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[1034] • JUAN PABLO II (1978-2005) • FAMILIA Y MATRIMONIO: INDISOLUBILIDAD Y FECUNDIDAD

De la Homilía durante la Misa en el estadio de Libreville  (Gabón), 19 fe-brero 1982

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3. Después de la paz recibida de Dios y de la vitalidad de la Iglesia local, abordo el tercer aspecto de la Buena Nueva. Hay en efecto un lugar donde la Iglesia debe encontrar su expresión privilegiada: es la familia. El Concilio Vaticano II no ha dudado en llamar a la familia cristiana la “Iglesia doméstica”, una Iglesia en miniatura.

Las costumbres ancestrales, en Gabón como en muchos países africanos, marcan aún profundamente a muchas familias. Les han inculcado a éstas un cierto número de valores que pueden ser muy preciosos para los esposos cristianos; en particular, permiten evitar a la pareja el limitarse a una perspectiva demasiado individualista, manteniéndola, por ejemplo, solidaria con las familias de los esposos: éstas pueden aportar su parte a la fundación del nuevo hogar y tienen aún la posibilidad de prestarle su ayuda en la educación de los hijos o ante las dificultades que sobrevengan. En la medida en que tales prácticas favorezcan la estabilidad y la unidad de las parejas, dejando a los novios la libertad de su consentimiento y de su compromiso personal, la Iglesia no puede menos de alegrarse de ello.

Lo que la Iglesia pide que los cristianos comprendan bien es la dignidad incomparable de la unión del hombre y de la mujer en el plan original de Dios, y el sentido del sacramento del matrimonio cristiano: éste tiene por fin elevar la unión de los esposos a símbolo de la Alianza de amor entre Cristo y su Iglesia, asociarlos al dinamismo del misterio pascual del Salvador y aportar así a toda su vida de casados una santificación y una irradiación que redunden sobre sus personas, sobre sus hijos, sobre la vida de la Iglesia y de la sociedad.

No tengo tiempo para recordar aquí lo que expuse ampliamente hace apenas dos años a las familias cristianas de Kinshasa, lo que los obispos de todo el mundo han testimoniado en el Sínodo del otoño de 1980, y lo que yo mismo he escrito para toda la Iglesia en mi reciente Exhortación Apostólica. Yo me remito a vuestros Pastores para daros los medios concretos que os familiaricen con la naturaleza del matrimonio cristiano y os permitan vivirlo desde ahora.

Pensad, por ejemplo, en el verdadero amor conyugal, fuente y fuerza de una comunión indisoluble, cuya fidelidad evoca la fidelidad inquebrantable de Dios a su Alianza con los hombres. Pensad en la preocupación que tiene la Iglesia por lograr que la persona –en particular la mujer– no sea jamás tratada como “objeto” de placer, ni incluso como un simple medio de fecundidad, sino que merezca ser amada por sí misma por parte del cónyuge, aun en el caso de que desgraciadamente conozca la prueba de la esterilidad. Pensad también en los valores de respeto, de delicadeza, de perdón, de misericordia, cuya visión cristiana enriquece el matrimonio. Pensad en la dignidad del papel de padre y de madre, en que los cónyuges se hacen cooperadores de Dios creador al dar la vida, y en su responsabilidad común para elevar hasta la madurez afectiva y espiritual a los hijos que han traído al mundo.

Para proteger todo esto, la Iglesia recuerda unas exigencias, exigencias ciertamente graves, que tienen su fundamento en el Evangelio y que necesitan esfuerzos y conversión del corazón. Pero ella querría que los cristianos entendiesen el sacramento del matrimonio, ante todo, como una “gracia”. Comprende con misericordia a quienes experimentan dificultades en corresponder a ella con plenitud, y no quiere excluir a nadie, de “un camino pedagógico de crecimiento” que debe conducir más lejos, “hasta llegar a un conocimiento más rico y a una integración más plena de este misterio en su vida” (Familiaris consortio, 9). A las familias de Gabón, como he escrito en la Exhortación, yo les digo: “Familia, ¡sé lo que eres!” (núm. 77). Felicito a los hogares cristianos que ya están dando este hermoso testimonio: hay un cierto número en este país. Y les invito a atraer a los demás hogares a su camino, por un apostolado de pareja a pareja, como invito igualmente a toda la Iglesia en Gabón a promover una pastoral adecuada de la familia.

[DP (1982), 66]