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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[0846] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA PASTORAL DE LA FAMILIA

Del Discurso Es para mí, a un grupo de Obispos de Venezuela, en la visita ad limina, 15 noviembre 1979

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Atención pastoral a la familia

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2. Sin perder de vista esta urgencia de credibilidad en la misión eclesial, me siento en el deber de proponer a vuestra reflexión un campo en el que hoy, más que nunca, se advierte en vuestro país la necesidad de un cuidadoso servicio por parte de quienes son maestros y guías del Pueblo de Dios.

Me refiero a la institución familiar. Sé muy bien que constituye para vosotros una gran preocupación y que le dedicáis una atención particular, porque sois conscientes del don inapreciable y propio del sacramento del Matrimonio para los cónyuges cristianos: “Significar y participar en el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia, ayudarse mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole” (Cfr. Lumen gentium, 11). El sacramento del Matrimonio y su perpetuación histórica en la familia entroncan, por tanto, con la alianza de amor de Dios con el hombre en la creación y en la redención: una alianza que se perpetúa en la Iglesia, familia del Pueblo de Dios.

En nuestras consideraciones pastorales acerca de la vida matrimonial y familiar hemos de superar, pues, perspectivas estrictamente externas, que a veces ignoran u oscurecen, en parte, su sentido más profundo y genuino: la identidad propia del amor santificado por el sacramento. Quizá un poco superficialmente, nos contentamos a veces con consultar encuestas o estadísticas –efectuadas, acaso, a base de ideologías predeterminadas– que recogen aspectos mudables y también manipulables, reflejo, a su vez, de situaciones cambiantes de índole cultural, sociológica, política, económica...

No olvidemos que detrás de tantos análisis y estadísticas queda latente un gran hueco que envuelve a personas que confiesan en realidad la propia soledad, el propio vacío moral y espiritual, porque no han sido educados aún suficientemente en el sentido auténtico de la unión matrimonial y de la vida familiar como vocación a una experiencia fecunda, única e irrepetible, de comunicación en consonancia con el proyecto inicial y permanente de Dios.

Una vocación de la que brotan, evidentemente, deberes y responsabilidades graves, a los que hay que ser fieles por amor a la propia prole y en obediencia a las prescripciones divinas.

Ante esta evidencia, no podemos menos de intensificar nuestra labor por todos los medios a nuestro alcance. Si estamos convencidos de veras “del poder salvador de la Iglesia, de que es la persona humana la que hay que salvar y la sociedad humana la que hay que renovar” (Lumen gentium, 3), hemos de ofrecer y cultivar esa fuerza y esa verdad en la familia, dentro de la cual la persona nace y se regenera por obra de la gracia. Donde hay vida y ésta se aprecia y se respeta como don de Dios, la familia y la comunidad no languidecen, ni la conciencia moral se relaja, ni la existencia cotidiana se deja dominar por el tedio; al contrario, “formada como Dios quiere”, sentirá la plenitud de sentido en su conexión con la Paternidad divina.

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El hogar cristiano, escuela de formación y fuente de vocaciones

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3. Asimismo, cabe destacar, por su importancia en la labor de evangelización, el cometido del hogar como escuela de formación. La familia cristiana, “Iglesia doméstica” en frase de mi venerado predecesor Pablo VI (Evangelii nuntiandi, 71)[1], es el primer ambiente apto para sembrar la semilla del Evangelio y donde padres e hijos, cual células vivas, van asimilando el ideal cristiano del servicio a Dios y a los hermanos.

De este dinamismo educativo surgirán, sin duda, algunas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, tan necesarias para continuar el servicio de los hombres, sobre todo en favor de los más pobres, de los que sufren en la carne y en el espíritu. Educad, pues, a los padres en la idea de que el seguimiento de Cristo es una razón que da pleno sentido a una vida, porque es la respuesta generosa a la llamada divina.

[Enseñanzas 4b, 926-928]

[1]. [1975 12 08/71].

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra