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[1126] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA VINCULADOS ESTRECHAMENTE AL MISTERIO PASCUAL DEL SEÑOR

Discurso It is a real joy, a un grupo de Obispos de los Estados Unidos, en la visita ad limina, 24 septiembre 1983

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1. Es una verdadera alegría para mí daros la bienvenida en esta asamblea colegial en la que nos reunimos en el nombre de Cristo que es el “Supremo Pastor” (1 Pet 5, 4) de la Iglesia y el Señor y Salvador de todos nosotros. Nos reunimos aquí con ocasión de vuestra visita ad limina y desearía reflexionar con vosotros sobre uno de los más importantes sectores de vuestra común responsabilidad pastoral: el matrimonio cristiano y la vida familiar.

En la Constitución Pastoral Gaudium et spes, los Obispos del Concilio Vaticano II declararon que “la salvación del individuo y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente unida a una feliz situación de la comunidad conyugal y familiar” (n. 47). Todos somos conocedores de algunas tendencias contemporáneas que parecen amenazar la estabilidad –si no la real existencia– de la familia: un cambio de valoración en cuanto tiende a prevalecer el bienestar del individuo sobre el bienestar de la familia como unidad social de base, el aumento de divorcios, la tendencia al permisivismo sexual, y el convencimiento de que otros tipos de relaciones podrían reemplazar al matrimonio y a la familia.

Frente a estas tendencias tenemos la importante misión de proclamar la Buena Nueva de Cristo en lo que se refiere al amor conyugal, la identidad y el valor de la familia, y la importancia de su misión en la Iglesia y en el mundo.

En consecuencia, en la Familiaris consortio he subrayado que los Obispos deberán ejercer una particular solicitud en favor de la familia “consagrando a ella interés, solicitud, apoyo, tiempo, personal, iniciativas; pero sobre todo personal, a las familias y a quienes en diversas estructuras diocesanas, lo ayudan en la pastoral de la familia” (n. 73).

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2. Esta responsabilidad pastoral está basada sobre el hecho de que la vida de la familia cristiana está fundada sobre el sacramento del matrimonio, que es “fuente propia y medio original de santificación para los cónyuges y para la familia cristiana” (ibid. n. 56). Está en nosotros, junto con nuestros sacerdotes, ofrecer a los fieles la riqueza del magisterio de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio. Este magisterio, bien ejercido, tiene mucha eficacia, presentando, como es debido, el matrimonio como alianza de Dios con su pueblo y la relación de Cristo con la Iglesia. Es de extrema importancia para las parejas cristianas ser conocedoras de la verdad divina según la cual en el amor humano elevado y santificado por medio del matrimonio sacramental, ellos “son el signo del misterio de unidad y de fecundo amor que media entre Cristo y la Iglesia y lo participan” (Lumen gentium, 11). Porque el matrimonio cristiano es signo de la relación entre Cristo y la Iglesia, él posee las cualidades de la unidad, permanencia e indisolubilidad, fidelidad y fecundidad. En las palabras del Concilio Vaticano II proclamamos: “La íntima comunidad conyugal de vida y de amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución (el matrimonio) confirmada por la ley divina” (Gaudium et spes, 48).

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3. Las responsabilidades primarias de las parejas desposadas están descritas tanto en la Gaudium et spes como en la Humanae vitae en términos de amor conyugal que se desarrolla y persigue una maternidad y paternidad responsables. En la base de una relación matrimonial es este especial amor interpersonal el que se dan los esposos uno a otro. La Iglesia proclama este amor conyugal humano por excelencia, incluyendo el bien de toda la persona y enriqueciendo y haciendo nobles tanto a la mujer como al marido en su vida cristiana. Este amor crea una unidad especial entre un hombre y una mujer que asemeja a la unidad entre Cristo y la Iglesia. La Gaudium et spes nos asegura que el amor conyugal está unido al amor de Dios y está influido por el poder redentor de Cristo y de la actividad salvadora de la Iglesia. Por lo tanto los esposos son guiados por Dios y asistidos y reforzados en el sublime papel de ser un padre o una madre (cfr. n. 48).

El matrimonio es también derecho para la formación de una familia. Los esposos colaboran con Dios en la continua obra de la creación. El amor conyugal está enraizado en el amor divino, y su significado es de ser un apoyo creativo y de vida. Es por medio de la unión espiritual y de la unión de sus cuerpos como la pareja cumple con su papel procreador dando la vida, el amor y el sentido de seguridad a los propios hijos.

Dar la vida y ayudar a los propios hijos a alcanzar la madurez por medio de la educación es una de las tareas más privilegiadas y de responsabilidad de una pareja desposada. Sabemos que las parejas casadas desean llegar a ser padres, pero que son impedidas en alcanzar sus esperanzas y sus deseos por las condiciones sociales, por las circunstancias personales y también por la imposibilidad de engendrar una nueva vida.

Pero la Iglesia anima a las parejas a ser generosas y confiadas, a comprender que la paternidad y la maternidad son un privilegio y que todo niño es el testimonio del amor existente en una pareja de uno hacia la otra, por su generosidad y su apertura hacia Dios.

Ellos deben ser estimulados a ver al niño como un enriquecimiento del propio matrimonio y un don de Dios a ellos y a sus otros niños.

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4. Las parejas deberán con tenacidad y con la oración tomar sus decisiones en lo que respecta al número de los nacimientos y las dimensiones de su familia. Al tomar estas decisiones ellos tienen necesidad de estar atentos al Magisterio de la Iglesia en lo que se refiere a la íntima conexión entre las dimensiones unitiva y procreativa del acto del matrimonio (cfr. Humanae vitae, 12). Las parejas deben ser estimuladas a evitar toda acción que amenace una vida ya concebida, que impida o frustre el poder procreador del acto del matrimonio.

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5. Como Obispos, en unión con vuestros sacerdotes y de los demás que se ocupan del apostolado de la familia, estáis invitados a ayudar a las parejas a conocer y comprender las razones del Magistero de la Iglesia sobre la sexualidad humana. Este Magisterio puede ser comprendido sólo a la luz del plan de Dios para el amor humano y el matrimonio en su relación con la creación y con la Redención. Mostremos al mismo tiempo a nuestro pueblo la elevada y gozosa afirmación del amor humano, diciendo que “Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano” (Familiaris consortio, 11). Por consiguiente para evitar cualquier vulgarización y desacralización de la sexualidad debemos enseñar que la sexualidad trasciende la esfera puramente biológica y mira al ser más profundo de la persona en cuanto tal. El amor sexual es verdaderamente humano sólo si es parte integral del amor por medio del cual un hombre y una mujer se confían uno a la otra hasta la muerte. Este darse recíprocamente tan pleno es posible sólo en el matrimonio.

Éste es el magisterio –basado en la comprensión de la Iglesia de la dignidad de la persona humana y el hecho de que el sexo es un don de Dios– que debe ser comunicado tanto a las parejas casadas como a las prometidas y también a la Iglesia entera. Esta enseñanza debe estar en la base de toda la educación de la sexualidad y de la castidad. Debe ser comunicado a los padres, que tienen la importante responsabilidad de la educación de los propios hijos, y también a los pastores y a los educadores religiosos que colaboran con los padres en el cumplimiento de sus responsabilidades.

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6. Una parte especial e importante de vuestro ministerio hacia las familias es el de la planificación natural de las familias. El número de parejas que utilizan con éxito los métodos naturales va en constante aumento. Pero es necesario un esfuerzo concertado ulterior. Como se declara en la Familiaris consortio: “La comunidad eclesial en el tiempo presente, debe preocuparse por suscitar convicciones y de ofrecer ayudas concretas a quienes desean vivir la paternidad y la maternidad de modo verdaderamente responsable... Esto significa un compromiso más amplio, decisivo y sistemático en hacer conocer, estimar y aplicar los métodos naturales de regulación de la fertilidad” (n. 35).

Aquellas parejas que eligen los métodos naturales perciben la fundamental diferencia, tanto antropológica como moral entre la contracepción y la planificación familiar natural. Pueden encontrar dificultades o más bien a menudo se deciden a comenzar a usar los métodos naturales y tienen necesidad de instrucciones competentes, estímulo y consejo y apoyo pastoral. Debemos ser sensibles a sus esfuerzos y tener comprensión para las necesidades que tienen. Como Obispos tenemos el carisma y la responsabilidad de hacer a nuestro pueblo conocedor de la única influencia que la gracia del sacramento del matrimonio tiene sobre cada aspecto de la vida conyugal, incluida la sexualidad (cfr. Familiaris consortio, 33).

El Magisterio de la Iglesia de Cristo no es sólo luz y fuerza para el pueblo de Dios sino que eleva sus corazones a la alegría y a la esperanza.

Vuestra Conferencia Episcopal ha establecido un programa especial para difundir y coordinar los trabajos en las diferentes diócesis. Pero el éxito de tal esfuerzo requiere el constante interés pastoral y el apoyo de cada Obispo en su diócesis, y os estoy profundamente agradecido por cuanto hacéis en este importante apostolado.

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7. La familia está justamente descrita como una Iglesia doméstica. Como tal, ella transmite de una generación a otra la fe y la escala de los valores cristianos. Los padres están llamados a comprometerse en la educación de sus hijos, precisamente como jóvenes cristianos. La familia es también el centro de la catequesis sacramental. Cada vez más los padres están llamados a asumir un papel activo en preparar a sus hijos al Bautismo, Primera Confesión y Primera Comunión.

Parejas de matrimonios están activas también en la preparación de programas para la preparación al matrimonio. Todo esto se refiere al papel de la familia en compartir la vida y la misión de Cristo.

Con todo nuestro corazón debemos animar la oración familiar y la vida sacramental de la familia, centrada en torno a la Eucaristía. Porque la vitalidad de la familia cristiana deriva de su unión con Cristo en la vida de gracia que está alimentada por medio de la liturgia y a través de la oración familiar.

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8. La familia cristiana tiene también la responsabilidad de participar en el desarrollo de la sociedad. Como Obispos de los Estados Unidos tenéis una larga historia al servicio de la familias con necesidades particulares, sobre todo gracias a vuestras agendas de servicio social católico. Vuestras agencias diocesanas han demostrado también una especial solicitud por los pobres, por las minorías raciales, étnicas y culturales así como por los marginados.

Pero como decía en 1980 el Sínodo de Obispos y como fue subrayado en la Familiaris consortio, “la función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política, es decir: las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia” (n. 44). Vuestra Conferencia Episcopal ha sido diligente en favorecer este papel por medio de su actividad en favor de la vida, y especialmente a través del anual Programa para el Respeto a la Vida que comienza la próxima semana de este año.

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9. El desafío pastoral es grande y requiere vuestra guía personal y constante, la colaboración de los sacerdotes y de los religiosos, y el generoso y escrupuloso esfuerzo del laicado católico, especialmente el de las familias. En un país grande como el vuestro, la tarea es muy compleja. Pero todavía os confío la recomendación de la Familiaris consortio, es decir, que la Conferencia Episcopal, deberá formular un Directorio para el Cuidado Pastoral de la Familia, que incluirá el contenido de la preparación al matrimonio, y que a los sacerdotes y a los seminaristas sea dada una especial preparación para la obra pastoral con las familias. Precisamente por esta razón ha sido establecido un Instituto especial para el estudio del matrimonio y de la vida familiar en la Pontificia Universidad del Laterano.

Soy conocedor de vuestras muchas otras responsabilidades y problemas pastorales, pero por mis viajes pastorales me ha convencido mucho la vitalidad de la vida familiar cristiana, aun frente a tantas tensiones y presiones. Os aconsejo que mostréis la especial solicitud y amor familiar por colaborar con los demás a sostener la vida familiar y proclamar constantemente a vuestro pueblo que “el futuro de la humanidad pasa a través de la familia” (Familiaris consortio, 86).

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10. No podemos aceptar sencillamente la búsqueda contemporánea de exagerada comodidad y bienestar, porque como cristianos debemos prestar atención a la vigorosa exhortación de San Pablo “No conformaos a la mentalidad de este mundo” (Rom 12, 2).

Debemos comprender que en nuestra lucha por superar las influencias de la sociedad moderna estamos identificados con Cristo Señor, que a través de sus sufrimientos y su muerte ha redimido al mundo. Por lo tanto podemos impartir todavía mejor a nuestro pueblo el mensaje del Concilio Vaticano II: el seguir a Cristo, que es el principio de vida “en las alegrías y en los sacrificios de su vocación por medio de su fiel amor, sean testigos de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo” (Gaudium et spes, 52). Sí, queridos hermanos, el matrimonio y la familia están estrechamente unidos al Misterio Pascual del Señor Jesús. Y el amor conyugal humano permanece para siempre como gran expresión sacramental del hecho de que “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5, 25). Con la fuerza del Espíritu Santo comuniquemos este don de la verdad de Dios al mundo.

La proclamación de esta verdad es nuestra contribución a las parejas desposadas; es la prueba de nuestro amor pastoral por la familia, y la fuente de inmensa vitalidad para la Iglesia de Dios en esta generación y para las generaciones que vendrán. Con determinación, confianza y esperanza proclamemos la Buena Nueva de Cristo para el amor conyugal y la vida familiar, y pueda María, la Madre de Jesús, estar con nosotros en esta tarea apostólica.

[DP (1983), 264]