS PÁGINAS DEL LIBRO DEL GÉNESIS

Alocución Mercoledì scorso, en la Audiencia General, 12 septiembre 1979

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El diálogo de Cristo con los fariseos

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1. El miércoles pasado comenzamos el ciclo de reflexiones sobre la respuesta que Cristo Señor dio a sus interlocutores acerca de la pregunta sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio. Los interlocutores fariseos, como recordamos, apelaron a la ley de Moisés; Cristo, en cambio, se remitió al “principio” citando las palabras del libro del Génesis.

El “principio” en este caso se refiere a lo que trata una de las primeras páginas del Libro del Génesis. Si queremos hacer un análisis de esta realidad, debemos, sin duda, dirigirnos, ante todo, al texto. Efectivamente, las palabras pronunciadas por Cristo en la conversación con los fariseos, que nos relatan el capítulo 19 de San Mateo y el 10 de San Marcos, constituyen un pasaje que, a su vez, se encuadra en un contexto bien definido, sin el cual no pueden ser entendidas ni interpretadas justamente. Este contexto lo ofrecen las palabras: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra...?” (Mat 19, 4), y hace referencia al llamado primer relato de la creación del hombre, inserto en el ciclo de los siete días de la creación del mundo (Gén 1, (1)-2, (4)). En cambio, el contexto más próximo a las otras palabras de Cristo, tomadas del Génesis 2, 24, es el llamado segundo relato de la creación del hombre (Gén 2, 5-25), pero indirectamente es todo el capítulo tercero del Génesis. El segundo relato de la creación del hombre forma una unidad conceptual y estilística con la descripción de la inocencia original, de la felicidad del hombre e incluso de su primera caída. Dado lo específico del contenido expresado en las palabras de Cristo, tomadas del Génesis 2, 24, se podría incluir también en el contexto, al menos, la primera frase del capítulo cuarto del Génesis, que trata de la concepción y nacimiento del hombre de padres terrenos. Así intentamos hacer en el presente análisis.

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El relato bíblico de la creación del hombre

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2. Desde el punto de vista de la crítica bíblica es necesario recordar inmediatamente que el primer relato de la creación del hombre es cronológicamente posterior al segundo. El origen de este último es mucho más remoto. Este texto más antiguo se define como “yahvista”, porque para nombrar a Dios se sirve del término “Yahveh”. Es difícil no quedar impresionados por el hecho de que la imagen de Dios que presenta tiene rasgos antropomórficos bastante relevantes (efectivamente, entre otras cosas, leemos allí que “... formó Yahveh-Dios al hombre del polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida”: Gén 2, 7). Respecto a esta descripción, el primer relato, es decir, precisamente el considerado cronológicamente más reciente, es mucho más maduro por lo que se refiere a la imagen de Dios como por la formulación de las verdades esenciales sobre el hombre. Este relato proviene de la tradición sacerdotal y al mismo tiempo “elohísta” de “Elohim”, término que emplea para nombrar a Dios.

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Varón y hembra

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3. Dado que en esta narración la creación del hombre como varón y hembra, a la que se refiere Jesús en su respuesta según Mt 19, está incluida en el ritmo de los siete días de la creación del mundo, se le podría atribuir, sobre todo, un carácter cosmológico; el hombre es creado sobre la tierra y al mismo tiempo que el mundo visible. Pero, a la vez, el Creador le ordena subyugar y dominar la tierra (Cfr. Gén 1, 28); está colocado, pues, por encima del mundo. Aunque el hombre esté tan estrechamente unido al mundo visible, sin embargo, la narración bíblica no habla de su semejanza con el resto de las criaturas, sino solamente con Dios (“Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó...”: Gén 1, 27). En el ciclo de los siete días de la creación es evidente una gradación precisa (1); en cambio, el hombre no es creado según una sucesión natural, sino que el Creador parece detenerse antes de llamarlo a la existencia, como si volviese a entrar en sí mismo para tomar una decisión: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza...” (Gén 1, 26).

1. Al hablar de la materia inanimada, el autor bíblico emplea diferentes predicados, como “separó”, “llamó”, “hizo”, “puso”. En cambio, al hablar de los seres dotados de vida, usa los términos “creó” y “bendijo”. Dios les ordena: “Procread y multiplicaos”. Este mandato se refiere tanto a los animales como al hombre, indicando que les es común la corporalidad (cf. Gén 1, 22. 28).

Sin embargo, la creación del hombre se distingue esencialmente en la descripción bíblica de las precedentes obras de Dios. No sólo va precedida de una introducción solemne, como si se tratara de una deliberación de Dios antes de este acto importante, sino que, sobre todo, la dignidad excepcional del hombre se pone de relieve por la “semejanza” con Dios, de quien es imagen.

Al crear la materia inanimada, Dios “separaba”; a los animales les manda procrear y multiplicarse; pero la diferencia del sexo está subrayada sólo respecto al hombre (“varón y hembra los creó”), bendiciendo, al mismo tiempo, su fecundidad, es decir, el vínculo de las personas (Gén 1, 27-28).

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La bendición y la consigna dada por Dios a la primera pareja humana

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4. El nivel de ese primer relato de la creación del hombre, aunque cronológicamente posterior, es, sobre todo, de carácter teológico. De esto es índice especialmente la definición del hombre sobre la base de su relación con Dios (“a imagen de Dios lo creó”), que incluye, al mismo tiempo, la afirmación de la imposibilidad absoluta de reducir el hombre al “mundo”. Ya a la luz de las primeras frases de la Biblia, el hombre no puede ser ni comprendido ni explicado hasta el fondo con las categorías sacadas del “mundo”, es decir, del conjunto visible de los cuerpos. A pesar de esto, también el hombre es cuerpo. El Génesis 1, 27 constata que esta verdad esencial acerca del hombre se refiere tanto al varón como a la hembra: “Dios creó al hombre a su imagen...; varón y hembra los creó” (2). Es necesario reconocer que el primer relato es conciso, libre de cualquier huella de subjetivismo: contiene sólo el hecho objetivo y define la realidad objetiva tanto cuando habla de la creación del hombre, varón y hembra, a imagen de Dios, como cuando añade después las palabras de la primera bendición: “Y los bendijo Dios, diciéndoles: ‘Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla y dominad’” (Gén 1, 28).

2. El texto original dice: “Dios creó al hombre (ha-adam, sustantivo colectivo: ¿la «humanidad»?) / a su imagen; / a imagen de Dios los creó; / macho (zakar, masculino) y hembra (uneqebah, femenino) los creó” (Gén 1, 27).

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La “teología del cuerpo”

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6. Al llegar aquí interrumpimos nuestras consideraciones. Dentro de una semana nos ocuparemos del segundo relato de la creación, es decir, del que, según los escrituristas, es más antiguo cronológicamente. La expresión “teología del cuerpo” que acabo de usar merece una explicación más exacta, pero la aplazamos para otro encuentro. Antes debemos tratar de profundizar en ese pasaje del Libro del Génesis al que Cristo se remitió.

[Enseñanzas, 4a, 130-134]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra