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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1229] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VERDAD SOBRE LA FAMILIA

Del Discurso Je suis heureux, a la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, 13 diciembre 1985

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1. [...] Desde hace un mes, hemos recordado muchos do cumentos conciliares, aprobados y publicados hace exactamente veinte años. Entre esos documentos principales figuraba la constitución pastoral Gaudium et spes, aprobada el 7 de diciembre de 1965. Ella ofrece una visión cristiana del hombre y de la sociedad y la influencia de la Iglesia como pueblo de Dios y de la comunidad humana. Trata de numerosos problemas que revisten una importancia crucial en nuestro mundo. Entre aquellos problemas debemos colocar en el primer puesto la enseñanza sobre el matrimonio y sobre la familia.

Estos dos temas han constituido desde entonces el tema de una atención peculiar por parte del Magisterio de la Iglesia. La encíclica Humanae vitae, de mi predecesor Pablo VI, el Sínodo sobre la misión de la familia y la exhortación apostólica Familiaris consortio, las catequesis que he dedicado a exponer aspectos concretos de la enseñanza cristiana sobre el matrimonio, sin enumerar numerosísimos documentos pastorales de mis Hermanos en el episcopado, han manifestado a los fieles el justo orden humano y cristiano de la unión que les lleva a participar en el misterio sacramental del matrimonio.

El Comité para la Familia –convertido en Consejo Pontificio para la Familia– ha sido creado para contribuir con más eficacia a la exposición y divulgación de la enseñanza sobre el matri monio y la familia, y para de esta manera ofrecer una ayuda directa y adecuada a la pastoral específica de las variadas circunstancias que afectan a la vida familiar. Sois, por tanto, todos vosotros, miembros de pleno derecho de este Dicasterio de la Iglesia, colaboradores del Papa en su solicitud por todas las Iglesias. Agradezco intensamente vuestra colaboración. Vuestra misión se encamina, a la vez, a la doctrina y a la pastoral de los matrimonios.

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2. Es preciso, por tanto, antes que nada, que miréis a la verdad expuesta y transmitida por la Iglesia sobre el matrimonio. El Magisterio de la Iglesia no ha creado esta enseñanza, sino que enseña las exigencias morales, para que bajo esta luz el juicio de la conciencia pueda ser verdadero. El fiel tiene derecho a recibir del Magisterio la enseñanza sobre la verdad moral. Y no se puede afirmar que el Magisterio de la Iglesia está en contradicción con los “derechos de la conciencia”. Si la razón humana y el Magisterio enraizado en la Revelación, pueden acercarse, aunque de modo diferente, a la verdad que se apoya en Dios, la conciencia iluminada por la razón, no contemplará en esta otra luz que le proporciona el Magisterio una simple opinión entre otras, sino la ayuda que ofrece la Providencia divina a nuestra naturaleza humana, que es débil y limitada.

El Magisterio de la Iglesia no sustituye a la conciencia moral de las personas; ayuda a formarse, a descubrir la verdad de las cosas; el misterio y la vocación de la persona humana, el profundo sentido de sus acciones y relaciones. Porque la conciencia no puede proceder de modo arbitrario; puede equivocarse al aceptar lo que le parece razonablemente un bien, pero tiene el deber de orientarse hacia el bien según la verdad.

No tiene nada de extraño que el matrimonio y las relaciones conyugales hayan sido uno de los campos en los que el desorden interior, consecuencia del pecado original y de los pecados personales de Cada Uno, haya derramado con profusión las nieblas de la desorientación y de la duda. Éste es justamente un punto sobre el que el Magisterio de la Iglesia tiene la obligación de exponer la verdad, intentando de modo especial promover el bien de las personas y de la sociedad humana, que depende tan estrechamente de esta célula básica que es la familia.

La Iglesia, al exponer las leyes morales que hacen referencia a la verdad del don de los esposos no asegura solamente la rectitud moral de cada uno de los esposos, sino que defiende la verdad del matrimonio mismo, origen y garantía de la familia. Por esta razón, la constitución pastoral Gaudium et spes, cuando expone los criterios objetivos –“deducidos de la naturaleza de la persona y de sus actos”–, que determinan la moralidad de la vida íntima de los esposos, los llama “criterios que respetan el sentido íntegro de la mutua donación y de la procreación humana, en un contexto de amor verdadero” (n. 51). Pero, al mismo tiempo, esta mutua donación total y la procreación humana no son otra cosa, dentro de la vida conyugal, que un fiel reflejo de la naturaleza del matrimonio. Lógicamente, los lazos esenciales entre la naturaleza del matrimonio mismo, la entrega personal y la apertura a la vida, determinan la verdad de los actos específicos del matrimonio, condicionando al mismo tiempo su bondad o malicia.

En este sentido, se puede afirmar que recordar la enseñanza de la Iglesia constituye una manera profunda de ejercicio de la caridad: un amor que no se ciñe a presentar “soluciones”, quizá facilonas y de efecto inmediato, sino que, como buen médico, se esfuerza por indicar las causas del desorden, aunque entonces los resultados, muchas veces, no se ven inmediatamente. Entonces, allí donde es grande el desorden de la vida conyugal, los fundamentos de la institución matrimonial y de la estabilidad de la familia han sido minados, y resulta urgente preparar remedios profundos, a la medida del mal.

