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[0975] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA HERENCIA DEL PAPA JUAN ACERCA DE LA FAMILIA

De la Homilía en la Misa para celebrar el Centenario del nacimiento de Juan XXIII, en Bérgamo (Italia), 26 abril 1981

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5. ¡Queridos hermanos y hermanas! En la memoria del Papa Juan encontramos hoy estas dos dimensiones de la Iglesia: la grande, universal, en la que, durante los últimos años de su vida Angelo Giuseppe Roncalli fue llamado a suceder a San Pedro en la Sede Romana; y la pequeña, “doméstica”. La “Iglesia doméstica”, la familia cristiana, constituye un fundamento particular de la grande. Constituye también el fundamento de la vida de las naciones y de los pueblos, como lo ha testimoniado el reciente Sínodo de los Obispos y como, constantemente, lo testimonia la experiencia no corrompida por las malas costumbres de tantas sociedades y de tantas familias.

Precisamente esa “Iglesia doméstica” pertenece a la herencia del Papa Juan. Es la parte integral del mensaje que constituye toda su vida, del mensaje de la verdad y del amor dirigido a toda la Iglesia y a todo el mundo, pero de modo particular dirigido a Italia: a esta tierra.

Este mensaje hay que volverlo a leer con la óptica de las palabras de la primera Carta de San Pedro: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo...” (1, 3-4).

Pero hay que volver a leer, al mismo tiempo que este mensaje, el mensaje particular del Papa Juan, en el contexto de las amenazas, amenazas reales, que hieren el patrimonio humano y cristiano de la familia, desarraigando los principios fundamentales sobre los que está construida, desde sus fundamentos, la más espléndida comunidad humana. Estos principios afectan, al mismo tiempo, a los valores esenciales, de los cuales no puede prescindir ningún programa, no sólo el cristiano, sino el simplemente humano.

El primero de estos valores es el amor fiel de los mismo esposos, como fuente de su confianza recíproca y también de la confianza de los hijos hacia ellos. Sobre esta confianza como sobre una roca se basa toda la sutil construcción interior de la familia, toda la “arquitectura de las almas”, que se irradia con una humanidad madura sobre las generaciones nuevas.

El segundo valor fundamental es el respeto a la vida desde el momento de su concepción bajo el corazón de la madre.

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6. Es oportuno al respecto que la figura del Papa Juan, del “Papa bueno”, de Angelo Giuseppe Roncalli, hijo de esta tierra bergamasca, se eleve ante toda la Iglesia y en particular ante esta nación en la que vio la luz;

–se eleve con toda la verdad de su mensaje evangélico, que es al mismo tiempo un mensaje tan humano; él, tan lleno de solicitud por el bien de su patria, por el bien de toda nación y de todo hombre;

–se eleve ante nosotros y esté presente en medio de nosotros.

Permitid, pues, que ante él –ante su figura– repita yo las palabras que pronuncié en el V domingo de Cuaresma:

“Efectivamente, existe en nuestra época una amenaza creciente al valor de la vida. Esta amenaza que, sobre todo, se hace notar en las sociedades del progreso técnico, de la civilización material y del bienestar, plantea un interrogante a la misma autenticidad humana de ese progreso.

”Quitar la vida humana significa siempre que el hombre ha perdido la confianza en el valor de su existencia; que ha destruido en sí, en su conocimiento, en su conciencia y voluntad, ese valor primario y fundamental.

”Dios dice: ‘No matarás’ (Éx 20, 13). Y este mandamiento es al mismo tiempo el principio fundamental y la norma del código de la moralidad inscrito en la conciencia de cada hombre.

”Si se concede derecho de ciudadanía al asesinato del hombre cuando todavía está en el seno de la madre, entonces, por esto mismo, se nos pone en el resbaladero de incalculables consecuencias de naturaleza moral. Si es lícito quitar la vida a un ser humano, cuando es el más débil, totalmente dependiente de la madre, de los padres, del ámbito de las conciencias humanas, entonces se asesina no sólo a un hombre inocente, sino también a las conciencias mismas. Y no se sabe lo amplia y velozmente que se propaga el radio de esa destrucción de las conciencias, sobre las que se basa, ante todo, el sentido más humano de la cultura y del progreso del hombre.

”Si aceptamos el derecho a quitar el don de la vida al hombre aún no nacido, ¿lograremos defender después el derecho del hombre a la vida en todas las demás situaciones? ¿Lograremos detener el proceso de destrucción de las conciencias humanas?” (Alocución dominical, 5 de abril de 1981, n. 2).

[Enseñanzas 9, 306-307]