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[1148] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DOCTRINA DE LA IGLESIA, RESPUESTA A LAS DIFERENTES SITUACIONES FAMILIARES

Del Discurso Diventando Vescovo, a los participantes en la reunión de trabajo sobre la Pastoral de la Familia, 22 marzo 1984

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[2.–] Se ha hablado de la familia. Monseñor Giannini ha presentado las orientaciones principales provenientes de la Comisión para la Familia: una comisión pastoral, naturalmente, que quiere orientar la pastoral de la familia en la diócesis de Roma, en todas las comunidades, sobre todo en todas las parroquias. Han seguido después los testimonios –bien podemos llamarlos así– de diversos sacerdotes romanos, de párrocos, vicepárrocos y de otros. Han ilustrado este tema y esta orientación del vicariato, con experiencias concretas; a veces, con preguntas, a veces, con propuestas. De este modo –no en una dimensión global, sino en trazos parciales– hemos recibido una cierta visión, un cierto cuadro de este problema de la familia, sobre todo de la pastoral familiar en Roma.

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[3.–] Quisiera añadir a estas consideraciones algunos elementos que provienen de la dimensión de la Iglesia universal. Debemos tener siempre presente que el Concilio Vaticano II se ocupó de la familia, y lo hizo en un documento histórico, en un documento-guía: la Gaudium et spes, en su segunda parte. Entre los problemas más urgentes, consagró el primer capítulo a los problemas de la familia y del matrimonio. Se encuentra allí una síntesis de la situación y de la doctrina. La doctrina debe afrontar, juzgar y resolver la situación o, al menos, las situaciones. Algunos años después del Vaticano II, en 1968, vino la Encíclica Humanae vitae. Bien sabemos que encontró una amplia contestación: era, ciertamente, una voz profética de la Iglesia y, especialmente, del Papa Pablo VI. La Iglesia y la humanidad, y quizás sobre todo nuestro ambiente cultural de Occidente, deben y deberán una gratitud perenne a este Papa por habernos dejado la Encíclica Humanae vitae.

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[4.–] Si queremos evocar brevemente la doctrina moral en ella incluida, la Humanae vitae dice “sí” a la paternidad y a la maternidad responsable: dice “no” a lo que es contrario al designio de Dios sobre el amor conyugal, y por tanto, a la dignidad de la persona de los esposos. De modo particular dice “no” a todo lo que es contracepción artificial. Y dice ese “no” en un sentido decisivo y claro.

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[5.–] Después de la Humanae vitae llegamos al Sínodo de 1980, que se centró sobre la familia en la misión de la Iglesia. Como fruto de este trabajo colegial vino, después, la Exhortación Apostólica Familiaris consortio.

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[6.–] Podemos decir que con estos dos documentos –Humanae vitae y Familiaris consortio– la Iglesia en su dimensión y misión universal ha afrontado los problemas del matrimonio y de la familia en su situación actual. Naturalmente estos problemas están muy diversificados según los continentes, los países y la historia. Nosotros, en la iglesia local de Roma, debemos afrontar los problemas pastorales de la familia a la luz de los principios que se encuentran en la Humanae vitae y en la Familiaris consortio. Los problemas son muchos, como hemos podido ver, también en esta conversación de hoy; pero importantes son, sobre todo, los problemas suscitados por los dos documentos: el de la paternidad y maternidad responsables, y el del respeto para la vida y la dignidad de los esposos.

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[7.–] Después del Sínodo y de la Familiaris consortio se vio necesario crear un organismo central de la Iglesia, un Consejo para la Familia. Y en Roma se vio también la necesidad de formar un Instituto científico-didáctico para la familia, donde se estudiaran todos los problemas que surgen de la situación actual a la luz de la doctrina de la Iglesia contemporánea.

