[0949] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DIMENSIÓN FUNDAMENTAL DE LA SANTA PUREZA
Alocución Un indispensabile complemento, en la Audiencia General, 10 diciembre 1980
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1. Un análisis sobre la pureza será un complemento indispensable de las palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón de la Montaña, sobre las que hemos centrado el ciclo de nuestras presentes reflexiones. Cuando Cristo, explicando el significado justo del mandamiento: “No adulterarás”, hizo una llamada al hombre interior, especificó, al mismo tiempo, la dimensión fundamental de la pureza, con la que están marcadas las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer en el matrimonio y fuera del matrimonio. Las palabras “Pero Yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5, 28) expresan lo que contrasta con la pureza. A la vez, estas palabras exigen la pureza que en el Sermón de la Montaña está comprendida en el enunciado de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). De este modo, Cristo dirige al corazón humano una llamada: lo invita, no lo acusa, como ya hemos aclarado anteriormente.
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2. Cristo ve en el corazón, en lo íntimo del hombre, la fuente de la pureza –pero también de la impureza moral– en el significado fundamental y más genérico de la palabra. Esto lo confirma, por ejemplo, la respuesta dada a los fariseos, escandalizados por el hecho de que sus discípulos “traspasan la tradición de los ancianos, pues no se lavan las manos cuando comen” (Mt 15, 2). Jesús dijo entonces a los presentes: “No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que le hace impuro” (Mt 15, 11). En cambio, a sus discípulos, contestando a la pregunta de Pedro, explicó así esas palabras: “... lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre: pero comer sin lavarse las manos, eso no hace impuro al hombre” (Cfr. Mt 15, 18-20; también Mc 7, 20-23).
Cuando decimos “pureza”, “puro”, en el significado primero de estos términos, indicamos lo que contrasta con lo sucio. “Ensuciar” significa “hacer inmundo”, “manchar”. Esto se refiere a los diversos ámbitos del mundo físico. Por ejemplo, se habla de una “calle sucia”, de una “habitación sucia”; se habla también del “aire contaminado”. Y así, también el hombre puede ser ” cuando su cuerpo no está limpio. Para quitar la suciedad del cuerpo es necesario lavarlo. En la tradición del Antiguo Testamento se atribuía una gran importancia a las abluciones rituales, por ejemplo, a lavarse las manos antes de comer, de lo que habla el texto antes citado. Numerosas y detalladas prescripciones se referían a las abluciones del cuerpo en relación con la impureza sexual, entendida en sentido exclusivamente fisiológico, a lo que ya hemos aludido anteriormente (Cfr. Lev 15). De acuerdo con el estado de la ciencia médica del tiempo, las diversas abluciones podrían corresponder a prescripciones higiénicas. En cuanto eran impuestas en nombre de Dios y contenidas en los Libros Sagrados de la legislación veterotestamentaria, la observancia de ellas adquiría, indirectamente, un significado religioso; eran abluciones rituales y, en la vida del hombre de la Antigua Alianza, servían a la pureza ritual.
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3. Con relación a dicha tradición jurídico-religiosa de la Antigua Alianza, se formó un modo erróneo de entender la pureza moral1. Se la entendía frecuentemente de modo exclusivamente exterior y “material”. En todo caso, se difundió una tendencia explícita a esta interpretación. Cristo se opone a ella de modo radical: nada hace al hombre inmundo “desde el exterior”, ninguna suciedad “material” hace impuro al hombre en sentido moral, o sea, interior. Ninguna ablución, ni siquiera ritual, es idónea de por sí para producir la pureza moral. Ésta tiene su fuente exclusiva en el interior del hombre: proviene del corazón. Es probable que las respectivas prescripciones del Antiguo Testamento (por ejemplo, las que se hallan en Lev 15, 16-24; 18, 1 ss., o también 12, 1-5) sirviesen, además de para fines higiénicos, incluso para atribuir una cierta dimensión de interioridad a lo que en la persona humana es corpóreo y sexual. En todo caso, Cristo se cuidó bien de vincular la pureza en sentido moral (ético) con la fisiología y con los relativos procesos orgánicos. A la luz de las palabras de Mt 15, 18-20, antes citadas, ninguno de los aspectos de la “inmundicia” sexual, en el sentido estrictamente somático, biofisiológico, entra de por sí en la definición de la pureza o de la impureza en sentido moral (ético).
