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[0893] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, LUGAR PRIVILEGIADO DE LA CATEQUESIS Y EVANGELIZACIÓN

Del Discurso Sono assai lieto, a la XVII Asamblea General de la Conferencia Episcopal Italiana, 29 mayo 1980

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La familia y la juventud

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6. Ahora, una palabra sobre el tema prioritario de la Asamblea General elegido como preparación al próximo Sínodo de los Obispos: el tema tan importante y urgente de las “Incumbencias de la familia cristiana en el mundo actual”. Si he llamado vuestra sensibilidad sobre la particular responsabilidad de la catequesis, es precisamente porque ella encuentra en la familia el primer banco de prueba, el destino principal y el terreno más propicio. Por lo demás, he visto con satisfacción que, entre las partes en que se articula el documento de trabajo de vuestra reunión, está precisamente “el deber primario de la evangelización”, además de los de la situación social y cultural de hoy en relación con la familia y de las tareas de promoción humana y social que a ella le corresponden. Al privilegiar, en el ámbito de la familia, la temática de la evangelización, habéis dado en el blanco, y habéis demostrado así que la misión magisterial de la Iglesia debe dirigirse de modo particular a las familias, y a todos sus miembros, para que ellos, a su vez, estén en disposición de corresponder con plena conciencia y madurez de formación a esa participación en la función profética de Cristo, que el Concilio Vaticano II ha propuesto como definición específica de los deberes del laicado católico, en su testimonio cristiano (Cfr. Lumen gentium, 35; Apostolicam actuositatem, 2).

Pablo VI puso de relieve, con acentos inolvidables, esta característica propia de la familia que consiste en la acción evangelizadora. La familia, escribió mi predecesor en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, “ha merecido muy bien, en los diferentes momentos de la historia de la Iglesia, la bella definición de ‘Iglesia doméstica’, ratificada por el Concilio Vaticano II. Esto significa que, en cada familia cristiana, deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia. Dentro, pues, de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden recibir a su vez de ellos este mismo Evangelio profundamente vivido. Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive” (71; AAS 68 [1976] p. 60 s). Continuando en esta clara línea de pensamiento, yo mismo he recalcado después esta verdad, tan grande y bella, en el documento ya citado; y he añadido que “la catequesis familiar... precede, acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis” (Catechesi tradendae, 68; AAS 71 [1979] p. 1334; Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1979 [septiembre-diciembre] p. 60).

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7. Bien se puede decir, pues, que la familia, entendida como locus privilegiado de la catequesis, puede ofrecer a vuestros debates y trabajos como el centro focal para que el desarrollo y la discusión general tengan su unidad interior y lógica. Efectivamente, en una recta concepción de las funciones de la comunidad familiar, entendida como “ambiente de fe” –donde los padres ejercitan, con la ayuda de la gracia sacramental del matrimonio, y en su función de testigos de Cristo, asumida ya en el sacramento de la confirmación, su deber más importante–, se aseguran la presencia y la continuidad de los más grandes valores en el plano humano y cristiano: la educación de los hijos; su “provocación” constante a un estilo coherente de vida, mediante el ejemplo y la palabra; la garantía y la defensa de una sanidad moral, que desde el ámbito familiar se convierte en un bien común y general de toda la sociedad; la reacción contra los gérmenes de disgregación ideológica y moral, de los que se convierte en portador nefasto el ambiente permisivo de hoy ante los adolescentes y los jóvenes; la disponibilidad a acoger la vida y a convertirse en apóstoles del amor a la vida.

De estas sencillas alusiones resalta de modo evidente la necesidad de restituir a la familia, en su conjunto, esa atención primaria que le es debida en el marco de la atención pastoral ¡Es urgente una pastoral de la familia !

Quizá, y por motivos plausibles, ha habido a veces un excesivo fraccionamiento, se han creado demasiadas divisiones por sectores en la pastoral de conjunto, enfocando la atención en la edad, en clases sociales, en diversos campos, que, ciertamente, merecen atención, pero que han hecho perder de vista –o al menos disminuir en el debido interés– el cuidado que se debe a la familia globalmente. De ello se ha seguido una dispersión de energías y quizá no se han obtenido los resultados adecuados al esfuerzo empleado; y el núcleo de la unidad familiar, que hay que considerar sagrado en todos sus componentes, como nos lo atestiguan las páginas de la Revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento, ha sufrido con esto resultados que comienzan a sentirse. Piénsese, por ejemplo, en la pastoral de la pareja, en el marco de las dificultades que hoy experimenta, tanto por la fuerza del choque con ideologías anticristianas, del hedonismo, de la evasión, como también por las limitaciones que plantean la sociedad de consumo y la coyuntura económica, con gravísimas consecuencias personales y sociales (individualismo, huida de las responsabilidades, limitación de la natalidad, inestabilidad afectiva, dificultad para asumir un vínculo institucional). Piénsese también, por poner otro ejemplo, en el enorme potencial humano –de sabiduría, de experiencia, de consuelo, de ayuda– que representan los ancianos, hoy por desgracia marginados por la inexorable ley de la productividad, pero a quienes la Iglesia no puede y no debe olvidar en su acción cotidiana.

Cada diócesis no puede prescindir de considerar a fondo todos los problemas vinculados con la vida familiar, teniendo siempre bien presente, como ha dicho el Concilio Vaticano II, que “la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social constituye el fundamento de la sociedad” (Gaudium et spes, 52). Y esta realidad exige una atención pastoral de primer orden.

Mirando siempre a la función evangelizadora de la familia, tampoco puedo olvidar esa acción de promoción vocacional que debe estar en la base de vuestros esfuerzos pastorales: efectivamente, sólo de la acción conjunta de la Iglesia y de la familia pueden nacer las condiciones favorables para que los jóvenes acojan más fácilmente la voz de Cristo que llama a dedicarse a Él y a las almas.

[Enseñanzas 6, 782-784]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra