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[1147] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VERDAD DEL AMOR CONYUGAL, EN CUANTO COMUNIÓN DE PERSONAS

Del Discurso Sono lieto, a los participantes en un Curso sobre “la procreación responsable”, organizado por el Centro de Estudios e Investigación sobre la Regulación Natural de la Fertilidad, de la Universidad del Sacro Cuore, y el Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, 1 marzo 1984

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2. [...] En estos días habéis querido descubrir y profundizar los fundamentos científicos, filosóficos y teológicos de la procreación responsable; de la enseñanza, en concreto, de la Encíclica Humanae vitae y de la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, a fin de reconciliar la conciencia humana de los esposos, con el Dios de la Verdad y del Amor. En efecto, ¿cuándo está reconciliada la conciencia humana?, ¿cuándo está en paz profunda? Cuando está en la verdad. Los dos documentos citados, en fidelidad a la tradición de la Iglesia, han enseñado la verdad del amor conyugal, en cuanto comunión de personas.

¿Qué significa “reconciliar la conciencia de los esposos con la verdad de su amor conyugal”? Cuando sus contemporáneos preguntan a Cristo si era lícito al marido repudiar a la mujer, respondió refiriéndose “al principio”, esto es, al proyecto originario del Creador sobre el matrimonio. También vosotros, que en cuanto sacerdotes actuáis en nombre de Cristo, debéis mostrar a los esposos cómo todo lo que enseña la Iglesia sobre la procreación responsable no es más que aquel proyecto originario que el Creador imprimió en la humanidad del hombre y de la mujer que se casan; y que el Redentor vino a restablecer. La norma moral enseñada por la Humanae vitae y por la Familiaris consortio constituye la defensa de la verdad entera del amor conyugal, puesto que expresa las exigencias imprescindibles en este amor.

Estad seguros: cuando vuestra enseñanza es fiel al Magisterio de la Iglesia no enseñáis algo que el hombre y la mujer no puedan entender. También el hombre y la mujer de hoy. Esta enseñanza, efectivamente, que hacéis resonar en sus oídos está ya escrita en su corazón. El hombre y la mujer deben ser ayudados para leer profundamente esta “escritura en el corazón”. El hecho de que, durante estos tres días de estudio, hayáis querido descubrir las razones del Magisterio de la Iglesia, ¿no significa quizá que queréis tener cada vez más claras las vías por las que conducir a los esposos hasta la verdad profunda sobre sí mismos y sobre su amor conyugal?

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3. Reconciliar la conciencia humana de los esposos con el Dios de la Verdad y del Amor: la conciencia humana de los esposos está verdaderamente reconciliada cuando han descubierto y acogido la verdad sobre su amor conyugal. En efecto, como escribía San Agustín: “Beata quippe vita est gaudium de veritate. Hoc est enim gaudium de te, qui Veritas es” (Confesiones 10, 23, 33; CSEL 33/1, 252).

Bien sabéis que a menudo la fidelidad por parte de los sacerdotes –más aún, diríamos que de la Iglesia– hacia estas verdades y hacia las normas morales consiguientes (aquéllas, quiero decir, enseñadas por la Humanae vitae y por la Familiaris consortio), debe a menudo pagar un precio alto. Con frecuencia se reciben burlas, acusaciones de incomprensión y de dureza, y de algo más. Es lo que sucede a todo testigo de la verdad como bien sabemos. Escuchemos otra página de San Agustín: “¿Por qué la verdad engendra odio?”, se pregunta el Santo Doctor. “En realidad”, responde “el amor de la verdad es tal que cuantos aman un objeto distinto pretenden que el objeto de su amor sea la verdad; y por cuanto detestan engañarse, detestan que se les convenza de su engaño. Por eso odian la verdad; por el amor de los que juzgan la verdad. La aman cuando brilla, la odian cuando reprende” (Confesiones 10, 23, 34).

Con sencilla y humilde fortaleza, sed fieles al Magisterio de la Iglesia, sobre un punto de tan decisiva importancia para el destino del hombre.

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4. Existe una verdadera dificultad para la reconciliación de la conciencia humana de los esposos con el Dios de la Verdad y del Amor. Pero es de un estilo muy distinto de la indicada.

La reconciliación no se efectúa si los esposos solamente saben percibir la verdad de su amor conyugal: es necesario que su libertad realice, haga la verdad. La verdadera dificultad es que el corazón del hombre y de la mujer está ocupado por la concupiscencia: y la concupiscencia empuja a la libertad a no consentir a las exigencias auténticas del amor conyugal. Sería un gravísimo error concluir de ahí que la norma enseñada por la Iglesia sea de suyo solamente un “ideal”, que deba adaptarse, proporcionarse, graduarse –como dicen– a las posibilidades concretas del hombre, “contrapesando los distintos bienes en cuestión”. Pero ¿cuáles son las “posibilidades concretas del hombre”? ¿Y de qué hombre se está hablando? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia o del hombre redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la Redención de Cristo.

¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que nos ha dado la posibilidad de realizar la verdad entera de nuestro ser. Ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia. Si el hombre redimido sigue pecando, eso no se debe a la imperfección del acto redentor, sino, a la voluntad del hombre de substraerse de la gracia dimanante de aquel acto. El mandamiento de Dios es, ciertamente, proporcionado a las capacidades del hombre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha dado el Espíritu Santo; del hombre que, si ha caído en el pecado, siempre puede obtener el perdón y gozar de la presencia del Espíritu.

La reconciliación de la conciencia humana de los esposos con el Dios de la Verdad y del Amor pasa a través de la remisión de los pecados; a través del humilde reconocimiento de que nosotros no somos adecuados, por decirlo así, proporcionados a la Verdad y a sus exigencias; pero no a través de una orgullosa reconducción de la Verdad y de sus exigencias a aquello que nosotros decidimos que sea verdadero y bueno. Nuestra libertad consiste en servir a la verdad. Como leíamos ayer en la Liturgia de las Horas: “Se muestra como tu mejor siervo no aquel que pretende pensar de Ti lo que él quiere, sino quien desea más bien lo que ha oído de Ti” (San Agustín, Confesiones 10, 26, 37).

Nuestra caridad pastoral hacia los esposos consiste en estar siempre disponibles para ofrecerles el perdón de los pecados, a través del Sacramento de la Penitencia; no es disminuir a sus ojos la grandeza y dignidad del amor conyugal.

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5. “Abramos cada vez más los ojos –la mirada del alma– para comprender mejor lo que significa perdonar los pecados y reconciliar las conciencias humanas con el Dios infinitamente Santo, con el Dios de la Verdad y del Amor”.

Los esposos tienen necesidad de esta mirada más profunda de nuestra alma sacerdotal. Lo necesita toda la Iglesia. Para que los esposos y la Iglesia entera alabe al Padre de Nuestro Señor Jesucristo: admirada pero nunca hastiada en la contemplación de aquel Amor y de aquella Verdad con las que vosotros reconciliáis las conciencias humanas de los esposos.

[DP (1984), 63]