1. Junto a un sistema completo de prescripciones referentes a la pureza ritual, basándose en el cual se desarrolló la casuística legal, existía, sin embargo, en el Antiguo Testamento el concepto de una pureza moral, que se habría transmitido por dos corrientes.
Los Profetas exigían un comportamiento conforme a la voluntad de Dios, lo que supone la conversión del corazón, la obediencia interior y la rectitud total ante Él (cfr., por ejemplo, Is. 1, 10-20; Jer. 4, 14; 24, 7; Ez. 36, 25 ss.). Una actitud semejante requiere también el Salmista: “¿Quién puede subir al monte del Señor?... El hombre de manos inocentes y puro corazón... recibirá la bendición del Señor” (Sal. 24 [23], 3-5). Según la tradición sacerdotal, el hombre que es consciente de su profundo estado pecaminoso, al no ser capaz de realizar la purificación con las propias fuerzas, suplica a Dios para que realice esa transformación del corazón, que sólo puede ser obra de un acto suyo creador: “¡Oh Dios, crea en mí un corazón puro... Lávame: quedaré más blanco que la nieve... Un corazón quebrantado y humillado Tú no lo ‘desprecias’ ” (Sal. 51 [50], 12. 9. 19).
Ambas corrientes del Antiguo Testamento se encuentran en la Bienaventuranza de los “limpios de corazón” (Mt. 5, 8) aun cuando su formulación verbal parece estar más cercana al salmo 24. (Cfr. L. DUPONT, Les béatitudes, vol. III, en Les Évangélistes [París, Gabalda, 1973], pp. 603-604).
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4. El referido enunciado (Mt 15, 18-20) es importante sobre todo por razones semánticas. Al hablar de la pureza en sentido moral, es decir, de la virtud de la pureza, nos servimos de una analogía según la cual el mal moral se compara precisamente con la inmundicia. Ciertamente, esta analogía ha entrado a formar parte, desde los tiempos más remotos, del ámbito de los conceptos éticos. Cristo la vuelve a tomar y la confirma en toda su extensión: “Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre”. Aquí Cristo habla de todo mal moral, de todo pecado; esto es, de transgresiones de los diversos mandamientos, y enumera “los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias”, sin limitarse a un específico género de pecado. De ahí se deriva que el concepto de “pureza” y de “impureza” en sentido moral es ante todo un concepto general, no específico: por lo que todo bien moral es manifestación de pureza y todo mal moral es manifestación de impureza. El enunciado de Mt 15, 18-20 no restringe la pureza a un sector único de la moral, o sea, al conectado con el mandamiento “No adulterarás” y “No desearás la mujer de tu prójimo”, es decir, a lo que se refiere a las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer, ligadas al cuerpo y a la relativa concupiscencia. Análogamente podemos entender también la Bienaventuranza del Sermón de la Montaña dirigida a los hombres “limpios de corazón”, tanto en sentido genérico como en el más específico. Solamente los eventuales contextos permitirán delimitar y precisar este significado.
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5. El significado más amplio y general de la pureza está presente también en las Cartas de San Pablo, en las que gradualmente individuaremos los contextos que, de modo explícito, restringen el significado de la pureza al ámbito “somático” y “sexual”, es decir, a ese significado que podemos tomar de las palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón de la Montaña sobre la concupiscencia, que se expresa ya en el “mirar a la mujer” y se equipara a un “adulterio cometido en el corazón” (Cfr. Mt 5, 27-28).
