[1023] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA CONCEPCIÓN PAULINA DE LA HUMANIDAD EN LA INTERPRETACIÓN DE LA RESURRECCIÓN
Alocución Dalle parole, en la Audiencia General, 3 febrero 1982
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1. De las palabras de Cristo sobre la futura resurrección de los muertos, referidas por los tres Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), hemos pasado a la antropología paulina sobre la resurrección. Analicemos la primera Carta a los Corintios, capítulo 15, versículos 42-49.
En la resurrección el cuerpo humano se manifiesta –según las palabras del Apóstol– “incorruptible, glorioso, lleno de poder, espiritual”. La resurrección, pues, no es sólo una manifestación de la vida que vence la muerte –como un retorno final al árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado en el momento del pecado original–, sino que es también una revelación de los últimos destinos del hombre en toda la plenitud de su naturaleza psicosomática y de su subjetividad personal. Pablo de Tarso –que siguiendo las huellas de los otros Apóstoles experimentó en el encuentro con Cristo resucitado el estado de su cuerpo glorificado–, basándose en esta experiencia, anuncia en la Carta a los Romanos “la redención del cuerpo” (Rom 8, 23), y en la Carta a los Corintios (1 Cor 15, 42-49) el cumplimiento de esta redención en la futura resurrección.
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2. El método literario que San Pablo aplica aquí corresponde perfectamente a su estilo. Se sirve de antítesis, que a la vez acercan lo que contraponen y de este modo resultan útiles para hacemos comprender el pensamiento paulino sobre la resurrección: tanto en su dimensión “cósmica”, como en lo que se refiere a la característica de la misma estructura interna del hombre “terrestre” y “celeste”. Efectivamente, el Apóstol, al contraponer Adán y Cristo (resucitado) –o sea, el primer Adán al último Adán– muestra, en cierto sentido, los dos polos, entre los cuales, en el misterio de la creación y de la redención, está situado el hombre en el cosmos; también se podría decir que el hombre ha sido “puesto en tensión” entre estos dos polos con la perspectiva de los destinos eternos, que se refieren, desde el principio hasta el fin, a su misma naturaleza humana. Cuando Pablo escribe: “El primer hombre fue de la tierra, terreno; el segundo hombre fue del cielo” (1 Cor 15, 47), piensa tanto en Adán-hombre, como también en Cristo en cuanto hombre. Entre estos dos polos –entre el primero y el último Adán– se desarrolla el proceso que él expresa con las siguientes palabras: “Como llevamos la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celestial” (1 Cor 15, 49).
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3. Este “hombre celestial” –el hombre de la resurrección, cuyo prototipo es Cristo resucitado– no es tanto la antítesis y negación del “hombre terreno” (cuyo prototipo es el “primer Adán”), cuanto, sobre todo, es su cumplimiento y su confirmación de lo que corresponde a la constitución psicosomática de la humanidad, en el ámbito de los destinos eternos, esto es, en el pensamiento y en los designios de Aquel que, desde el principio, creó al hombre a su imagen y semejanza. La humanidad del “primer Adán”, “hombre terreno”, diría que lleva en sí una particular potencialidad (que es capacidad y disposición) para acoger todo lo que vino a ser el “segundo Adán” el hombre celestial, o sea, Cristo: lo que Él vino a ser en su resurrección. Esa humanidad de la que son partícipes todos los hombres, hijos del primer Adán, y que, justamente con la heredad del pecado –siendo carnal– es, al mismo tiempo, “corruptible”, y lleva en sí la potencialidad de la “incorruptibilidad”.
Esa humanidad, que en toda su constitución psicosomática se manifiesta “innoble” y, sin embargo, lleva en sí el deseo interior de la gloria, esto es, la tendencia y la capacidad de convertirse en “gloriosa”, a imagen de Cristo resucitado. Finalmente, la misma humanidad, de la que el Apóstol dice –conforme a las experiencias de todos los hombres– que es “débil” y tiene “cuerpo animal”, lleva en sí la aspiración a convertirse en “llena de poder” y “espiritual”.
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4. Aquí hablamos de la naturaleza humana en su integridad, es decir, de la humanidad en su constitución psicosomática. En cambio, Pablo habla del “cuerpo”. Sin embargo, podemos admitir, basándonos en el contexto inmediato y en el remoto, que para él se trata no sólo del cuerpo, sino de todo el hombre en su corporeidad, por lo tanto, también de su complejidad ontológica. De hecho, no hay duda alguna de que si precisamente en todo el mundo visible (cosmos), ese único cuerpo que es el cuerpo humano, lleva en sí la “potencialidad de la resurrección”, esto es, la aspiración y la capacidad de llegar a ser definitivamente “incorruptible, glorioso, lleno de poder, espiritual”, esto ocurre porque, permaneciendo desde el principio en la unidad psicosomática de la humanidad del ser personal, puede tomar y reproducir en esta “terrena” imagen y semejanza de Dios también la imagen “celeste” del último Adán, Cristo. La antropología paulina sobre la resurrección es cósmica y, a la vez, universal: cada uno de los hombres lleva en sí la imagen de Adán y cada uno está llamado también a llevar en sí la imagen de Cristo, la imagen del Resucitado. Esta imagen es la realidad del “otro mundo”, la realidad escatológica (San Pablo escribe: “llevaremos”); pero, al mismo tiempo, esa imagen es ya en cierto sentido una realidad de este mundo, puesto que se ha revelado en él mediante la resurrección de Cristo. Es una realidad injertada en el hombre de “ese mundo”, realidad que en él está madurando hacia el cumplimiento final.
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5. Todas las antítesis que se suceden en el texto de Pablo ayudan a construir un esbozo válido de la antropología sobre la resurrección. Este esbozo es, a la vez, más detallado que el que emerge del texto de los Evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35), pero, por otra parte, es, en cierto sentido, más unilateral. Las palabras de Cristo referidas por los Sinópticos, abren ante nosotros la perspectiva de la perfección escatológica del cuerpo, sometido plenamente a la profundidad divinizadora de la visión de Dios “cara a cara”, en la que hallará su fuente inagotable tanto la “virginidad” perenne (unida al significado esponsalicio del cuerpo), como la “intersubjetividad” perenne de todos los hombres, que vendrán a ser (como varones y mujeres) partícipes de la resurrección. El esbozo paulino de la perfección escatológica del cuerpo glorificado parece quedar más bien en el ámbito de la misma estructura interior del hombre-persona. Su interpretación de la resurrección futura parecería vincularse al “dualismo” cuerpo-espíritu que constituye la fuente del “sistema de fuerzas” interior en el hombre.
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6. Este “sistema de fuerzas” experimentará un cambio radical en la resurrección. Las palabras de Pablo, que lo sugieren de modo explícito, no pueden, sin embargo, entenderse e interpretarse según el espíritu de la antropología dualística[6], como trataremos de demostrar en la continuación de nuestro análisis. Efectivamente, nos convendrá dedicar todavía una reflexión a la antropología de la resurrección a la luz de la primera Carta a los Corintios.
[DP (1982), 37]
[6]. “Paul ne tient absolument pas compte de la dichotomie grecque ‘âme et corps’... L’apôtre recourt à une sorte de trichotomie où la totalité de l’homme est corps, âme et esprit... Tous ces termes sont mouvants et la division elle-même n’a pas de frontière fixe. Il y a insistance sur le fait que le corps et l’âme sont capables d’être ‘pneumatiques’, spirituels” (B. RIGAUX, Dieu l’a ressuscité. Exégèse et théologie biblique, Gembloux 1973, Duculot, pp. 406-408).
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1. Dalle parole di Cristo sulla futura risurrezione dei morti, riportate da tutti e tre i Vangeli sinottici (Matteo, Marco e Luca), siamo passati all’antropologia paolina della risurrezione. Analizziamo la prima Lettera ai Corinzi al capitolo 15, versetti 42-49.
