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[1159] • JUAN PABLO II (1978-2005) • PREPARACIÓN PARA EL MATRIMONIO

Del Discurso Con particolare gioia, a los participantes en la Asamblea Plenaria del “Consejo Pontificio para la Familia”, 26 mayo 1984

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1. Con particular alegría me encuentro con vosotros, miembros del Pontificio Consejo para la Familia, como con amigos y colaboradores en un campo tan importante para la vida de la Iglesia y de la sociedad. De la familia, en efecto, depende en gran parte el futuro tanto civil como religioso de la humanidad, porque de ella depende el bien mismo de la persona humana. Os agradezco mucho, por tanto, la colaboración que ofrecéis a la promoción de la pastoral familiar, que representa un camino importante de la evangelización y un sector que siempre me fue particularmente querido en mi ministerio en la archidiócesis de Cracovia, al igual que lo es también ahora en mi solicitud apostólica.

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2. El tema que os ha ocupado en esta Asamblea plenaria, a la luz de un atento diagnóstico de las diversas situaciones en las iglesias locales, ha sido la preparación para el matrimonio cristiano.

Es tema de la mayor importancia y urgencia. Muchas veces he expresado mi personal convicción de que “el porvenir de la humanidad pasa a través de la familia” (cfr. Familiaris consortio, 86). Pero cabe ir más allá y afirmar que el porvenir de la familia pasa a través de su adecuada preparación. Tocamos aquí un valor y una exigencia que se refieren no sólo a los jóvenes llamados al matrimonio, sino a toda la comunidad eclesial y civil. Piénsese, de modo particular, en la riqueza que la Iglesia –y no sólo ella– puede recibir de cuantos se preparan para el matrimonio: el frescor y el entusiasmo del amor, el gusto por la belleza, el deseo de un diálogo abierto, la esperanza del mañana son un don para todos y un llamamiento para las personas ya casadas; como una invitación para volver a las fuentes de su elección al “tiempo primaveral” de su amor.

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3. La Exhortación Apostólica Familiaris consortio afronta explícitamente y con amplitud el tema de la preparación para el matrimonio en sus diversas etapas –remota, próxima, inmediata–, subrayando la importancia que tiene la familia en la preparación de los hijos para el sacramento del matrimonio. En ella se colocan los primeros y más profundos fundamentos de las actitudes psicológicas y morales que harán posible la vida matrimonial, disponiendo a los futuros cónyuges para asumir las responsabilidades que acarrea el sacramento del matrimonio. Vuestras respuestas al cuestionario, que se os envió en la fase preparatoria de la Asamblea, confirman esta convicción y ponen de relieve que la mejor preparación remota para el futuro matrimonio de los hijos es una vida ejemplar de la familia cristiana, en la que es esencial el testimonio vivido de los esposos. El ambiente familiar, iluminado por la oportuna enseñanza de los padres, constituye la mejor preparación de los hijos para la vida y, por tanto, también para el matrimonio.

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4. Al crecer, los hijos entran en un período particularmente importante, delicado y difícil de su educación. La necesaria adquisición de la propia identidad lleva a los adolescentes a una autoafirmación, que no raramente se acompaña por la tentación de asumir una actitud contestataria frente a la autoridad de los padres, con cierto distanciamiento del ambiente familiar, que hasta ese momento fue prácticamente su único ámbito vital. Precisamente en esta edad se produce el fascinante descubrimiento del otro sexo y se acentúa la influencia de los elementos extrafamiliares en la vida del adolescente, especialmente por los medios de comunicación social, por los grupos de amigos, por la escuela. Todo esto hace más difícil, pero no por eso menos importante, la acción educativa de los padres, confiada ya sobre todo a la fuerza de arrastre del ejemplo y del influjo discreto de una actitud prudente, que cultive un vínculo profundo con el joven, vínculo adecuado en su forma y en su estilo a la edad y a las características personales.

Dedicándose el tiempo y la atención necesaria, los padres conseguirán que el joven experimente cuánto le quieren, de un modo fiel, tenaz, respetuoso para su personalidad y su libertad, y siempre dispuesto a ayudar y acoger sobre todo en los momentos de necesidad.

