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[0923] • JUAN PABLO II (1978-2005) • MISIÓN DE LA FAMILIA CRISTIANA EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO

De la Homilía en la Misa de la Inauguración de la V Asamblea General del Sínodo de los Obispos, 26 septiembre 1980

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2. Este tema ha sido elegido entre las propuestas hechas por muchos obispos y Conferencias Episcopales, así como por los Sínodos de los Padres orientales, a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, la cual las examinó atentamente. Durante las próximas semanas este tema constituirá la base de nuestras reflexiones, ya que estamos profundamente convencidos de que, a través de la familia cristiana, la Iglesia vive y cumple la misión que Cristo le ha confiado. Por eso se puede decir muy bien que el tema de la presente sesión del Sínodo es como una continuación de los tratados en las dos sesiones anteriores. Tanto la evangelización, tema del Sínodo de 1974, como la catequesis, que lo fue del Sínodo de 1977, no sólo se dirigen a la familia, sino que de ella reciben su auténtica vitalidad. La familia es en realidad el objeto primordial de la evangelización y de la catequesis de la Iglesia, y es al mismo tiempo el sujeto indispensable e insustituible de ellas: el sujeto creativo.

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El magisterio del Concilio Vaticano II

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3. Precisamente para esto, para ser ese sujeto, y no sólo para perseverar en la Iglesia y recibir de ella su fuerza espiritual, sino también para construir la Iglesia en su dimensión fundamental, como una “Iglesia en miniatura” (Ecclesia domestica), la familia debe ser consciente, de un modo especial, de la misión de la Iglesia y de su propia participación en esta misión.

A este Sínodo corresponde la tarea de mostrar a todas las familias su peculiar participación en la misión de la Iglesia. Esta participación comporta, al mismo tiempo y dentro de lo posible, la realización de la finalidad propia de la familia cristiana en su plenitud.

En esta asamblea sinodal queremos captar de nuevo el rico magisterio del Concilio Vaticano II en lo referente a la verdad sobre la familia, contenida en él, así como en lo referente a la aplicación del Concilio mismo por parte de las familias. Las familias cristianas deben encontrar su puesto en esta tarea tan importante. El Sínodo quiere ayudar, ante todo, a alcanzar este fin.

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4. Como enseña San Pablo en la segunda lectura de la liturgia de hoy, “nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros” (Rom 12, 5). Así pues, aunque la asamblea sinodal es, por su misma naturaleza, una forma peculiar de actividad del Colegio Episcopal, dentro de esta misma asamblea sentimos una necesidad especial de la presencia y del testimonio de nuestros queridos hermanos y hermanas que representan a las familias cristianas de todo el mundo. “Todos tenemos dones diferentes, según la gracia que nos fue dada” (Rom 12, 6). Y precisamente durante esta asamblea, cuyo tema es la familia cristiana y su misión, tenemos tanta necesidad de la presencia y del testimonio de aquéllos cuyos “dones”, según “la gracia” del sacramento del matrimonio que les ha sido “dada”, son dones de vida y de vocación al matrimonio y a la vida familiar.

Queridos hermanos y hermanas: Os quedaremos muy agradecidos si durante los trabajos del Sínodo, a los que nos dedicaremos según nuestra responsabilidad episcopal y pastoral, compartís con nosotros estos “dones” de vuestro estado y de vuestra vocación, aunque sólo sea con el testimonio de vuestra presencia y también de vuestra experiencia, radicada en la santidad de este gran sacramento que es el vuestro: el sacramento del matrimonio.

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La Iglesia y la familia

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5. Cristo Señor, antes de morir, en los umbrales del misterio pascual, ora así: “Padre Santo, guarda en tu nombre a éstos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17, 11). Entonces pide de algún modo, quizá de un modo especial, también la unidad de los esposos y de las familias. Ora por la unión de los discípulos, por la unidad de la Iglesia, y San Pablo compara el misterio de la Iglesia con el matrimonio (Cfr. Ef 5, 21-33). La Iglesia, por tanto, no sólo coloca el matrimonio y la familia en un lugar especial dentro de sus afanes, sino que, en cierto modo, considera también el matrimonio como preclara imagen suya. Colmada del amor de Cristo-Esposo, que nos amó “hasta el extremo”, la Iglesia mira hacia los esposos, que se juran amor hasta la muerte, y considera como tarea suya peculiar salvaguardar este amor, esta fidelidad y esta honestidad y todos los bienes que nacen de ahí para la persona humana y para la sociedad. Es precisamente la familia la que da la vida a la sociedad. Es en ella donde, a través de la obra de la educación, se forma la estructura misma de la humanidad, de cada hombre sobre la tierra.

He aquí lo que dice, en el Evangelio de hoy, el Hijo al Padre: “Yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos ahora las recibieron... y creyeron que tú me has enviado...; todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío” (Jn 17, 8-10).

¿No resuena, en el corazón de las generaciones, el eco de este diálogo? ¿No constituyen estas palabras algo así como la historia viva de cada una de las familias y, a través de la familia, de cada hombre?

¿No nos sentimos, mediante estas palabras, especialmente vinculados a la misión del mismo Cristo: de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey? ¿No nace la familia del corazón mismo de esta misión?

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6. “Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional” (Rom 12, 1).

Este sacrificio y este culto testimonian vuestra participación en el sacerdocio real de Cristo. Y esto sólo se realiza obedeciendo a aquella exhortación hecha por Dios, Creador y Padre, ya que en la primera lectura, tomada del Libro del Deuteronomio, se dice: “La palabra la tienes enteramente cerca de ti, la tienes en tu boca, en tu mente, para poder cumplirla” (Dt30, 14).

Y Cristo ora así por sus discípulos: “No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal... Santifícalos en la verdad... Yo por ellos me santifico para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 15-19).

He aquí, tal como aparece en la liturgia de hoy, la misión que debemos presentar a las familias cristianas en la Iglesia y en el mundo contemporáneo:

– la conciencia de la propia misión, que brota de la misión salvífica del mismo Cristo y se realiza como servicio peculiar;

– esta conciencia se alimenta con la Palabra de Dios vivo y con la fuerza del sacrificio de Cristo. De este modo se hace realidad el testimonio capaz de formar la vida de los demás, capaz de “santificar en la verdad”;

– esta conciencia hace que se difunda el bien, lo único capaz de “guardar del mal”. La misión de la familia es así semejante a la función de Aquél que en el Evangelio de hoy dice de Sí mismo: “Mientras Yo estaba con ellos, Yo conservaba en tu nombre a éstos que me has dado, y los guardé, y ninguno de ellos pereció...” (Jn 17, 12).

Sí. La misión de cada familia cristiana es la de salvaguardar y conservar los valores fundamentales. Es salvaguardar y conservar al hombre.

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7. Que el Espíritu Santo guíe y sostenga todos nuestros trabajos durante la asamblea que hoy comienza.

Conviene iniciarla en el corazón mismo de la gran oración “sacerdotal” de Cristo. Conviene iniciarla con la Eucaristía.

Todo nuestro trabajo durante los próximos días no será más que un servicio hecho a los hombres: a nuestros hermanos y hermanas, a los esposos, a los padres, a los jóvenes, a los niños, a las generaciones, a las familias, a todos aquéllos a quienes Cristo ha revelado el Padre, a todos aquéllos “del mundo” que el Padre ha dado a Cristo. “Yo ruego por ellos... por los que tú me diste; porque son tuyos” (Jn 17, 9).

[Enseñanzas 7, 340-343]