San Pablo no es el autor de las palabras sobre la triple concupiscencia. Como sabemos, éstas se encuentran en la primera Carta de San Juan. Sin embargo, se puede decir que, análogamente a esa que para Juan (1 Jn 2, 16-17) es contraposición en el interior del hombre entre Dios y el mundo (entre lo que viene “del Padre” y lo que viene “del mundo”) –contraposición que nace en el corazón y penetra en las acciones del hombre como “concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida”–, San Pablo pone de relieve en el cristiano otra contradicción: la oposición y juntamente la tensión entre la “carne” y el “Espíritu” (escrito con mayúscula, es decir, el Espíritu Santo): “Os digo pues: andad en Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis” (Gál 5, 16-17). De aquí se sigue que la vida “según la carne” está en oposición a la vida “según el Espíritu”. “Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el Espíritu sienten las cosas espirituales” (Rom 8, 5).
En los análisis sucesivos trataremos de mostrar que la pureza –la pureza de corazón, de la que habló Cristo en el Sermón de la Montaña– se realiza precisamente en la “vida según el Espíritu”.
[Enseñanzas 7, 198-200]
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1. Un indispensabile completamento delle parole pronunziate da Cristo nel Discorso della Montagna sulle quali abbiamo centrato il ciclo delle nostre presenti riflessioni, dovrà essere l’analisi della purezza. Quando Cristo, spiegando il giusto significato del comandamento “Non commettere adulterio”, fece richiamo all’uomo interiore, specificò al tempo stesso la dimensione fondamentale della purezza, con cui vanno contrassegnati i reciproci rapporti tra l’uomo e la donna nel matrimonio e fuori del matrimonio. Le parole: “Ma Io vi dico: chiunque guarda una donna per desiderarla, ha già commesso adulterio con lei nel suo cuore” (1) esprimono ciò che contrasta con la purezza. Ad un tempo, queste parole esigono la purezza che nel Discorso della Montagna è compresa nell’enunciato delle beatitudini: “Beati i puri di cuore, perchè vedranno Dio” (2). In tal modo Cristo rivolge al cuore umano un appello: lo invita, non lo accusa, come già abbiamo precedentemente chiarito.
1. Matth. 5, 28.
2. Ibid. 5, 8.
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2. Cristo vede nel cuore, nell’intimo dell’uomo la sorgente della purezza –ma anche dell’impurità morale– nel significato fondamentale e più generico della parola. Ciò è confermato, ad esempio, dalla risposta data ai farisei, scandalizzati per il fatto che i suoi discepoli “trasgrediscono la tradizione degli antichi, poichè non si lavano le mani quando prendono cibo” (3). Gesù disse allora ai presenti: “Non quello che entra nella bocca rende impuro l’uomo, ma quello che esce dalla bocca rende impuro l’uomo” (4). Ai suoi discepoli, invece, rispondendo alla domanda di Pietro, così spiegò queste parole: “...ciò che esce dalla bocca proviene dal cuore. Questo rende immondo l’uomo. Dal cuore, infatti, provengono i propositi malvagi, gli omicidii, gli adulterii, le prostituzioni, i furti, le false testimonianze, le bestemmie. Queste sono le cose che rendono immondo l’uomo, ma il mangiare senza lavarsi le mani non rende immondo l’uomo” (5).
