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[1273] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, COMUNIDAD DE AMOR

De la Homilía de la Misa en el “Reduit Park” de Castries, Isla de Santa Lucía (Pequeñas Antillas), 7 julio 1986

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4. El don de la fe “ilumina los ojos de nuestros corazones” (cfr. Ef 1, 18), concediéndonos una nueva visión de la vida y del mundo. Todo acontecimiento humano asume una nueva perspectiva cuando sabemos que Dios es nuestro Padre amoroso, que vela sobre nosotros con bondad y compasión. Y habiendo sido “marcados con el Espíritu Santo prometido” (Ef 1, 13) en el bautismo y la confirmación, se nos envía a vivir nuestra fe, a ponernos al servicio de los demás como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe 4, 10).

La primera respuesta al don de la fe es la alabanza y el agradecimiento, lo cual se realiza sobre todo en el mayor acto litúrgico de la Iglesia: la Eucaristía. Una fe profunda se expresa siempre en un amor ferviente a la Eucaristía, pues en la Misa es donde escuchamos la Palabra de la vida y participamos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo nuestro Señor. Yo os urjo, por consiguiente, a hacer de la Misa dominical y de la comunión frecuente un elemento habitual de vuestras vidas, más aún, el centro y la cumbre de todo lo que sois y hacéis.

La fe, que hemos recibido como un don, tiene que ser vivida. Santiago nos dice que “la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta” (Sant 2, 17). Ésta es la razón por la que me siento tan complacido ante todos los esfuerzos que estáis haciendo por vivir vuestra fe. Un ejemplo estupendo de esos esfuerzos es el tema pastoral que habéis escogido para la archidiócesis este año: “Fortalece nuestra fe, Redentor”. Confío en que esta digna iniciativa traerá sobre vosotros muchas gracias de Dios, en vuestro esfuerzo por vivir vuestra fe a través de la oración y las buenas obras.

Necesitamos además profundizar nuestro conocimiento de la fe mediante la lectura, el estudio y la oración. Ello nos hace capaces de compartir esta fe con otros, ayudar a otros a sentir la alegría de la Buena Nueva de la salvación. Nuestra fe nos impulsa además a trabajar por la justicia y a atender las necesidades de los demás. El bautismo nos confiere la gran dignidad de ser hermanos y hermanas en Cristo; por ello estamos llamados a trabajar por la dignidad y la igualdad de todos los seres humanos.

De un modo particular, la fe nos invita a promover la dignidad de la familia cristiana, de acuerdo con el plan inmutable de Dios. El amor del hombre y de la mujer en el matrimonio tiene que reflejar con su fidelidad y perseverancia el amor de Cristo a su Iglesia. Los casados están llamados a ser una comunión de personas que participan en la actividad creadora de Dios y procuran la educación de sus hijos. Nuestra fe subraya que “la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor” (Familiaris consortio, 17). Cualquier esfuerzo de la comunidad por defender y fortalecer la familia constituye una gran contribución a la nación entera. Cualquier esfuerzo que hagan los cristianos por ser fieles al plan de Dios sobre el amor y la vida humanos es expresión de fe viva.

[OR (ed. esp.) 20-VII-1986, 18-19]