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[1089] • JUAN PABLO II (1978-2005) • CULTURA MATRIMONIAL Y FAMILIAR

Del Discurso Laissez-moi, a los participantes en el Simposio sobre la Pastoral Familiar en Europa, 26 noviembre 1982

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1. El objetivo de vuestras reflexiones en estas jornadas de estudio, dedicadas a la pastoral del matrimonio y de la familia en Europa y preparadas conjuntamente por el Consejo Pontificio para la Familia y el Instituto de Estudios sobre el matrimonio y la familia, es de gran importancia. Un año después de su pu blicación, habéis querido examinar la Exhortación apostólica Familiaris consortio, a fin de subrayar los puntos más sobresalientes, y evaluar la acogida que les han reservado vuestras comunidades, con objeto de contribuir a la renovación espiritual de Europa. Esta Exhortación indica, en efecto, las orientaciones fundamentales según las cuales la Iglesia deberá, en este fin del segundo milenio, velar sobre el matrimonio y la familia.

La Iglesia está deseosa de conseguir una inteligencia cada vez más profunda de la verdad que tiene la misión de presentar. Así, la primera orientación dada por la Exhortación Apostólica es una invitación lanzada a toda la Iglesia de anunciar, con fidelidad y humilde valor, esta verdad al hombre de hoy. Se trata del designio de Dios sobre el matrimonio y sobre la familia, ya que solamente en la fidelidad a éste se encuentra la salvación de la institución matrimonial y familiar para todos los que se casan. Este primer deber de la Iglesia debe expresarse claramente en una cultura europea todavía marcada por valores humanos y cristianos auténticos, si bien con frecuencia muy oscurecidos por desviaciones debidas bien a concepciones erróneas, bien a un abandono moral.

Más que nunca es urgente y necesario reconstruir en cada hombre y en cada mujer la certeza de una verdad sobre su matrimonio y los valores éticos que deben sostenerla. A través del anuncio de la verdad, la Iglesia está llamada a una estima más profunda del amor conyugal comprendido en todas sus dimensiones, a una estimación en sintonía con cada una de sus riquezas. Por su parte, los esposos, solicitados por tantas teorías diversas sobre la felicidad del matrimonio y de la familia, ¿no se vuelven hoy hacia la Iglesia en una búsqueda más urgente de esta verdad, de esta sabiduría?

La verdad que anuncia la Iglesia, es una verdad de vida: debe convertirse en vida. Ésta es una segunda orientación fundamental trazada por la Exhortación Apostólica. Esta exigencia de la verdad afecta la vida personal de los cónyuges, es decir, afecta la cultura en que viven los esposos en Europa. En efecto, esta verdad quiere ser inspiradora de una cultura familiar. Los Padres del Sínodo insistieron sobre esta necesidad con toda razón. El proceso de inculturación del que habla la Familiaris consortio, comporta dos momentos estrechamente unidos entre sí. Implica un juicio crítico, para discernir lo que está conforme con el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia y lo que se separa de él. Cada creyente ha sido confiado al Espíritu, a fin de que sea capaz de elaborar tal juicio. Sin embargo, no es suficiente ejercer un juicio crítico sobre las diversas propuestas culturales. Debe crearse una cultura matrimonial y familiar que realicen en la Europa de hoy la identidad humana y cristiana del matrimonio y de la familia: es un deber que es parte de la misión evangelizadora de la Iglesia, la cual debe, además, esforzarse por restaurar la unidad entre la fe cristiana y la cultura en Europa a propósito de la familia.

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2. En vuestra reflexión, sin embargo, no os limitáis a tener en cuenta las orientaciones pastorales fundamentales. Queréis también hacer una primera evaluación de la acogida dada a la Exhortación Familiaris consortio en las comunidades cristianas de Europa.

En efecto, lo que ha señalado el Sínodo de Obispos y que mi Exhortación Apostólica ha hecho suyo, debe (enraizarse) en el espíritu y el corazón de cada fiel y ser totalmente asimilado. Ya que es el mismo y único Espíritu el que ilumina a los Pastores de la Iglesia cuando enseñan la doctrina de Cristo, con la autoridad que les es propia, y el que habita en el corazón de los esposos para que realicen el proyecto de Dios sobre su matrimonio.