Quando diciamo “purezza”, “puro”, nel significato primo di questi termini, indichiamo ciò che contrasta con lo sporco. “Sporcare” significa “rendere immondo”, “inquinare”. Ciò si riferisce ai diversi ambiti del mondo fisico. Si parla, ad esempio, di una “strada sporca”, di una “stanza sporca”, si parla anche dell’“aria inquinata”. E così pure, anche l’uomo può essere “immondo”, quando il suo corpo non è pulito. Per togliere le lordure del corpo, bisogna lavarlo. Nella tradizione dell’Antico Testamento si attribuiva una grande importanza alle abluzioni rituali, ad esempio il lavarsi le mani prima di mangiare, di cui parla il testo citato. Numerose e particolareggiate prescrizioni riguardavano le abluzioni del corpo in rapporto all’impurità sessuale, intesa in senso esclusivamente fisiologico, a cui abbiamo accennato in precedenza (6). Secondo lo stato della scienza medica del tempo, le varie abluzioni potevano corrispondere a prescrizioni igieniche. In quanto erano imposte in nome di Dio e contenute nei Libri Sacri della legislazione anticotestamentaria, l’osservanza di esse acquistava, indirettamente, un significato religioso, erano abluzioni rituali e, nella vita dell’uomo dell’Antica Alleanza, servivano alla “purezza” rituale.
3. Ibid. 15, 2.
4. Matth. 15, 11.
5. Cf. Matth. 15, 18-20; cf. etiam Marc. 7, 20-23.
6. Cf. Lev. 15.
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3. In rapporto alla suddetta tradizione giuridico-religiosa dell’Antica Alleanza si è formato un modo erroneo di intendere la purezza morale7. La si capiva spesso in modo esclusivamente esteriore e “materiale”. In ogni caso, si diffuse una tendenza esplicita ad una tale interpretazione. Cristo vi si oppone in modo radicale: nulla rende l’uomo immondo “dall’esterno”, nessuna sporcizia “materiale” rende l’uomo impuro in senso morale, ossia interiore. Nessuna abluzione, neppure rituale, è idonea di per sè a produrre la purezza morale. Questa ha la sua sorgente esclusiva nell’interno dell’uomo: essa proviene dal cuore. È probabile che le rispettive prescrizioni dell’Antico Testamento (quelle, ad esempio, che si trovano nel Levitico)8 servissero, oltre che a fini igienici, anche ad attribuire una certa dimensione di interiorità a ciò che nella persona umana è corporeo e sessuale. In ogni caso Cristo si è ben guardato dal collegare la purezza in senso morale (etico) con la fisiologia e con i relativi processi organici. Alla luce delle parole di Matteo 15, 18-20, sopra citate, nessuno degli aspetti dell’“immondezza” sessuale, nel senso strettamente somatico, biofisiologico, entra di per sè nella definizione della purezza o della impurità in senso morale (etico).
7. Accanto a un sistema complesso di prescrizioni riguardanti la purezza rituale, in base al quale si è svolta la casuistica legale, esisteva tuttavia nell’Antico Testamento il concetto di una purezza morale, che veniva tramandato mediante due correnti.
I Profeti esigevano un comportamento conforme alla volontà di Dio, il che suppone la conversione del cuore, l’ubbidienza interiore e la totale rettitudine dinanzi a lui (cf. per es. Is. 1, 10-20; Ier. 4, 14; 24, 7; Ez. 36, 25 ss.). Un simile atteggiamento viene richiesto anche dal Salmista: “Chi salirà al monte del Signore...? / Chi ha mani innocenti e cuore puro... / Otterrà benedizione dal Signore” (Ps. 24 [23], 3-5).
Secondo la tradizione sacerdotale, l’uomo che è cosciente della sua profonda peccaminosità, non essendo capace di compiere con le proprie forze la purificazione, supplica Dio perchè realizzi quella trasformazione del cuore, che può unicamente essere opera di un suo atto creatore: “Crea in me, o Dio, un cuore puro... / lavami e sarò più bianco della neve... / un cuore affranto e umiliato, Dio, tu non disprezzi” (Ps. 51 [50], 12. 9. 19).
Entrambe le correnti dell’Antico Testamento s’incontrano nella beatitudine dei “puri di cuore” (Matth. 5, 8), anche se la sua formulazione verbale sembra essere più vicina al Salmo 24 (cf. L. DUPONT, Les béatitudes, vol. III: Les Évangélistes, Paris 1973, Gabalda, pp. 603-604).
