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[0832] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LIBERTAD, BIEN Y VERDAD DE LA SEXUALIDAD Y MORALIDAD CONYUGAL

De la Homilía durante la Misa celebrada en  el “Logan Circle”, de Filadelfia (Estados Unidos), 3 octubre 1979

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Un orden justo, fundado en la dignidad de la persona humana

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4. ¿Cómo puede entonces el cristiano, hombre o mujer, inspirado y guiado por el misterio de la Encarnación y Redención de Cristo, fortalecer sus propios valores y los incorporados a la herencia de esta nación? La respuesta a esta pregunta para ser completa debería ser larga. Permitidme, sin embargo, tocar sólo algunos de los puntos más importantes. Estos valores son fortalecidos cuando poder y autoridad se ejercitan en el total respeto a todos los derechos fundamentales de la persona humana, cuya dignidad es la de quien ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gén 1, 26); cuando la libertad es aceptada no como un fin absoluto en sí mismo, sino como un don que hace posible la autodonación y el servicio; cuando la familia es protegida y robustecida, cuando su unidad es preservada y cuando se reconoce y respeta su papel de célula básica de la sociedad. [...]

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Verdad y fidelidad a las exigencias del bien objetivo

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6. [...] La libertad, por tanto, nunca puede constituirse sin relación a la verdad, tal como fue revelada por Cristo y propuesta por su Iglesia; ni puede servir de pretexto para una anarquía moral, porque todo orden moral debe permanecer unido a la verdad. San Pedro en su primera Carta dice: “Vivid como hombres libres y no como quien tiene la libertad cual cobertura de la maldad” (1 Pe 2, 16). No puede haber libertad cuando va dirigida contra un hombre en aquello que él es o contra un hombre en su relación con los otros y con Dios.

Esto es especialmente relevante cuando uno considera el ámbito de la sexualidad humana. Aquí como en cualquier otro campo no puede haber auténtica libertad si no se respeta la verdad referente a la naturaleza de la sexualidad humana y del matrimonio. En la sociedad actual observamos cantidad de tendencias perturbadoras y un gran laxismo por lo que respecta a la visión cristiana de la sexualidad; y todo ello con algo en común: recurrir al concepto de libertad para justificar todo tipo de conducta que ya no está en consonancia con el verdadero orden moral y con la enseñanza de la Iglesia. Las normas morales no pugnan con la libertad de la persona de la pareja, por el contrario, existen precisamente de cara a esa libertad, toda vez que se dan para asegurar el recto uso de la libertad. Quienquiera que rehúse aceptar estas normas y actuar en consonancia con ellas, quienquiera (hombre o mujer) que trate de liberarse de estas normas, no es verdaderamente libre. Libre en realidad es la persona que modela su conducta responsablemente conforme a las exigencias del bien objetivo. Lo que he dicho aquí se refiere a la totalidad de la moralidad conyugal, pero puede aplicarse también a los sacerdotes por lo que respecta a las obligaciones de su celibato. La cohesión de libertad y ética tiene también sus consecuencias respecto a la consecución del bien común en la sociedad y a la independencia nacional proclamada por la Liberty Bell hace doscientos años.

[Enseñanzas 4a, 301-302, 303-304]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra