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[1221] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, SIGNO DEL AMOR FIEL DE DIOS

De la Homilía durante la Misa en la clausura del Congreso Eucarístico Internacional, Nairobi (Kenia), 18 agosto 1985

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7. La invitación de Cristo al amor, dirigida una vez más a nosotros en este Congreso Eucarístico, concierne en primer término a la familia cristiana.

Es como si el Señor hablara a cada uno de los miembros de la familia. Mujeres, amad a vuestros esposos como Cristo os ama a vosotras. Maridos, amad a vuestras esposas “como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó por ella para santificarla” (Ef 5, 25). “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque es justo... Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza del Señor” (Ef 6, 1. 4). Tomad como modelo a la Sagrada Familia de Nazaret: la pureza y el amor tierno de María, la fidelidad y honestidad de José y su generosidad en el trabajo cotidiano, la humildad y obediencia a Jesús.

La invitación de Cristo al amor tiene una relevancia especial en la práctica del amor conyugal. La unión exclusiva e inquebrantable del esposo y la esposa halla su mejor expresión en la entrega mutua. Las parejas que intentan continuamente amarse y ayudarse mutuamente participan de un modo especial en la vida de la Santísima Trinidad; reflejan como en un espejo el amor eternamente fiel de Dios por su pueblo. El amor matrimonial es fecundo, con una fecundidad que se manifiesta especialmente en los hijos. Y cada hijo trae consigo una invitación renovada a amar con una generosidad aún mayor.

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8. Nutrir, vestir y cuidar a cada uno de los hijos requiere mucho sacrifico y un trabajo duro. Los padres tienen, además, la obligación de educar a sus hijos. Como dice el Concilio Vaticano II: “Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia, que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra, personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales que todas las sociedades necesitan” (Gravissimum educationis, 3).

El amor matrimonial es exclusivo en su expresión más íntima de autodonación; pero también está caracterizado por el poder de recibir generosamente los hijos y de abrirse en actitud solícita y servicial a los miembros de la familia amplia, a la comunidad local y a toda la sociedad. La familia cristiana desempeña un papel clave en las pequeñas comunidades cristianas y en la vida y la misión de la Iglesia. No hay ninguna familia que esté libre de pecados y del egoísmo y las tensiones provocadas por ellos; pero todos éstos pueden ser perdonados y superados por la fuerza del Espíritu Santo; la familia puede contribuir así a la tarea eclesial de la reconciliación, la unidad y la paz.

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9. La invitación de Cristo al amor, dirigida a la familia cristiana, se contempla en una perspectiva nueva cuando se la contempla a la luz de la primera lectura de la liturgia de hoy: El Señor dice a su pueblo a través del Profeta Oseas: “Te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en misericordias y en piedades. Y yo seré tu Esposo en fidelidad” (Os 2, 19-21).

La familia cristiana está llamada a ser en el mundo un signo del amor fiel de Dios a su pueblo. Pero para poder serlo, la familia cristiana es invitada ante todo a recibir y a llenarse del amor de Dios. Pues la familia ha sido destinada por la Providencia a ser una comunidad en diálogo con Dios. Por ello, la oración y los sacramentos deben ocupar un lugar prominente en la vida familiar.

Lo más importante de todo es la Eucaristía, en la que se conmemora y renueva la alianza de amor de Cristo con la Iglesia y en la que el esposo y la esposa encuentran fuerza y alimento para su propia alianza matrimonial.

El sacramento de la Penitencia ofrece a los miembros de la familia la gracia necesaria para la conversión y para la superación de cualquier división que el pecado haya podido provocar en un hogar. “Mientras mediante la fe descubren cómo el pecado contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la alianza de los cónyuges y la comunión de la familia, los esposos y todos los miembros de la familia son alentados al encuentro con Dios ‘rico en misericordia’, el cual, infundiendo su amor más fuerte que el pecado, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión familiar” (Familiaris consortio, 58).

La oración es esencial para la vida de cualquier cristiano; pero la oración en familia tiene su propio carácter específico. Por tratarse de una forma de oración participada, tiene que ser configurada y adaptada de acuerdo con las dimensiones y el carácter de cada familia. Pocas actividades influyen tan profundamente en una familia como su oración en común. La oración transmite reverencia hacia Dios y respeto hacia los demás; sitúa las alegrías y las penas, las esperanzas y las desilusiones, todos los acontecimientos y circunstancias en la perspectiva de la misericordia y la providencia de Dios. La oración en familia abre el corazón de cada uno de sus miembros al Sagrado Corazón de Jesús y ayuda a la familia a estar más unida y más dispuesta a servir a la Iglesia y a la sociedad.

[DP (1985), 213]