8. Lev. 15, 16-24; 18, 1 ss.; 12, 1-5.
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4. Il suddetto enunciato (9) è soprattutto importante per ragioni semantiche. Parlando della purezza in senso morale, cioè della virtù della purezza, ci serviamo di un’analogia, secondo la quale il male morale viene paragonato appunto alla immondezza. Certamente tale analogia è entrata a far parte, fin dai tempi più remoti, dell’ambito dei concetti etici. Cristo la riprende e la conferma in tutta la sua estensione: “Ciò che esce dalla bocca proviene dal cuore. Questo rende immondo l’uomo”. Qui Cristo parla di ogni male morale, di ogni peccato, cioè di trasgressioni dei vari comandamenti, ed enumera “i propositi malvagi, gli omicidii, gli adulterii, le prostituzioni, i furti, le false testimonianze, le bestemmie”, senza limitarsi ad uno specifico genere di peccato. Ne deriva che il concetto di “purezza” e di “impurità” in senso morale è anzitutto un concetto generale, non specifico: per cui ogni bene morale è manifestazione di purezza, ed ogni male morale è manifestazione di impurità. L’enunciato di Matteo 15, 18-20 non restringe la purezza ad un unico settore della morale, ossia a quello connesso al comandamento “Non commettere adulterio” e “Non desiderare la moglie del tuo prossimo”, cioè a quello che riguarda i rapporti reciproci tra l’uomo e la donna, legati al corpo e alla relativa concupiscenza. Analogamente possiamo anche intendere la beatitudine del Discorso della Montagna, rivolta agli uomini “puri di cuore”, sia in senso generico, sia in quello più specifico. Soltanto gli eventuali contesti permetteranno di delimitare e di precisare tale significato.
9. Matth. 15, 18-20.
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5. Il significato più ampio e generale della purezza è presente anche nelle lettere di San Paolo, in cui gradualmente individueremo i contesti che, in modo esplicito, restringono il significato della purezza all’ambito “somatico” e “sessuale”, cioè a quel significato che possiamo cogliere dalle parole pronunziate da Cristo nel Discorso della Montagna sulla concupiscenza, che si esprime già nel “guardare la donna”, e viene equiparata ad un “adulterio commesso nel cuore” (10).
Non è San Paolo l’autore delle parole sulla triplice concupiscenza. Esse, come sappiamo, si trovano nella prima lettera di Giovanni. Si può, tuttavia, dire che analogamente a quella che per Giovanni (11) è contrapposizione all’interno dell’uomo tra Dio e il mondo (tra ciò che viene “dal Padre” e ciò che viene “dal mondo”) –contrapposizione che nasce nel cuore e penetra nelle azioni dell’uomo come “concupiscenza degli occhi, concupiscenza della carne e superbia della vita”– San Paolo rileva nel cristiano un’altra contraddizione: l’opposizione e insieme la tensione tra la “carne” e lo “Spirito” (scritto con la maiuscola, cioè lo Spirito Santo): “Vi dico dunque: camminate secondo lo Spirito e non sarete portati a soddisfare i desideri della carne; la carne infatti ha desideri contrari allo Spirito e lo Spirito ha desideri contrari alla carne; queste cose si oppongono a vicenda, sicchè voi non fate quello che vorreste” (12). Ne consegue che la vita “secondo la carne” è in opposizione alla vita “secondo lo Spirito”. “Quelli infatti che vivono secondo la carne, pensano alle cose della carne; quelli invece che vivono secondo lo Spirito, alle cose dello Spirito” (13).
Nelle successive analisi cercheremo di mostrare che la purezza –la purezza di cuore, di cui ha parlato Cristo nel Discorso della Montagna– si realizza propriamente nella vita “secondo lo Spirito”.
[Insegnamenti GP II, 3/2, 1640-1644]
10. Cf. Matth. 5, 27-28.
11. 1 Io. 2, 16-17.
12. Gal. 5, 16-17.
13. Rom. 8, 5.