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[0964] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, PRIMERA ESCUELA DE VIDA CRISTIANA

De la Homilía en la Misa en Guam (Japón), 23 febrero 1981

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6. Pero no podemos contentarnos con el orgullo que sentimos ante esta gloriosa herencia del pasado; hemos de volver nuestra atención a las exigencias del momento presente. Nuestro Credo no puede ser considerado como una preciosa reliquia de familia que sólo sirve para ser admirada de cuando en cuando, pero que luego se oculta para poder conservarla. Nuestro “amén” a lo que creemos ha de hallar expresión, más bien, en la puesta en práctica de nuestra fe en la vida diaria.

Por ello no podemos limitar nuestra idea de la evangelización a la simple difusión de la fe por las diferentes zonas geográficas del mundo o en las diversas culturas. Hemos de comprender, asimismo, que la tarea de la evangelización alcanza a cada uno de los aspectos de la vida humana, “llegando a afectar los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (Evangelii nuntiandi, 19).

En este sentido deseo subrayar el papel esencial que desempeña la familia en el trabajo de la evangelización. La familia, tal y como nos ha enseñado el Concilio Vaticano II, es una “íntima comunidad de vida y amor” (Gaudium et spes, 48). Los esposos, al conformar su amor conyugal según el ejemplo de Cristo, cultivan en sus casas los valores cristianos de ternura, compasión, paciencia y comprensión; estos valores, por su parte, darán origen a un estilo de vida que, por sí mismo, comunica el mensaje del Evangelio; serán inculcados y alimentados en los hijos que hayan nacido de este amor matrimonial. La familia se convierte, de este modo, en la primera escuela de vida cristiana donde se fomenta un amor a Cristo, a su Iglesia y a la vocación a la santidad.

Al mismo tiempo, también son las familias el lugar donde se realiza el necesario crecimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Los padres deberían prestar atención a los primeros signos de tales vocaciones y rogar para que, con la gracia de Dios, su hijo o hija persevere en la llamada. ¡Qué mayor bendición puede recibir una familia que la de ver cómo sus esfuerzos por vivir el Evangelio son coronados por el éxito al contar entre sus miembros a alguien que dedique su vida a la predicación y la enseñanza de la Buena Noticia!

[Enseñanzas 9, 223-224]