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[1006] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA ANTROPOLOGÍA COMPLETA Y VERDADERA EN LA BASE DE LA SOLUCIÓN DE LOS PROBLEMAS DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

Del Discurso Sono lieto di darvi, a los Profesores y Alumnos del Pontificio Instituto para la Familia, 19 diciembre 1981

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1. En la reciente Exhortación Apostólica “Familiaris consortio” he escrito: “La Iglesia, conocedora de que el bien de la sociedad y de sí misma está profundamente unido al bien de la familia, siente de manera más viva y exigente su misión de proclamar a todos el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia (n. 3). El Instituto es una de las expresiones más claras e importantes de este conocimiento.

He querido yo mismo este Instituto, atribuyéndoos una particular importancia para toda la Iglesia. En efecto, él está llamado a ser un centro superior de estudios y de investigación al servicio de todas las comunidades cristianas, con una finalidad precisa: profundizar cada vez más en el conocimiento de la verdad del matrimonio y de la familia a la luz conjunta de la fe y de la recta razón.

Esta verdad debe ser el objeto de toda vuestra investigación científica, profundamente conocedores de que sólo la fidelidad a ella salva completamente la dignidad del matrimonio y de la familia.

Todo esto comporta que profundicéis en vuestro trabajo de estudiantes con gran seriedad y sentido de responsabilidad. Lo que significa, ante todo, una actitud personal justa en relación con aquella verdad que es objeto de vuestros estudios: ella debe ser buscada con humilde veneración, porque su conocimiento más que conquista humana, es don de Dios. Significa verdaderamente un esfuerzo constante de riguroso estudio y de continua reflexión, porque la verdad se muestra interiormente sólo a aquel que la busca con todo su ser.

El hecho de que ya en este primer año de su actividad académica se hayan inscrito en el Instituto alumnos procedentes de todas las partes del mundo os permitirá un diálogo cultural, un intercambio de ideas, de informaciones, de experiencias en un radio eclesial internacional.

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2. En esta ocasión, intento reclamar vuestra atención sobre algunos puntos que juzgo de especial importancia para la consecución de la finalidad que el Instituto se propone.

En la base de vuestros estudios debe ponerse una sólida y adecuada antropología; una antropología que comprenda la completa verdad de la persona humana. En efecto, la solución de los problemas planteados sobre el matrimonio y la familia implica siempre una antropología. La cual –si no es adecuada– genera soluciones no respetuosas con la dignidad del hombre y de la mujer. Por poner sólo un ejemplo, pero de importancia decisiva, es por esta razón por la que –en la ya citada Exhortación Apostólica– hablando de la diferencia que existe entre la contracepción y el recurso a los métodos naturales, he escrito: “se trata de una diferencia bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree, y que implica en resumidas cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana, irreconciliables entre sí” (n. 32). Es sobre esta visión adecuada de la persona humana, la cual –como enseña el Vaticano II– puede tener un conocimiento completo de sí misma sólo a la luz del Misterio del Verbo Encarnado (cf. GS, 22), es sobre esta visión –decía– sobre la que vosotros debéis fundar todas las respuestas a los problemas planteados hoy en la vida matrimonial y familiar. Consecuencia esencial de ella es la reflexión ética: o sea, la reflexión sobre el valor y sobre los valores de la persona humana como tal y, especialmente, sobre los valores humanos que deben ser realizados en la vida matrimonial y familiar.

De todo esto, entonces, deriva que la investigación en el Instituto, a pesar de la necesaria pluralidad de enseñanzas, debe estar cada vez más caracterizada por una profunda unidad en su conjunto. Cada disciplina es como un fragmento que, uniéndose a los otros muestra una “figura” unitaria que vosotros debéis percibir claramente: la “figura” del matrimonio y de la familia en su completa verdad, como es pensada por todos.

Es ésta la suprema dignidad del pensar teológico que Santo Tomás no dudaba llamar “Quaedam participatio divinae scientiae”.

[DP (1981), 266]