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[8.–] Quisiera reclamar la atención de todos los presentes sobre estos elementos de la doctrina de la Iglesia en una dimensión universal, porque el trabajo de la iglesia particular –también, y quizá sobre todo la de Roma– debe reflejar en sí las preocupaciones y las orientaciones que surgen en la Iglesia universal y en su enseñanza. Esto lo digo para referirme tanto a la introducción hecha por Monseñor Giannini, como a la discusión que ha venido después. Me parece que en la introducción y en la discusión hay un aspecto muy consolador en el que –podemos decir– se recibe la orientación del Vaticano II, de la Humanae vitae y de la Familiaris consortio. Es una sensibilidad nueva de los Pastores para los problemas de la familia, una investigación sobre la familia, en su situación propia, en su originalidad, en su identidad humana y cristiana. Esta investigación lleva a considerar a la familia, naturalmente, en sus diversas dificultades y en las situaciones complejas que llevan en sí también una negación del designio divino, de la doctrina evangélica y de todo lo que la Iglesia contemporánea enseña del mismo modo que lo ha enseñado durante los siglos. Encontramos muchos de estos aspectos pero encontramos también otro elemento consolador: esta familia cristiana muchas veces se presenta ante nuestros ojos como un sujeto del apostolado, como un partner. Cuando nosotros, sacerdotes, nos encontramos en dificultad para desarrollar la pastoral de la familia –y no sólo esa, sino también cualquier otra forma de pastoral parroquial y diocesana– descubrimos en las familias, en los diversos matrimonios, colaboradores animados por espíritu apostólico. Podemos decir esta verdad: todos los cristianos con la fuerza del Bautismo y de la Confirmación están llamados a participar en el apostolado de la Iglesia. Esta verdad encuentra su verificación en muchas personas, en muchos matrimonios, en muchos cónyuges y en muchas familias. De este modo se abre la posibilidad de convertir, y de evangelizar a la familia a través de la familia. Pienso que ésta es una orientación justa en la pastoral familiar, orientación que ha encontrado su expresión tanto en la introducción de Monseñor Giannini como en muchas intervenciones.

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[9.–] Debo decir que estoy satisfecho de esta conversación de hoy. Si la comparamos con la conversación de hace un año, pienso que se ha dado un paso adelante, y esto es muy consolador. Naturalmente este paso no es el último: se deben dar aún muchos pasos y pienso que se debe aprovechar la existencia en Roma de estos centros internacionales, como el Consejo para la Familia o como el Instituto para los estudios sobre la familia. Se debe aprovechar su presencia, y su trabajo para prepararnos mejor nosotros mismos, y también para preparar mejor a nuestros laicos, a nuestros matrimonios, para llevar adelante este apostolado del matrimonio y de la familia cristiana en todas sus dimensiones. Debo señalar –y creo que se trata de una impresión común– que en un año se ha dado ciertamente un paso adelante; y por esto se os debe agradecer a todos: a vuestra eminencia y a mis hermanos en el Episcopado. Pero debo y deseo agradecérselo a todos mis hermanos en el sacerdocio que componen el presbiterio de Roma.

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[10.–] Me hago cargo de que, como Obispo y Pastor de esta iglesia, estoy representado por cada uno de vosotros en cada una de las comunidades parroquiales. Vosotros representáis al Obispo en las comunidades parroquiales; vosotros lleváis el peso de la responsabilidad pastoral en cada parroquia, en cada comunidad. Sois vosotros con vuestro trabajo cotidiano, trabajo de pastores, de maestros, de docentes –trabajo caritativo, asistencial–, con vuestra solicitud pastoral, sois vosotros, queridísimos hermanos y amigos míos, quienes representáis y en cierto sentido lleváis a cabo la solicitud pastoral del Obispo de Roma en las diversas dimensiones y en los diversos ambientes de esta ciudad y de esta Iglesia.

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[11.–] Esto es lo que deseaba deciros y deseaba también agradeceros, como también por la asamblea de hoy; por nuestra conversación, y por esa actitud que habéis demostrado hacia la familia y hacia sus problemas, hacia su vocación, y hacia su santidad.

[DP (1984), 83]