Y por tanto, al ayudar a los esposos a ser cada vez más fieles al Espíritu mediante la adhesión de la inteligencia y del corazón a lo que enseña la Iglesia, nos proponemos alcanzar dos objetivos.

Se trata, ante todo, de iluminar las razones profundas, los motivos de tal enseñanza. En efecto, no solamente se está expuesto a dificultades de orden práctico: son sus razones últimas las que a menudo no son aceptadas. Por ello, es necesario volver a sus fuentes que se encuentran en el centro mismo de la Revelación cuando ésta nos desvela la verdad completa sobre el hombre. Hay que enseñar a los esposos a permanecer en ese corazón, en ese centro radiante en el que pueden comprender su vocación y por consiguiente los motivos de la enseñanza de la Iglesia. Comprenderán entonces que, en lo esencial, la enseñanza de la Iglesia se deriva de la visión evangélica del amor, de la sexualidad humana, en una palabra de la persona humana. Deseo vivamente que numerosas personas en la Iglesia se preocupen de extender esta luz. Por esta razón, para este trabajo “de inteligencia de la fe”, de reflexión sobre las razones últimas de la doctrina cristiana, se ha fundado el Instituto de estudios sobre el matrimonio y la familia, que quiere ser un centro cultural al servicio de toda la Iglesia.

El segundo objetivo al que tiende nuestro esfuerzo, para que la enseñanza de la Iglesia sea acogida por los esposos, es el de ofrecer todos los medios necesarios para que estén en condiciones de ponerlos en práctica. No hay duda de que los esposos pueden encontrar dificultades no sólo en relación con la pregunta “¿por qué tal enseñanza?”, sino también cuando se pregunten “¿cómo poner en práctica tal enseñanza?”. En este contexto hay que prever todas las iniciativas destinadas a ayudar a los cónyuges a profundizar en su vida espiritual mediante la oración, la puesta en común de sus alegrías y sus dificultades, la recepción frecuente de los sacramentos, gracias a movimientos o asociaciones familiares.

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3. Pero vosotros reflexionáis sobre la familia también con miras a la renovación espiritual de Europa.

Más que nunca Europa tiene necesidad de encontrar su identidad espiritual, incomprensible sin el cristianismo. El cristianismo no es algo que viene como suplemento, algo ajeno a la conciencia europea: a esta conciencia que constituye el tejido conjuntivo profundo y verdadero del viejo continente, que subyace a la legítima diversidad de pueblos, culturas e historias. El cristianismo, el anuncio del Evangelio, está en el origen de esta conciencia, de esta unidad espiritual, como lo demuestra ya los comienzos de su historia a través de los nombres de Benito, patriarca de Occidente, y de Cirilo y Metodio, los hermanos eslavos. La reconstrucción de Europa exige ante todo este esfuerzo para hacerla de nuevo consciente de la entera identidad, de su alma.

Esta renovación, que pone en marcha todas las fuerzas de la Iglesia, encuentra en la familia uno de los campos activos más importantes.

Es en la familia, como ya he dicho, donde la persona humana encuentra la primera e irremplazable escuela para ser verdaderamente humana: en la familia en primer lugar es donde se transmite la cultura. Y por ello le incumbe a ella, originariamente, asegurar la continuidad en el desarrollo histórico de la conciencia y de la cultura de un pueblo.

La historia de Europa, demuestra cómo, en diversos momentos, las instituciones han sido creadoras de cultura y de civilización, en una síntesis fecunda de cristianismo y de humanismo. Basta pensar en el papel de los monasterios benedictinos y de las Universidades que han surgido por todas partes de Europa, de París a Oxford, de Bolonia a Cracovia, de Praga a Salamanca. La institución de la familia, puesto que está llamada, en el proyecto salvífico de Dios, a ser la institución educadora original y primera, debe reforzar siempre su presencia en el seno de estas instituciones creadoras de verdadera cultura.

He aquí como veo vuestra reunión europea de pastoral familiar: es un signo y una promesa. Es el signo de que la Iglesia tiene cada vez más consciencia de lo que es la familia, y es la promesa de un nuevo combate en favor de la persona humana, para la persona humana a quien Dios ha dado para siempre a su propio Hijo, a su Hijo único. Estoy convencido de que vuestra reunión será fructífera, gracias a vuestro trabajo y al espíritu de comunión que os anima y que ha presidido la organización de este coloquio.

[DP (1982), 357]