Es importante realizar una buena exposición de la doctrina, empleando ejemplos y razones que ayuden naturalmente a mover y convencer a nuestros contemporáneos.

Por otra parte, los problemas familiares no se ciñen a los que acabo de hacer referencia sobre la unión de los esposos. Son muchos. No se refieren solamente a la procreación, sino también a la educación y a todo el panorama de la vida familiar.

Por último, los avances científicos, especialmente aquellos que se refieren al embrión, presentan muchos y graves interrogantes. Urge que la Iglesia los afronte. Vuestro Consejo tiene ahí un quehacer y ha de estar atento, admitiendo que las respuestas complejas del Magisterio serán el fruto de la colaboración de diversos Dicasterios, se servirán del estudio de los expertos muy cualificados, lo mismo que del parecer de numerosos teólogos y de sus Pastores. Es ahí donde la Iglesia ha de ofrecer un servicio a las conciencias y a la sociedad.

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3. La actividad apostólica de vuestro Consejo, fundamentada doctrinalmente, ha de intentar la mejora de la pastoral familiar y así conseguir que los fieles acojan mejor esta verdad y la hagan realidad en su propia vida y en las costumbres de la sociedad. Éste es el segundo aspecto de vuestra misión, insepa rable del primero. Habéis reflexionado, por otra parte, durante vuestra Asamblea sobre el modo de preparar los agentes de la pastoral familiar.

Vuestra colaboración continúa siendo muy valiosa y especial. Puesto que estáis, dentro de la Curia, en relación directa con el Papa; vuestra solicitud es toda la Iglesia universal; y la misma composición del Consejo, en el que hay matrimonios cristianos procedentes de diversos países y que han asimilado la enseñanza familiar de la Iglesia y se afanan por vivirla, es una buena preparación para el apostolado.

Tenéis conciencia de la amplitud de vuestra labor. Son todos los laicos, los que, al vivir la vocación matrimonial, están llamados a este apostolado, con la ayuda de los sacerdotes. Es de desear que se multipliquen las iniciativas al respecto en las Iglesias locales, y que las asociaciones familiares, los movimientos, los centros especializados brinden una aportación cualificada y generosa, empapada de espíritu cristiano, fieles a la enseñanza de la Iglesia. En cada caso concreto, los obispos son los directamente responsables de la autenticidad cristiana y de la conveniencia de esta empresa. Cuentan con vuestra comprensión y apoyo.

Tal apostolado se preocupará de la formación y de las situaciones particulares de las personas para ayudarles a comprender mejor las exigencias del matrimonio cristiano, y a avanzar en el amor conyugal y familiar según el querer de Dios. Si no es correcto hablar de la “gradualidad de la ley”, como si ésta fuera más o menos exigente según fueran las situaciones concretas, resulta imprescindible no olvidarse de la “ley de gradualidad” (cfr. Familiaris consortio, 34). Porque todo buen pedagogo, sin minar los principios, ha de tomar en consideración las situaciones personales de sus interlocutores para que lleguen de modo más fácil a acoger la verdad. Todos los que viven coherentemente estas exigencias o al menos se afanan en ello, se encuentran en mejor disposición para transmitir los valores. Esta coherencia cristiana con la verdad y todas las ciencias relacionadas con la pedagogía que ayudan a una comprensión más adecuada de la persona y a una promoción del diálogo, serán verdaderamente muy útiles.

Sin embargo, por muy necesario que sea este trabajo de formación doctrinal, el testimonio de vida de los esposos cristianos constituye un valor de todo punto excepcional. El Magisterio de la Iglesia no enseña verdades que resulten imposibles de cumplir. Es verdad que las exigencias de la vida cristiana están por encima de las posibilidades del hombre, si éste es privado de la ayuda de la gracia. Pero todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, experimentan que el cumplimiento de la ley de Cristo es posible, que se trata de un “yugo suave” (cfr. Mt 11, 30) y que esta fidelidad acarrea grandes bienes. El testimonio de esta experiencia aporta entonces a otros esposos de buena voluntad, no raras veces desorientados e insatisfechos, un poderoso motivo de credibilidad y de empuje; como la sal de la que habla el Evangelio, da el gozo de vivir de aquella manera. El sacramento del matrimonio torna a los esposos capaces de este carisma (cfr. Familiaris consortio, 5; cfr. también Homilía de apertura del VI Sínodo de los Obispos, AAS 72 (1980); p. 1008). Entonces manifiestan que los valores cristianos coronan y vigorizan los valores humanos. La verdad plena de Cristo, lejos de eclipsar el verdadero amor, lo garantiza y defiende; está en la fuente del bien propio de los esposos y suscita en la sociedad hogares que serán la levadura de una humanidad mejor.

No pocos responsables de la sociedad civil, al darse cuenta de los cambios profundos y de la crisis que afectaban extensamente a la vida familiar, a la estabilidad de los hogares y al desarrollo de los esposos y de los hijos, están indudablemente mejor dispuestos a valorar la importancia de esta contribución específica, inspirada en los principios morales naturales y cristianos, leal y humildemente ofrecida.

Esto es, en resumidas cuentas lo que hemos de promover en la Iglesia con lucidez y entereza, unidos a las fuerzas vivas que ya se afanan en la pastoral familiar.

[DP (1985), 308]