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5. En el período de la adolescencia intervienen con particular viveza, como se ha dicho, en el desarrollo de los jóvenes otros elementos externos a la familia. Me refiero especialmente a la escuela y a los medios de comunicación social. En ambos campos debe el Pontificio Consejo para la Familia desarrollar iniciativas que ayuden eficazmente a las familias en el cometido esencial de ayudar a los propios hijos, especialmente por lo que se refiere a la educación en el amor.

Es necesario favorecer y llevar a la práctica una coordinación y una cooperación mucho más estrecha entre los padres y los educadores en colegios y escuelas. Los padres no pueden delegar todas sus funciones educadoras en la escuela que, a su vez, no puede prescindir de quienes le confían sus propios hijos para una educación completa. La escuela y los padres deben ayudarse recíprocamente en el cometido educativo del niño y del adolescente, también en lo que se refiere a la educación para el amor y para el matrimonio. Pero no podemos olvidar que muchos muchachos y muchachas frecuentan escuelas no católicas, en las cuales a menudo no reciben una adecuada orientación al respecto, o reciben una enseñanza y experimentan un ambiente que no les ayudan a formarse una visión cristiana del amor, de la sexualidad y del matrimonio.

El deber de los padres se hace, en este caso, todavía más grave tanto por lo que se refiere a la escuela como, sobre todo, por lo que se refiere al ámbito de la propia familia, en la que deben desarrollar una acción educativa y prestar un testimonio capaces de contrastar y superar las influencias negativas que la enseñanza o el ambiente tienen sobre sus hijos.

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6. Los medios de comunicación social merecen una especial mención. En vuestras respuestas al cuestionario aparece cla ramente la influencia que esos medios tienen y cómo esta influencia es, generalmente, más bien negativa. El Pontificio Consejo para la Familia tiene aquí otro importante campo de acción, tanto para individualizar los modos con los que ayudar a los padres y utilizar sabiamente y con discernimiento crítico los medios de comunicación social, como para suscitar iniciativas entre los artistas y entre las distintas personas que trabajan en los mass-media, a fin de que se ofrezcan transmisiones más positivamente inspiradas en los valores cristianos. Los mass-media tienen un gran influjo en nuestra cultura moderna y no es posible prescindir de ellos; pero es preciso esforzarse por utilizarlos, en su enorme fuerza, para el bien de las personas y de las familias, sin dejarse condicionar por intereses que frecuentemente hacen olvidar el verdadero bien moral de los niños, de los jóvenes y de las familias, a quienes se dirigen.

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7. Cuando existe una buena preparación remota y próxima para el matrimonio, la inmediata se hace más fácil y fecunda. Los muchos esfuerzos realizados en este último campo han incrementado en la Iglesia la conciencia de que el matrimonio, como cualquier otro sacramento, debe prepararse adecuadamente a fin de que su celebración sea fecunda en la vida de los esposos.

El nuevo Código de Derecho Canónico ha incluido la preparación al matrimonio entre los deberes de la comunidad eclesial (cfr. CIC 1063), especialmente de los Pastores.

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8. La preparación para el matrimonio abre amplios campos de acción al Pontificio Consejo para la Familia, que debe encararlos con entusiasmo, creatividad, energía y constancia.

No conviene desalentarse ante las dificultades que inevitablemente se encuentran. Ningún sacrificio puede detener a la comunidad cristiana y a cada familia del cometido tan esencial de preparar bien a los futuros esposos, que constituirán las familias del tercer milenio de la vida cristiana. Es preciso también no dejar de lado ninguna iniciativa que pueda ser de ayuda para las familias ya constituidas, deseosas de conocer mejor, de comprender y realizar su deber en ambientes tan difíciles como aquellos en los que, frecuentemente, están llamados a vivir.

Os pido que pongáis todos vuestros esfuerzos para estar cerca de estas familias, para sostenerlas de todas las maneras y para educarlas en el amor, que en el sacramento del matrimonio, por don gratuito de Jesucristo, se hace imitación y participación del amor del Señor hacia su Iglesia.

Al expresaros mi aprecio por vuestra generosa dedicación, con gran afecto imparto mi Bendición Apostólica a vosotros, a vuestros familiares y a cuantos son objeto de vuestra atención y acción pastoral.

[DP (1984), 171]