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[1053] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA IGLESIA, AGRADECIDA POR LOS TRABAJOS EN FAVOR DE LA REGULACIÓN NATURAL DE LA FERTILIDAD

Discurso La vostra visita, al Centro de Estudios e Investigación sobre la Regulación Natural de la Fertilidad, de la Universidad del Sacro Cuore, Roma, 3 julio 1982

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1. Vuestra visita me complace en gran manera. Os acojo con afecto y os repito el saludo pascual del Señor Jesús: “La paz sea con vosotros” (Jn 20, 19). Es el fruto que os deseo de corazón para este encuentro y para el trabajo que estáis desarrollando estos días en Roma. Pues la paz del corazón –y la paz entre los hombres– es de hecho el fruto del cumplimiento de la voluntad del Señor, que en su infinita bondad y sabiduría quiere siempre el bien del hombre, de todos los hombres y de cada hombre.

Bien sabemos que al hombre no le es fácil conocer enteramente la voluntad de Dios y menos fácil aún ponerla por obra, a causa de las limitaciones inherentes a la condición humana y de las heridas graves que dejó el pecado en nosotros. Jesús, el Hijo de Dios vivo (cf. Mt 16, 16), que se hizo hombre en el seno de María ha venido al mundo para darnos a conocer la voluntad de Dios, revelarnos con su muerte y resurrección, a las que podemos unimos por la fe y los sacramentos, las verdades más profundas de la existencia humana y darnos fuerza para vivir estas enseñanzas. En esto consiste el “camino” nuevo, la nueva forma de vida que Él ha venido a instaurar y la Iglesia quiere y debe acoger sin reservas, para ser como “ciudad sobre el monte” y luz que brilla en las tinieblas; y la Iglesia muestra a los hombres la vía hacia la meta auténtica de su vida, donde será posible experimentar gozo, unión y paz verdadera.

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2. Con esta óptica puede evaluarse plenamente el significado del trabajo que estáis realizando. Pues sobre todo en la familia y sus funciones específicas, es donde se ha perdido de vista el camino que quiere el Señor para el hombre y que es camino de salvación. Procesos marcados por el materialismo –que busca sólo el bienestar terreno y la posesión creciente de los bienes de consumo– y por el naturalismo –que excluye de la vida diaria la referencia a Dios y a los valores trascendentes– aspiran, especialmente en los países de altísimo desarrollo económico, a vaciar a la familia de su contenido profundo, y la sumen en una crisis peligrosa. Muchos jóvenes hoy desorientados no consiguen ya ver la importancia de la institución matrimonial y viven el amor bajo el signo de la transitoriedad y de la infecundidad. Muchas familias no saben poner en práctica el deber de una paternidad responsable según ha enseñado el Concilio Vaticano II.

Sin embargo, la Iglesia cree en la familia. Sabe que ella “posee también siempre energías formidables capaces de sacar al hombre del anonimato, de la masificación y de la despersonalización” (cf. Familiaris consortio, 43), a que lleva con frecuencia el progreso moderno. La Iglesia debe asumir la tarea de suscitar convicciones y ofrecer ayuda concreta (cf. Familiaris consortio, 35) en todos los campos en que la familia sufre más asechanzas. Esto vale de modo particular en el campo de la regulación de la fecundidad, que ha llegado a ser uno de los problemas más delicados y urgentes para las familias de hoy. En este campo es donde vosotros estáis desarrollando una labor excelente. Por ello os doy las gracias y os animo a proseguir vuestros esfuerzos, que son una respuesta concreta y eficaz a lo que he escrito en la “Familiaris consortio”: “...la Iglesia no puede menos de apelar con vigor renovado a la responsabilidad de cuantos –médicos, expertos, consejeros matrimoniales, educadores, parejas– pueden ayudar efectivamente a los esposos a vivir su amor, respetando la estructura y finalidades del acto conyugal que lo expresa. Esto significa un compromiso más amplio, decisivo y sistemático de hacer conocer, estimar y aplicar los métodos naturales de regulación de la fertilidad” (cf. n. 35).

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3. Nos hallamos ante una tarea ingente. Medios anticonceptivos invaden crecientemente el mundo gracias a la ayuda de grandes medios económicos que se mueven por motivos inconfesables, en los que no figuran para nada el respeto del hombre y de sus valores más profundos. La Iglesia se ha puesto a defender con valentía el amor humano, la vida y los valores morales vinculados a éstos. Hay hombres de ciencia audaces y capaces que poco a poco, con paciencia y competencia, están descubriendo caminos basados en un estudio más atento de las características de la sexualidad humana, caminos que resultan compatibles con las exigencias de la castidad matrimonial y capaces de conseguir una convivencia conyugal armónica y serena dentro del respeto a los principios fundamentales de la Iglesia.

La obra de investigación, perfeccionamiento y enseñanza de medios naturales de regulación de la fecundidad, es de gran importancia. Así, pues, quiero decir una palabra de estímulo a cuantos trabajan en este campo y exhortarles a no cejar en sus investigaciones. Es necesario que los distintos grupos dedicados a esta noble tarea tengan en aprecio mutuo su trabajo y se intercambien experiencias y resultados, a fin de evitar toda tensión y desavenencia que pudiera amenazar esta obra importante y difícil. Desde el momento en que la situación de las parejas es muy distinta a causa de las diferencias de culturas, razas, situaciones personales, etc., es providencial que existan métodos varios capaces de responder mejor a situaciones tan distintas. Por esta misma causa está bien que los expertos en dichas materias conozcan varios métodos a fin de poder sugerir, y enseñar si es necesario, el método más adecuado para cada pareja. La Iglesia os da las gracias a través de mi palabra por el trabajo que realizáis, y os anima a proseguir. Sin hacer suyo ningún mé todo concreto, la Iglesia se limita a proclamar los principios fun damentales en esta materia y a estimular del modo más eficaz posible a cuantos con generosidad y fidelidad a dichos principio se afanan por que tales esfuerzos sean actuados concretamente.

Poco a poco, y con el trabajo silencioso de cada persona individual y el testimonio valiente de parejas y familias que viven la alegría de una experiencia de amor cristiano generoso y abierto a la vida, se va construyendo la humanidad nueva a la que el Señor nos ha llamado como pueblo suyo y a la que aspiran todos los hombres aun sin saberlo.

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4. Pido a la Virgen Santísima que bendiga abundantemente vuestro trabajo y vuestra vida. Ella os otorgue algo del infinito respeto y ternura maravillosa que se encierran en su corazón de Madre, para que contribuyáis a formar otras tantas imágenes de María en las mujeres a quienes ayudáis.

[DP (1982), 203]