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[1015] • JUAN PABLO II (1978-2005) • PASTORAL FAMILIAR

Del Discurso Vi saluto, a los Obispos de Liguria (Italia), en la visita ad limina, 8 enero 1982

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3. Un empeño que la situación social-cultural señala como particularmente urgente es el de la pastoral familiar. Las profundas y rápidas transformaciones que caracterizan a nuestra época han incidido profundamente en la institución familiar, célula fundamental de la sociedad y próvido vivero de las futuras generaciones. Es necesario que la Iglesia se vuelva con renovada solicitud hacia este delicado sector de la pastoral, dedicándole sus mejores energías.

Urge ante todo una acción que despierte en las conciencias la preocupación por la realidad espiritual y eterna, y el conocimiento de la primacía de los valores morales, que son los valores de la persona humana como tal. “La comprensión del sentido último de la vida y de sus valores fundamentales es la gran tarea que se impone hoy para la renovación de la sociedad” (Exhort. Apost. Familiaris consortio, 8). Cuando disminuye este conocimiento, las grandes posibilidades que el progreso moderno ha puesto en las manos del hombre terminan por transformarse en potenciales fuerzas disgregadoras, que acechan la promoción.

Es preciso educar las conciencias mediante una asidua e incisiva instrucción religiosa que haga capaces a los distintos miembros de la familia –no sólo a los jóvenes, sino también a los adultos– de juzgar y de discernir los modos adecuados para construir una comunidad de personas que, en el amor, vive, crece y se perfecciona. Es preciso, además, alentar a los componentes de la familia en la práctica de los sacramentos y en la costumbre de la oración personal cotidiana, para que del encuentro con Dios cada uno pueda sacar la luz interior para comprender mejor, y la fuerza espiritual para traducir coherentemente en la vida el designio de Dios sobre la familia.

En la unión vital con Cristo, que se alimenta en la participación en la Liturgia y en la experiencia de la oración, la familia sacará el estímulo para progresar continuamente en el amor vivido y para hacerse fermento activo para animar cristianamente el ambiente que le rodea.

[DP (1982), 9]