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[1140] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS ESPOSOS DEBEN DAR TESTIMONIO DEL EVANGELIO EN EL MUNDO DE HOY

Del Discurso Avete molto desiderato, a los participantes en el “Encuentro conyugal”, organizado por la Congregación de los Hijos del Amor Misericordioso, Roma, 3 diciembre 1983

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1. [...] Muy gustosamente os recibo esta mañana y os doy las gracias por vuestra visita, mientras saludo a todos cordialmente, expresando el profundo aprecio por vuestro trabajo que contribuye al conocimiento y a la defensa de los valores humanos y cristianos referentes al matrimonio y a la familia, y se dirige, al mismo tiempo, a favorecer su exaltante experiencia.

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2. Al veros a vosotros, responsables de la pastoral familiar, y a vosotros, queridos esposos, que en Collevalenza, junto al santuario del Amor Misericordioso habéis vuelto a meditar recientemente los grandes temas de la doctrina cristiana relativos a la familia, me vienen a la mente las palabras tan clarificadoras del Concilio Vaticano II: “La íntima comunidad conyugal de vida y amor está fundada por el Creador y estructurada con leyes propias... Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, progreso personal de cada miembro de la familia y su destino eterno” (Gaudium et spes, 48). Ésta es una maravillosa síntesis doctrinal, que vosotros habéis ya meditado muchas veces y que es necesario tener presente siempre para vivir, en el ámbito conyugal y familiar, la auténtica voluntad de Dios, su proyecto primordial respecto al hombre y la mujer, esto es, la comunidad de amor establecida para ellos. Esta auténtica voluntad divina debe ser testimoniada por los esposos cristianos con delicadeza, pero con valentía, en la sociedad moderna, tentada, por desgracia, fuertemente a trasferirse a la esfera de otros principios y de ideales opuestos.

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3. Ante las cumbres de un designio divino tan excelso y con la conciencia, por otra parte, del empobrecimiento existencial que ha traído el pecado, los esposos deberán dirigirse a Cristo Jesús, Redentor y Señor, el único que puede hacer posible la realización de la voluntad divina. Por tanto, justamente la misma Constitución conciliar subraya la presencia de Cristo que sale al encuentro de los cónyuges cristianos, a fin de que puedan amarse siempre fielmente el uno al otro: “el genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia” (ib). El sacramento del matrimonio realiza en vosotros, esposos, una verdadera “consagración” del uno al otro y de los dos a los hijos, y al mismo tiempo, a Dios y a la Iglesia. Aquí se sitúa realmente vuestra dignidad, vuestra responsabilidad.

Por medio del sacramento, Cristo establece una presencia permanente en toda relación conyugal, por lo cual, los esposos deberán instaurar con Cristo redentor, un coloquio ininterrumpido, amplio y sincero, que los abra a su gracia medicinal, restauradora y siempre santificante. Sin esta puerta abierta al Redentor que “ha venido a seros sabiduría, justicia, santificación y redención” (1 Cor 1, 30), no es posible construir un matrimonio cristiano, esto es, “esa unión íntima de vida, complemento entre un hombre y una mujer” (Carta de los Derechos de la Familia, Preámbulo B), que sea al mismo tiempo canal efectivo de vida sobrenatural).

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4. Conocéis muy bien todo esto y tratáis de dar testimonio de ello; esta determinación vuestra es para mí motivo de alegría y me impulsa a exhortaros a generosa perseverancia y a ulterior profundización, a fin de que podáis notar un entusiasmo creciente por vuestra opción y vuestro compromiso.

De todo lo que he sugerido antes se deduce que los esposos cristianos están llamados a vivir una específica espiritualidad evangélica, que se alimenta sobre todo del contacto sacramental con Cristo, Pan vivo, y con Cristo, Médico de las almas, como también de la oración personal y familiar. Sed los apóstoles de la oración en común, que sabe crear oasis de paz y de serenidad precisamente en el corazón de la casa.

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5. Con el fin de profundizar y de ser ayudados a vivir dicha espiritualidad, habéis pensado constituir en el contexto parroquial e interparroquial, las llamadas “comunidades de amor”, de las que forman parte sacerdotes, religiosos y religiosas, los cuales, llevando la aportación de su misión y experiencia, apoyan vuestro caminar y a la vez reciben de vosotros enriquecimiento personal. Toda la comunidad, luego, amplía las propias perspectivas de trabajo hacia la sociedad y la Iglesia, porque la primera necesita penetrarse cada vez más de valores éticos y de ideales trascendentes, mientras que la segunda no puede prescindir de la presencia de miembros asiduamente entregados a la obra divina de la salvación.

[OR. (ed. esp.), 8.I. (19)84, 10]