Nella risurrezione il corpo umano si manifesta –secondo le parole dell’Apostolo– “incorruttibile, glorioso, pieno di forza, spirituale”. La risurrezione non è, dunque, soltanto una manifestazione della vita che vince la morte –quasi un ritorno finale all’albero della Vita, dal quale l’uomo è stato allontanato al momento del peccato originale– ma è anche una rivelazione degli ultimi destini dell’uomo in tutta la pienezza della sua natura psicosomatica e della sua soggettività personale. Paolo di Tarso –il quale, seguendo le orme degli altri Apostoli, ha sperimentato nell’incontro con Cristo risorto lo stato del suo corpo glorificato– basandosi su questa esperienza, annunzia nella Lettera ai Romani “la redenzione del corpo” 1 e nella Lettera ai Corinzi (2) il compimento di questa redenzione nella futura risurrezione.
1. Rom. 8, 23.
2. 1 Cor. 15, 42-49.
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2. Il metodo letterario, applicato qui da Paolo, corrisponde perfettamente al suo stile. Questo si serve di antitesi, che ad un tempo av vicinano ciò che contrappongono e in tal modo sono utili a farci comprendere il pensiero paolino circa la risurrezione: sia nella sua dimensione “cosmica”, sia per quanto riguarda la caratteristica della stessa struttura interna dell’uomo “terrestre” e “celeste”. L’Apostolo, infatti, nel contrapporre Adamo e Cristo (risorto) –ossia il primo Adamo all’ultimo Adamo– mostra, in certo senso, i due poli, tra i quali, nel mistero della creazione e della redenzione, è stato situato l’uomo nel cosmo; si potrebbe pure dire che l’uomo sia stato “posto in tensione” tra questi due poli nella prospettiva degli eterni destini, riguardanti, dal principio sino alla fine, la stessa sua natura umana. Quando Paolo scrive: “Il primo uomo tratto dalla terra è di terra, il secondo uomo viene dal cielo” (3), ha in mente sia Adamo-uomo si pure Cristo quale uomo. Tra questi due poli –tra il primo e l’ultimo Adamo– si svolge il processo che egli esprime nelle seguenti parole: “Come abbiamo portato l’immagine dell’uomo di terra, così porteremo l’immagine dellceleste” 4.
3. 1 Cor. 15, 47.
4. Ibid. 15, 49.
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3. Quest’“uomo celeste” –l’uomo della risurrezione, il cui prototipo è Cristo risorto– non è tanto antitesi e negazione dell’“uomo di terra” (il cui prototipo è il “primo Adamo”), ma soprattutto è il suo compimento e la sua confermazione. È il compimento e la confermazione di ciò che corrisponde alla costituzione psicosomatica dell’umanità, nell’ambito dei destini eterni, cioè nel pensiero e nel piano di colui che dal principio creò l’uomo a sua immagine e somiglianza. L’umanità del “primo Adamo”, “uomo di terra”, porta in sè, direi, una particolare potenzialità (che è capacità e prontezza) ad accogliere tutto ciò che divenne il “secondo Adamo”, l’Uomo celeste, ossia Cristo: ciò che Egli divenne nella sua risurrezione. Quella umanità di cui sono partecipi tutti gli uomini, figli del primo Adamo, e che, insieme all’eredità del peccato –essendo carnale– al tempo stesso è “corruttibile”, e porta in sè la potenzialità dell’“incorruttibilità”.
Quell’umanità, che in tutta la sua costituzione psicosomatica si manifesta “ignobile”, e tuttavia porta in sè l’interiore desiderio della gloria, cioè la tendenza e la capacità di diventare “gloriosa”, a immagine del Cristo risorto. Infine, la stessa umanità, di cui l’Apostolo –conformemente all’esperienza di tutti gli uomini– dice che è “debole” e ha “corpo animale”, porta in sè l’aspirazione a divenire “piena di forza” e “spirituale”.
