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[1115] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA IGLESIA AL SERVICIO DE LA FAMILIA

Del Discurso Your ad  limina, a los Obispos canadienses en visita ad limina, 28 abril 1983

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3. El apostolado de la Iglesia es variado y hay muchos modos de realizarlo. La Iglesia está llamada a rendir un numeroso servicio en el nombre de Cristo. Hoy me voy a limitar a proponer a vuestras reflexiones pastorales, a la luz del último Sínodo de Obispos, unas pocas consideraciones sobre la Iglesia al servicio de la familia. Precisamente porque “el futuro de la humanidad pasa por el camino de la familia” (Familiaris consortio, 86), estamos profundamente convencidos como pastores, de la necesidad de defender la familia, asistirla, animarla; estamos profundamente convencidos, de la necesidad de proclamar la vocación y la misión de la familia en el mundo moderno.

En mi Exhortación Apostólica sobre la familia yo precisé un aspecto particular del papel de la familia en el mundo, constatando que “la familia tiene la misión de guardar, revelar y comunicar amor” (n. 12). Esta misión está íntimamente relacionada con el mensaje central de la revelación “Dios amó al mundo tanto que le dio a su único Hijo... no para condenar el mundo sino para que a través de Él el mundo pudiera ser salvado” (Jn 3, 16-17).

Como Obispos, no somos capaces de hacer desaparecer de la vida de los cristianos los obstáculos, no estamos en disposición de levantar todas las dificultades que pesan sobre nuestras familias cristianas; y mucho menos estamos autorizados para intentar quitar la Cruz a los cristianos. Pero estamos en actitud de proclamar la gran dignidad del matrimonio; su identidad como imagen y símbolo y expresión del siempre repetido e irrompible pacto de amor de Dios con su Iglesia. Nosotros somos capaces de amar a la familia y, en este amor pastoral, ofrecerle el único testimonio para la solución real de los problemas que afronta. Este testimonio es la palabra de Dios: la palabra de Dios en toda su pureza y poder, en toda su integridad y con todos sus compromisos, la palabra de Dios como transmitida por la Iglesia.

La proclamación de la Buena Nueva del amor de Dios reflejada en el amor conyugal y vida matrimonial es una de las mayores contribuciones que podemos dar a nuestro pueblo, uno de los mejores caminos en los que podemos demostrarle nuestro total apoyo y ayudarles a vivir el Sacramento del Matrimonio. Con la gracia sacramental los matrimonios son capaces de entender su dignidad y están preparados para hacer serios esfuerzos para vivir su misión “guardar, revelar y comunicar amor”. Pero todo esto presupone que la Iglesia continúa firme en hablar a la familia cristiana en el nombre de Jesús manifestando constantemente la identidad verdadera de la familia de acuerdo al plan de Dios, el cual está revelado en la Sagrada Escritura y Tradición y atestiguado por el Espíritu Santo a través del Magisterio de la Iglesia.

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4. Como pastores tenemos un ministerio de amor que volcar hacia la familia y este ministerio de amor se expresa él mismo en oración, apoyo, ánimo y servicio. Él está siempre constantemente proclamando la verdad del plan de Dios sobre el matrimonio, mientras que el Señor nos dé fuerzas para predicar. También mencioné en mi Exhortación Apostólica que “amar a la familia significa identificarse con los peligros y males que la amenazan, para poder sobrellevarlos. Amar a la familia significa tratar de crear para ella condiciones favorables para su desarrollo” (n. 86). Todo esto es un programa propio de la jerarquía pero al que el Pueblo de Dios puede dar una magnífica contribución.

Precisamente en el contexto de la misión de la familia “guardar, revelar y comunicar amor”, nosotros, obispos, estamos cons tantemente llamados a proclamar tan clara, fiel y efectivamente como sea posible la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio como una comunidad de vida y de amor, una unidad indivisible y una comunión indisoluble. Y es deber nuestro animar y pedir la contribución de todos, hombres y mujeres de buena voluntad, para sostener la familia en su diaria peregrinación hacia el Padre, asistirla en sus problemas y apoyarla en sus cristianas convicciones.

Este esfuerzo concertado ha sido ampliamente demostrado y merece ser animado aún más en la cuestión de la legítima regulación de la natalidad. Pues como ya mencioné en la Familiaris consortio, la Iglesia apunta con satisfacción los resultados ya conseguidos por la investigación científica, pero se siente impulsada “a llamar con nuevo vigor sobre la responsabilidad de todos –doctores, expertos, consejeros matrimoniales, maestros y matrimonios– (quienes pueden actualmente ayudar a la gente joven a vivir su amor con respeto para las estructuras y finalidades del acto conyugal el cual expresa ese amor)” (n. 35). Desde el punto de vista pastoral, la atención personal que los obispos dediquen a asistir a las parejas que están viviendo con máximo esfuerzo su humana y cristiana vocación de amor matrimonial merece la profunda gratitud y alabanza de la Iglesia universal. El celo del obispo siempre aplaudirá la colaboración y la confianza de la comunidad eclesiástica.

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5. Muchos otros aspectos de la familia requieren el apoyo de los obispos y de toda la comunidad eclesiástica. Entre ellos está la misión y el ministerio de la pareja en la educación de sus hijos con el fin de que ellos alcancen una plena maduración humana y cristiana. Aquí todavía se trata, para nuestros obispos, de proclamar la identidad y la dignidad de la vida dentro del matrimonio cristiano. En la fuerza del Espíritu Santo, debemos también depositar una confianza y una certeza nuevas en el pueblo confiado a nuestros cuidados, a fin de que realice en él la grandeza del amor conyugal. Nosotros no debemos dejar de proclamar que “el matrimonio cristiano... es en sí mismo un acto litúrgico de glorificación a Dios en Jesucristo y en su Iglesia” (Familiaris consortio, 56).

En fin, es a través de la oración –la oración familiar y la de toda la Iglesia– como se efectuará la renovación del matrimonio cristiano y con él, una gran parte, la renovación, la conversión y la evangelización del mundo.

Queridos y venerables hermanos en el Episcopado, coloquemos firmemente nuestra confianza en el poder del Señor resu citado para fortificar la alianza del amor conyugal en esta ge neración de la Iglesia. Y unamos todos nuestros esfuerzos para proclamar de manera cada vez más eficaz que este amor ha sido rescatado, que el matrimonio cristiano es verdaderamente el plan de Dios para la realización del hombre y que la familia es para Dios la manera particular de “guardar, revelar y comunicar amor”.

Quiera María, la Madre de Jesús, asistiros en vuestro ministerio pastoral al servicio de la familia y llenar vuestros corazones de alegría profunda y de paz. A través de vosotros yo envío mi saludo a todos los fieles de vuestras Iglesias locales, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los laicos y, en particular, a las familias cristianas.

[DP (1983), 125]