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4. Noi parliamo qui della natura umana nella sua integrità, cioè della umanità nella sua costituzione psicosomatica. Paolo, invece, parla del “corpo”. Tuttavia possiamo ammettere, in base al contesto immediato e a quello remoto, che non si tratta per lui soltanto del corpo, ma dell’uomo intero nella sua corporeità, dunque anche della sua complessità ontologica. Difatti, non vi è alcun dubbio che, se appunto in tutto il mondo visibile (cosmo), quell’unico corpo che è il corpo umano, porta in sè la “potenzialità della risurrezione”, cioè l’aspirazione e la capacità di diventare definitivamente “incorruttibile, glorioso, pieno di forza, spirituale”, ciò avviene perchè, persistendo dal principio nell’unità psicosomatica dell’essere personale, egli può cogliere e riprodurre in questa “terrena” immagine e somiglianza di Dio anche l’immagine “celeste” dell’ultimo Adamo, Cristo. L’antropologia paolina della risurrezione è cosmica ed universale insieme: ogni uomo porta in sè l’immagine di Adamo e ognuno è anche chiamato a portare in sè l’immagine di Cristo, l’immagine del Risorto. Questa immagine è la realtà dell’“altro mondo”, la realtà escatologica (San Paolo scrive: “porteremo”); ma, nel contempo, essa è già in certo modo una realtà di questo mondo, dato che è stata rivelata in esso mediante la risurrezione di Cristo. È una realtà innestata nell’uomo di “questo mondo”, realtà che in lui sta maturando verso il compimento finale.
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5. Tutte le antitesi che si susseguono nel testo di Paolo aiutano a costruire un valido abbozzo dell’antropologia della risurrezione. Tale abbozzo è contemporaneamente più dettagliato di quello che emerge dal testo dei Vangeli sinottici (5), ma dall’altra parte è, in certo senso, più unilaterale. Le parole di Cristo riportate dai Sinottici, aprono davanti a noi la prospettiva della perfezione escatologica del corpo, sottomesso pienamente alla profondità divinizzatrice della visione di Dio “a faccia a faccia”, in cui troverà la sua inesauribile fonte sia la perenne “ver ginità” (unita al significato sponsale del corpo), sia la perenne “intersoggettività” di tutti gli uomini, che diverranno (come maschi e femmine) partecipi della risurrezione. L’abbozzo paolino della perfezione escatologica del corpo glorificato sembra rimanere piuttosto nell’ambito della stessa struttura interiore dell’uomo-persona. La sua interpretazione della futura risurrezione sembrerebbe riallacciarsi al “dualismo” corpo-spirito che costituisce la sorgente dell’interiore “sistema di forze” nell’uomo.
5. Matth. 22, 30; Marc. 12, 25; Luc. 20, 34-35.
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6. Questo “sistema di forze” subirà nella risurrezione un cambiamento radicale. Le parole di Paolo, che lo suggeriscono in modo esplicito, non possono tuttavia essere intese ed interpretate nello spirito dell’antropologia dualistica[6] come cercheremo di mostrare nel seguito della nostra analisi. Infatti, ci converrà dedicare ancora una riflessione all’antropologia della risurrezione nella luce della prima Lettera ai Corinzi.
[Insegnamenti GP II, 5/1, 288-291]
[6]. “Paul ne tient absolument pas compte de la dichotomie grecque ‘âme et corps’... L’apôtre recourt à une sorte de trichotomie où la totalité de l’homme est corps, âme et esprit... Tous ces termes sont mouvants et la division elle-même n’a pas de frontière fixe. Il y a insistance sur le fait que le corps et l’âme sont capables d’être ‘pneumatiques’, spirituels” (B. RIGAUX, Dieu l’a ressuscité. Exégèse et théologie biblique, Gembloux 1973, Duculot, pp. 406-408).